Los que se las saben todas

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En campaña electoral parece que todo vale.

El oficialismo ha hecho un gran trabajo, al punto que concita índices de aprobación récord para esta altura de la gestión. Sin embargo, hoy debe esquivar fuego cruzado: de un lado el previsible menú de mentiras y medias verdades que dispara el FA, y del otro la queja de analistas liberales por no haber avanzado lo suficiente.

En la primera categoría se ha sumado recientemente un antagonista inesperado: el economista Gabriel Oddone responde invariablemente a la prensa que “si lo llaman, está”, pero ahora ha comenzado a tirar palos a Azucena Arbeleche. Sin duda lo hace -como fue bien explicado en esta misma columna hace un par de días- para caer en gracia a los mayoritarios sectores radicales del FA, que hoy no quieren verlo ni en figuritas. Parece claro que el comando opositor comprendió que, sin un discurso más moderado, en octubre no llegan ni a Pando. Por eso ponen paños fríos a su fascinación con Nicolás Maduro (¡ahora hasta el Pit-Cnt le suelta la mano!). Y por eso impulsan a Oddone, pero le piden que baile un poquito al ritmo de emepepistas y comunistas, para hacerlo más digerible a los sectores fundamentalistas que cooptaron la izquierda.

Vayamos ahora al fuego amigo.

Si uno lee o escucha a un intelectual de fuste como Rodolfo Fattoruso, que abomina explícitamente del FA, comprueba que tampoco está muy contento que digamos con el gobierno. Recientemente, una agrupación de libertarios mileístas uruguayos ha citado a Fattoruso cuando declara que “como votante resignado de la Coalición Republicana sé con toda certeza en qué fui defraudado”. Para él debieron haberse derogado el IRPF, el IASS, el Fonasa y la Reforma del Proceso Penal. Algunos cambios en materia de seguridad los define como “cosméticos” y solo reconoce dos aciertos: el inicio de la transformación educativa y el manejo “con bastante disciplina” de la economía.

La verdad es que desarmar de una administración para la otra toda la estructura tributaria no sería fácil, mucho menos habiendo atravesado la grave crisis económica y social que provocó la pandemia. Así y todo, este gobierno aumentó los mínimos no imponibles del IRPF, en un contexto latinoamericano de suba de impuestos. Y aún más importante, ejecutó dos reformas prometidas en campaña electoral, la referida transformación educativa (un cascabel que desde la época de Germán Rama nadie le ponía al gato) y la de la seguridad social, tal vez el más importante aporte a la estabilidad económica del país de aquí a 50 años. Fattoruso debería reconocer que esta reforma -aún no siendo todo lo radical que se hubiera necesitado- constituye un valiente aporte. Hay que recordar que, en los pasillos, dirigentes de la coalición se manifestaban reticentes a encarar este proyecto por el costo político que implicaría. Salió porque lo impulsó el presidente Lacalle Pou, con un talante de liderazgo y coraje que el país no veía desde los tiempos de Jorge Batlle.

De la educación puede decirse otro tanto: esta semana la exminis-tra María Julia Muñoz admitió en Desayunos informales de canal 12 que su gestión fra-casó porque, para los gremios docentes, “es más fácil hacerle un conflicto a la izquierda que a la de-recha”, y que los sindicatos “tiran más de la piola” cuando gobierna el Frente Amplio.

Es casi un reconocimiento resignado de que la oposición carece de la capacidad de gobernar y defender los derechos de los estudiantes.

Y respecto a la seguridad, ¿qué pretenden los críticos como Fattoruso? ¿Que el gobierno saque las fuerzas armadas a la calle y legalice el gatillo fácil?

En otro sector del análisis político y económico, también hubo críticas por derecha a declaraciones de Diego Labat, a quien Álvaro Delgado ha anunciado como su futuro ministro de Economía. El economista Javier de Haedo puntualizó que “los números prueban que en este período no hubo nada estructural ni permanente en materia de reducción del gasto público. Hubo un ajuste fiscal eficaz (aunque transitorio y efímero) para poder transitar la pandemia. Luego se revirtió”.

La respuesta a esa crítica la dio el propio Labat: “A veces se hacen algunos análisis pensando en el mundo ideal y está bien, cada uno tiene su papel”. Imagine el lector en qué estado se hallaría el humor social, si se hubiera mantenido el ajuste público que se aplicó en la pandemia y no se hubiese cumplido con la promesa de recuperación del salario real, en lo que restaba del período.

A veces, algunos no toman en cuenta que la política es el arte de lo posible.

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