En medio de tantos deseos de paz y bendiciones para el año que empezó ayer, hay dos regiones del mundo en que ambas expresiones no tienen sentido ni alientan, en el mediano plazo, a mejores expectativas y esperanzas: Ucrania y Medio Oriente.
El año 2023 cierra con brutales guerras en esas dos regiones y el año nuevo se inicia sin señales de que dichos conflictos cesen en el corto plazo.
En los saludos del Año Nuevo, prevalece el deseo de que haya paz en el mundo y que esa paz llegue a los lugares donde están los mencionados enfrentamientos.
Se ha extendido, sin embargo, un deseo “neutro” de paz. Algo así como un pedido de que las partes por sí solas y de común acuerdo cesen las hostilidades y negocien una salida.
Se trata de un deseo positivo, pero no siempre realista. A veces peca de inocente, otras, de cinismo.
Ucrania nunca quiso la guerra. Fue invadida por los rusos para conquistarla. Para quedarse con Ucrania, con o sin ucranianos, como los mismos rusos demuestran, al lanzar ataques deliberados contra la población civil.
Ucrania está a la defensiva y la única manera que tiene para terminar con la guerra es que los rusos se vayan. No hay otra alternativa. Por eso mismo es tan dura la guerra. Unos están decididos a apropiarse de un país que no es suyo y otros están igualmente decididos a no quedar bajo el poderío opresivo de Putin.
¿Qué sentido tiene entonces pedir por una paz que a una de las partes ciertamente no le interesa?
Lo mismo vale para Israel. Es muy fácil decir que la solución es que haya dos Estados, uno israelí y otro palestino, que compartan fronteras y convivan en armonía. Sería perfecto. Es más, la forma en como estarían delimitados esos dos Estados ya está más que estudiada.
Pero para que eso sea posible, las dos partes deben quererlo por igual. Si una de ellas jura todos los días que no cesará sus ataques hasta echar a los israelíes al mar, entonces no hay siquiera un punto de partida.
Los ataques del grupo terrorista Hamás a la población civil israelí el 7 de octubre, tomando de sorpresa a gente en sus casas o en un festival musical, donde masacraron hombres, mujeres y niños con un ensañamiento que va más allá de cualquier valoración y secuestraron rehenes que esconden en la Franja de Gaza, demuestran justamente que en ese contexto no hay condiciones para negociar ningún acuerdo ni para vivir en paz.
Cuando Israel responde y sus tropas entran en la Franja de Gaza, salta un reclamo mundial (que no tuvo igual dimensión cuando la salvaje intrusión de Hamás) de que la respuesta debe ser “proporcionada”.
Sostener tal teoría no es pronunciarse por la paz, sino declararse a favor de Hamás. Indicarle a Israel cómo debe conducir su contraofensiva es cubrirle las espaldas al grupo terrorista palestino.
Sí, es verdad, la respuesta israelí lleva a la muerte de civiles. No es que su ejército, como sí lo hace el ruso en Ucrania, deliberadamente mate civiles por el gusto de hacerlo. Es que el enemigo, Hamás, está camuflado entre los civiles, a quienes usa cobardemente como escudo. No erran el misil, cuando pegan un hospital en Gaza. Es que, desde ahí, Hamas está lanzando su propia artillería contra suelo israelí. Usan hospitales y escuelas como plataforma de lanzamiento. Eso es lo criminal, no la contraofensiva israelí.
Cada vez que cae un misil israelí en Gaza, el hecho se convierte en un gran titular en las noticieros. Que todo el día, todos los días, tanto Hamás como Hezbolah en Líbano (y hasta desde Yemen), estén lanzando los suyos contra Israel, no le importa a nadie.
Eso es lo verdaderamente desproporcionado. No lo otro.
Los moralistas reclamos de paz en muchos lugares de Occidente son formas disimuladas de expresar odio y antisemitismo. Es la misma gente que sostiene que Rusia atacó a Ucrania, porque hay neonazis en ese país (los hay como en toda Europa, pero no están en el gobierno ni son mayoría), sin reparar que el verdadero neonazi es Putin, un brutal dictador de extrema derecha y nacionalista.
La democracia constitucional y liberal enfrentó su gran desafío de supervivencia en el siglo XX con la Segunda Guerra Mundial. Las actuales dos guerras no tienen la impresionante dimensión que tuvo aquella conflagración, pero son un hostigamiento crucial a la democracia y a la libertad en pleno siglo XXI.
Al comenzar el año nuevo, como es tradicional, es saludable desear que la paz vuelva al mundo. Pero no una cuyo costo sea la derrota de quienes levantan las mejores banderas.