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Qué difícil se hace promover la igualdad de oportunidades y los derechos de las mujeres cuando quienes se supone que se dedican institucionalmente a esos objetivos, elaboran discursos y análisis de la realidad completamente torcidos e ideologizados.
El último número del semanario Búsqueda es en este sentido ilustrativo. Se entrevistó allí a la directora regional de ONU Mujeres para las Américas y el Caribe, quien hizo declaraciones francamente llamativas por lo sesgadas. Por ejemplo, esta alta responsable de ONU se preguntó cómo se puede entender que en un país como el nuestro, “un país pacífico, haya aumentado la violencia” contra las mujeres.
Y la respuesta es sencilla: no puede entenderse porque lo que afirma es falso. En efecto, los últimos datos oficiales con los que contamos son los siguientes sobre violencia doméstica: entre enero y setiembre de 2019, 2020 y 2021, las denuncias pasaron de 27.102, a 27.214 y luego a 25.622. Es decir que la violencia medida con los datos estadísticos más relevantes con los que se cuentan en estos asuntos no solo no aumentó como afirma esta jerarca de ONU Mujeres, sino que disminuyó. Y eso es algo que debiera de destacarse fuertemente para el caso de Uruguay, cuando lo que ocurre en la región, según las propias declaraciones de esa jerarca, es que “el número de denuncias aumentó terriblemente”.
¿Por qué no se señala algo comparativamente tan positivo para Uruguay? ¿Acaso hay una animadversión a reconocer un mérito a la política de un gobierno que no tiene la santificación izquierdista que pulula en ese tipo de organismos internacionales? Porque las respuestas positivas no son solo por las mejoras en la Justicia o en la ampliación del uso de tobilleras -por cierto, énfasis definido en su momento y específicamente por la ministra Arbeleche-, sino que abarcan a varias dimensiones de esta administración. ¡Qué bueno sería un reconocimiento internacional que ayudara a terminar con el mito de que la izquierda se ocupa más y mejor de estos temas!
En el mismo sentido, ¿cómo no darse cuenta que gran parte del problema social que el país heredó de quince años de gobiernos del Frente Amplio, es que la vieja tradición de “país pacífico” se fue perdiendo? Lo que debiera de resaltarse, justamente, es lo mucho que ha mejorado Uruguay en cuanto a hurtos, rapiñas, abigeatos y violencia doméstica luego del cambio de gobierno de marzo de 2020. Porque el problema de la violencia que se estaba expandiendo en la sociedad uruguaya, con aumentos de crímenes por doquier, no puede ser analizado con el microscopio de lo que se fija solamente en lo que ocurre con la violencia doméstica.
Para erradicar la violencia en la sociedad hay que dejar de lado la manija internacionalista y dar dos pasos. Reconocer el énfasis que este gobierno ha puesto en enfrentar esa violencia; por ejemplo, el gran impulso a las tobilleras electrónicas para los violentos.
En definitiva, ese es el gran problema de fondo de este tipo de posiciones internacionalistas: que ellas tienen en sus manos un martillo, y entonces la realidad debe entenderse toda como clavos. Cuando se trata de recomendaciones para hacer, por ejemplo, la jerarca de la ONU señala que hay que prevenir: “no es posible que un varón uruguayo se sienta con el derecho de violentar a una mujer o niña”.
Esa perspectiva, en verdad, es un profundo error. Primero, porque cuando como en el caso de 2018, una sociedad como la uruguaya alcanza los 414 homicidios, y la mayoría de las víctimas son hombres, el problema no es de violencia contra las mujeres como una especie de diferencial específico contra ellas, sino que es un problema mucho más grave y generalizado.
Segundo, porque es una posición dogmática, y por tanto sesgada y poco analítica, concebir que el varón, por ser tal, en su esencia, se siente con el derecho de violentar a una mujer o a una niña. Esa posición es equivocada, porque no es un varón en tanto tal, sino que es este o aquel varón concreto y particular el que puede llegar a cometer una aberración. Es un problema de personas, específicas, y por lo demás numéricamente muy minoritarias en el conjunto de la sociedad. No es un problema de género que implicaría la tontería, infelizmente tan desarrollada, de ver en cada hombre a un “macho violador”.
Para erradicar la violencia en la sociedad hay que dejar de lado la manija internacionalista y dar dos pasos. El primero, reconocer el énfasis que este gobierno ha puesto en enfrentar esa violencia; por ejemplo, el gran impulso a las tobilleras electrónicas para los violentos vino de esta administración Lacalle Pou. Y lo segundo es conservar la inteligencia y complejidad en los análisis de la realidad que vivimos, de forma de no ceder a la propaganda interesada de agencias que distorsionan la verdad de las cosas.