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En las últimas horas se ha avivado la polémica sobre el rol de la Organización Mundial de la Salud en cuanto al manejo de la epidemia global de coronavirus.
Al punto que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que revisaría la financiación de su país al organismo, ya que mantiene una visión muy crítica sobre su rol en este tema vital. Trump no está solo en tener esa mirada .
La realidad es que el papel de este organismo internacional ha sido lamentable desde que se inició la pandemia en China. Recordemos que los primeros casos de enfermos de COVID-19 en aquel país asiático se dieron a principios de diciembre. Y sin embargo, el 14 de enero, la OMS insistía con que no había riesgo de contagio entre seres humanos. Ya sobre el 23 de enero, el Comité de Emergencia de la OMS se negó a declarar que la propagación del virus fuera una emergencia internacional. El 30 de enero, la enfermedad se había extendido a 18 países, pese a lo cual la OMS rechazaba que se impusieran limitaciones a viajes.
Es más, sobre fines de enero, el presidente de la OMS, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, viajó a China y elogió con inusitado entusiasmo el manejo del gobierno de ese país de la crisis. Manejo que hoy se sabe que estuvo signado por el secretismo y el ocultamiento de datos de lo que realmente pasó allí.
Es que el manejo que ha hecho de este tema la OMS ha sido tan, pero tan malo, que uno de los popes máximos de la medicina europea, el italiano Sergio Romagnani, ha dicho que los pocos casos de éxito en su país en la lucha contra el coronavirus, han sido de aquellas localidades que se han negado a seguir las recomendaciones de la OMS. Esto porque la organización recomendaba solo hacer tests a quienes tenían síntomas, cosa que se demostró era un error. O que afirmó hasta el cansancio que las mascarillas no eran útiles salvo para enfermos o trabajadores de la salud. Algo que ahora la misma organización está diciendo lo contrario.
¿Cómo pudo tener una actuación tan pobre la OMS? Bueno, una respuesta puede encontrarse analizando a la figura de su presidente. El señor Tedros Adhanom Ghebreyesus fue ministro de Salud y Canciller de Etiopía, un país con cifras muy poco estimulantes, no solo en materia de salud pública, sino de respeto a la democracia y a los derechos humanos. Por ejemplo, Etiopía ocupa el lugar 129 en 167 países, en el ranking de democracia de The Economist. Vale señalar que el Dr. Tedros tiene un doctorado en Filosofía, y es el primer presidente de la OMS que no tiene estudios en medicina.
Su llegada al cargo, fuertemente apoyada por China, debutó con una polémica global, al proponer nada menos que a Robert Mugabe, histórico y cruento dictador de Zimbabwe, tal vez la caricatura más perfecta del caudillo mesiánico africano, como embajador de buena voluntad de la OMS.
También es interesante recordar que mientras el Dr. Tedros fue canciller de Etiopía, su país se abstuvo de condenar a Rusia por la anexión de Crimea, y también de condenar al líder sirio Bashar Al Assad, por usar armas químicas contra su propio pueblo.
Todo el planeta está pagando el precio de una institucionalidad multilateral que no da la talla de sus responsabilidades, y que no ha actuado con el profesionalismo e imparcialidad que se le deberían exigir.
¿Cómo pudo llegar alguien así a un cargo de semejante responsabilidad? Bueno, por esos manejos políticos que han marcado a los organismos internacionales en los últimos años. Los mismos que han permitido que Venezuela o Libia integren el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, y tantos otros casos semejantes, que en buena medida han arruinado la legitimidad de la burocracia internacional en las últimas décadas. Una burocracia más preocupada por repartir favores, cargos con sueldos exorbitantes, y mandados políticos, que por cumplir sus funciones de la manera más profesional y efectiva.
Ese es el precio que toda la sociedad mundial está pagando hoy. Porque en un momento en el que se necesita una respuesta global a un desafío mundial, resulta que las instituciones que deberían liderar ese esfuerzo están dominadas por gente incapaz, que no cuenta con respeto ni legitimidad para esa tarea. Uno podría estar en contra del tono y las formas de figuras como el presidente Trump, que critican de manera cruenta a los estamentos y a las instituciones internacionales. Pero en casos como este, uno no tiene más remedio que terminar reconociendo que tiene bastante razón.
La pandemia de coronavirus cambiará muchas cosas a nivel social. Pero también debería cambiar muchas cosas a nivel político en todo el mundo. Una de ellas es que si vivimos en un mundo globalizado, precisamos instituciones internacionales fuertes y dirigidas por los mejores.