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Medio siglo de Watergate - Nixon

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Por estos días se está cumpliendo medio siglo ya de una de las etapas claves del famoso escándalo de Watergate en Estados Unidos (EEUU): la definición por parte de un jurado federal de que Richard Nixon (1913-1994) actuó como copartícipe de una conspiración para obstruir la investigación de la justicia en toda esa trama de escuchas telefónicas. Todo este escándalo lo llevó a tener que renunciar a la presidencia el 8 de agosto de 1974.

En efecto, Nixon, importante dirigente del partido republicano electo presidente en 1968, había logrado cambios sustanciales durante su mandato, como por ejemplo el reconocimiento del protagonismo de China comunista en el escenario mundial. Obtuvo una reelección con una enorme mayoría a su favor en 1972. Empero, durante esa campaña reeleccionista, en el edificio llamado “Watergate”, había fijado micrófonos para espiar las acciones de sus adversarios demócratas. La prensa libre de EEUU denunció con vigor toda la trama a partir de una serie de artículos que comenzaron a publicarse en octubre de 1972 en el Washington Post y que lograron hacer que aquella “presidencia imperial” de Nixon tuviera que acabar antes del plazo de 1977 fijado por la Constitución.

Las enseñanzas de todo aquel episodio siguen siendo importantes medio siglo más tarde. En primer lugar, se trató de un momento culminante en la historia de la influencia de la prensa con relación a la política. Si bien la práctica de espiar adversarios no había sido inaugurada en la historia de EEUU por Nixon, quedó claro en 1974 que un contrapoder decidido y con libertad de ejercicio como es el de la prensa en democracia, es capaz de exigir campañas electorales hechas con justicia. Al punto de que, al mostrar que había sido tramposo, su acción erosionó la legitimidad de origen del candidato que había ganado en 1972.

Parece algo evidente, pero vaya si desde entonces hemos tenido casos como este en todo nuestro continente: en Venezuela, por ejemplo, hace lustros que asistimos a pantomimas de elecciones plurales que nunca pueden ser denunciadas con éxito por una prensa libre en ese país, ni tener consecuencias políticas que hagan renunciar al presidente así reelecto.

En segundo lugar, hay una enseñanza formidable acerca de la salud institucional que caracteriza desde siempre a la democracia de EEUU. Porque no se trata de negar los problemas que hacen, en todo tiempo y en cualquier lugar, a los excesos propios del ejercicio del poder político. De lo que se trata es de contar con una fortaleza institucional tal que haga que esos excesos puedan ser denunciados y corregidos sin por ello llevarse consigo la paz nacional y las garantías democráticas. El caso de Watergate y la renuncia de Nixon ilustra sobre todo ello: el resultado no fue perfecto, por cierto, ya que lo sufrió, por ejemplo, la política exterior estadounidense por lo menos hasta la llegada de Reagan a la Casablanca en 1981. Sin embargo, la democracia de EEUU salió fortalecida en el largo plazo porque mostró, una vez más y con brío, que los contrapoderes existen y cumplen con su tarea.

En tercer lugar, queda la perspectiva comparativa que da el paso del tiempo: ¿acaso EEUU sigue estando tan fuerte hoy en su institucionalidad democrática como hace medio siglo? ¿Es posible que aquel ejemplo vibrante del Watergate se verifique en otras partes de Occidente? Por un lado, es claro que en EEUU hay separación de poderes y prensa libre como hace medio siglo. Sin embargo, la extrema partidización de su prensa, la enorme influencia de las cámaras de eco de las redes sociales, y el auge de los nuevos medios de información están cambiando la forma en la que interactúa la libertad de prensa con respecto al poder político.

Por otro lado, si bien hay libertad de prensa en las principales democracias occidentales del mundo, es verdad que no hubo en estas décadas un caso tan grave que haya implicado una renuncia de un cargo tan importante como el que ocupaba Nixon por causa del peso preponderante de denuncias periodísticas: cuando algo parecido ocurrió, como pudieron ser, por ejemplo, los casos de Collor de Mello en 1992 o de Roussef en 2016 en Brasil, los protagonismos de la prensa fueron compartidos con actores políticos, judiciales y sociales. En nuestro país, la vergüenza de la renuncia al cargo por parte del vicepresidente Sendic en 2017 por episodios de corrupción, si bien tuvo a la prensa en un lugar activo de información y seguimiento, se procesó sobre todo como consecuencia de la acción judicial y política.

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