EDITORIAL
Hoy es un día histórico. Se pone fin a 15 años de gobiernos del Frente Amplio.
Pero, sobre todo, arranca un tiempo nuevo, donde una coalición liderada por el viejo Partido Nacional, y por el presidente Luis Lacalle Pou, asume la responsabilidad de llevar las riendas del gobierno. Es importante dejar eso en claro, ya que hay ahí una diferencia política central entre lo que viene y lo que se va. El gobierno es una herramienta importante para intentar dar condiciones más justas y racionales para el desarrollo personal de la gente. Pero nunca será el gobierno quien pueda asegurar la plenitud ni la felicidad de los individuos.
Sobre el partido que abandona el poder, ya se ha hablado mucho. Demasiado. Solo cabe decir que deja un país con serios problemas económicos, sociales e institucionales. Económicos, con un desempleo alto, un déficit fuera de control, una inflación que roza el 10%. En materia social, tenemos un Uruguay partido, con un delito rampante, y un porcentaje inaceptable de compatriotas que no tienen herramientas básicas para convivir armónicamente con sus semejantes. Y en materia institucional... Bueno, alcanza ver que ya Tabaré Vázquez se despidió, nuevamente, confundiendo el rol de presidente de la República, con líder del Frente Amplio.
Pero ya está. Eso es el pasado, y la sociedad ya lo juzgó en las urnas. Corresponde ahora mirar al futuro.
El gobierno que hoy inicia tiene una cantidad de desafíos por delante. Los más obvios tal vez sean los menos importantes, los materiales. Ordenar las cuentas públicas, revivir una economía planchada, terminar con el caos en materia de seguridad pública, imponer la autoridad legítima y terminar con la ley de la selva en las calles. Estas son cosas urgentes, imprescindibles.
Pero hay desafíos que son más de fondo, más trascendentes, en el sentido profundo de la palabra.
El primero es zurcir el tejido social, estirado al borde del resquebrajamiento por el impulso desde el estado a políticas que nos han dividido entre pobres y ricos, entre buenos y malos, entre puros y justos, y anacrónicos conservadores. Una división que nada tiene que ver ni con la historia ni con la realidad social de un país donde la distancia en cualquier sentido entre el más rico y el más pobre es inexistente cuando se compara con el resto del mundo. Hay que devolver al Uruguay el sentido de pertenencia, de que todos tiramos para el mismo lado, de que la prosperidad de uno, no significa la ruina del otro.
El segundo desafío de fondo es revivir la cultura del trabajo por sobre la de la lucha. Uruguay es un país que se forjó con el esfuerzo de inmigrantes y gente de trabajo, que en el campo o en la industria dejaron el alma para prosperar y generar la sociedad más igualitaria y justa del continente. Eso no se puede lograr cuando el sistema privilegia a quien grita más fuerte por encima de quien trabaja más. Donde el que se esfuerza no puede hacer uso del fruto de su trabajo, porque el mismo es acaparado más y más por un grupo de burócratas mesiánicos.
El tercer desafío es volver a poner a la persona como eje de la vida social. Venimos de años donde se nos impuso que el núcleo de esta sociedad no eran el individuo y la familia, tal como afirma nuestra Constitución. Sino que para valer había que ser parte de un grupo, de un colectivo. El modelo de sociedad que nos dimos los uruguayos en nuestras sucesivas constituciones no fue nunca ese. Fue un modelo donde la persona es dueña de su vida, libre por lo tanto para asociarse y desarrollarse de la manera que prefiera. Pero sabiendo que cada uno es responsable de sus decisiones, y que nuestros derechos surgen de nuestra calidad de individuos, únicos e irrepetibles.
Para cerrar, permítanos una nota de emoción. La historia de El País no se puede entender sin la historia del Partido Nacional. Sus principios, sus valores, sus concepciones republicanas, institucionales, políticas con mayúscula, son las que han marcado desde hace 101 años el rumbo de este diario. En ese tiempo, han sido pocas las veces que nos ha tocado compartir el camino con el manejo del poder público. Es por eso que hoy sentimos particularmente fuerte el compromiso, la necesidad de ser custodios y fiscales de que los valores que hemos compartido, y por los cuales hemos derramado mucha sangre a lo largo de la historia, se defiendan y practiquen desde la posición de privilegio que hoy la ciudadanía entrega a este partido de 180 años de historia. Mientras eso sea así, estaremos combatiendo a su lado desde esta trinchera, convencidos más que nunca que lo que es bueno para el país, es bueno para el Partido Nacional.