Petro y la falta de ubicación

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El episodio lamentable entre el presidente estadounidense Donald Trump, y su colega colombiano, Gustavo Petro, debería ser enseñado en las escuelas como antídoto a muchos de los males que padecemos los latinoamericanos. Es un caso de manual, que sirve para entender por qué el sur del continente no logra despegar económica y políticamente, pese a haber nacido el mismo día y a haber tenido las mismas oportunidades para llegar a ser potencia global, que los vecinos del norte.

Si usted vive en una burbuja, o estuvo descansado en alguna playa, le explicamos brevemente el asunto.

Trump llegó al poder con un mandato claro: ordenar el caos migratorio que padecía su país, y cuya sociedad no tolera más. En ese sentido, y cumpliendo una promesa electoral, organizó un proceso expedito para deportar a inmigrantes ilegales que han cometido delitos graves, los cuales son enviados en aviones militares a sus países de origen.

El pasado domingo, uno de esos aviones llevaba a un grupo de personas que violaron la ley en Estados Unidos a Colombia, cosa que ya se había hecho muchas veces en los últimos años, con gobiernos de distinto tono político. Pero resulta que el presidente colombiano Gustavo Petro, ya sea porque pensó que le podía servir para levantar algo en las encuestas, porque se “comió la pastilla” de su propio discurso épico y grandilocuente, o por alguno de los motivos aun menos dignos en lo cuales ha profundizado generosamente la prensa colombiana, decidió prohibir el aterrizaje del avión.

Trump, quien como todo líder pendenciero estaba esperando algún “lomo duro” para dar una lección al mundo de que habla en serio, respondió con todo el arsenal que le permite mandar en el país más poderoso del mundo. Anunció aranceles masivos a todas las importaciones de Colombia, frenó todos los trámites de visas de colombianos para entrar a EE. UU. y canceló las visas de Petro, su familia y dirigentes cercanos.

Un mazazo que tenía el potencial de arruinar en pocos meses la ya frágil economía colombiana.

Petro, en una actitud que pinta lo que ha sido su liderazgo desde que asumió la Presidencia de su país, se largó a una serie de mensajes por redes sociales francamente delirantes. Amenazando con represalias comerciales, poniéndose el disfraz de paladín latinoamericanista y llamando a una especie de revuelta continental contra el villano del norte. Esto en horarios insólitos y con un tono épico, exagerado, incluso para sus estándares. Al mismo tiempo que la cancillería de su país, más consciente de la gravedad del tema, intentaba desarticular la bomba que había encendido su líder.

Bueno, a las pocas horas, las cosas volvieron a su carril. Petro debió comerse sus arengas patrioteras y aceptar todas las demandas de Estados Unidos. No sólo eso, sino que su propio equipo diplomático debió aclarar que todo había sido un error, y que Petro nunca estuvo en sus oficinas durante la crisis.

O sea, un papelón humillante.

¿Cuáles son las lecciones que deja esto? Para empezar, hay que ser consciente del lugar que uno ocupa en el mundo, y del peso real de sus amenazas y capacidades. Segundo, la política exterior es cosa seria, y más cuando del otro lado tenés a una figura como Trump, que no se deja llevar por sentimentalismos o frivolidades formales. Tercero, gobernar un país implica una responsabildiad enorme, y detrás de los discursos y principismos de cafetín, lo que uno hace desde allí puede impactar en la vida de millones de personas.

Por supuesto que las bravatas de Petro, un presidente que no puede controlar la paz en su propio país, pero se cree que puede andar declamando un liderazgo regional, sólo fueron festejadas por Nicaragua y Venezuela. Y no con mucho fervor. ¡Ah! Y por una columna en La Diaria de Montevideo, de alguien que se ve que para atraer el sueño en el calor de estas noches capitalinas, se habrá puesto a releer “La venas abiertas...” y le vino alguna nostalgia de sus años mozos.

En el fondo, el episodio muestra la diferencia que probablemente explica los distintos niveles de desarrollo de uno y otro lado del Río Grande. Al norte, gente pragmática y ejecutiva, que no pierde tiempo en banalidades, y cuyos líderes respetan a sus ciudadanos y cumplen sus promesas de campaña. Al sur, liderazgos mesiánicos, con ínfulas imperiales, pero que no hacen el trabajo duro diario esencial para poder sostener con hechos, lo que dicen sus palabras irresponsables.

Y todavía hay gente que cree que eso tiene algo de dignidad.

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