¿Por qué no te callas?

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Fue la pregunta que marcó una época.

Corría el año 2007 y en una cumbre iberoamericana realizada en Santiago de Chile, el entonces mandamás de Venezuela, Hugo Chávez, explotaba en arrogancia por su revolución bolivariana. Con afán de erigirse en líder mesiánico regional, rociaba de petrodólares a los gobiernos de izquierda del subcontinente, incluido el nuestro. En esa ocasión tuvo un intercambio de palabras con el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, cuando Chávez, suponiendo que lo halagaría, trató de “fascista” al expresidente José María Aznar, adversario político del primero.

Pero el venezolano no contaba con que en las democracias en serio los rivales se respetan. Rodríguez Zapatero le replicó enojado que no aceptaba insultos dirigidos a su compatriota, a lo que Chávez contestó con nuevos exabruptos. Todo terminó con la imprecación del título, proferida por el rey Juan Carlos, con cara de hartazgo.

Desde entonces, la frase se ha convertido en uno de los mejores eslóganes contra el patoterismo del régimen chavista. Fue motivo de memes, camisetas, carteles y avisos de todo tipo, simbolizando una perfecta síntesis del poder de la razón sobre el palabrerío de los bravucones.

Casi veinte años después, el educador uruguayo Pablo Cayota volvió a usarla en la red social X, para contestar otro exabrupto proferido por su compañero del FA y futuro ministro de Trabajo, Juan Castillo.

Es que, con lo que había declarado a la prensa el dirigente comunista, puso otra vez al desnudo la precaria filiación democrática del Frente Amplio. Castillo dista mucho de ser un político ignoto: comandará nada menos que la cartera que ha ocupado Pablo Mieres de manera intachable.

Y nadie puede sorprenderse del nivel casi fascista de la declaración del nuevo ministro. Alcanza con recordar su tristemente célebre discurso contra el presidente Jorge Batlle en plena crisis del 2002: ¡Chupate esta mandarina!”, le gritó.

Ahora abandonó las metáforas cítricas pero declaró a la prensa con increíble sangre fría que “si González Urrutia no pidió reunión con Orsi, no íbamos a estar recibiéndolo. Orsi no tiene por qué recibir a todo el mundo que ande en la vuelta, y menos si no es nadie”. Así nomás, sin anestesia.

Agregó, por si no quedaba claro, que “los venezolanos han elegido este gobierno” y que “Maduro también dice que presentó las actas”. Los que entonaban el canto de sirenas de que un gobierno del FA no diferiría mucho del de la Coalición, aquí tienen.

Algunos lo tomarán como una opinión aislada, minimizando que la espetó un futuro secretario de estado. Pero alcanza escuchar al designado presidente de ANEP (el órgano rector de la enseñanza pública, nada menos), Pablo Caggiani, quien respaldó los dichos sumando que, a su juicio, en las elecciones de Venezuela de julio pasado “no está claro que haya ganado Nicolás Maduro y no está definido que haya ganado Edmundo González. No está claro qué pasó”. Será que el padecimiento ocular por el que operaron al presidente electo es común a sus huestes.

Por suerte salieron Francisco Astori (hijo del exvicepresidente y ministro) y Mario Bergara, a echar paños fríos, frente a semejantes disparates. Pero, por más que hayan trascendido esas discrepancias aisladas, el Frente Amplio en su conjunto no acompañó la declaración condenatoria de la mayoría parlamentaria oficialista.

Lo que el gobierno actual califica de dictadura, el FA define como “déficit democrático”. Es otro de esos eufemismos indulgentes a que nos tienen acostumbrados, como cuando llaman “consolidación fiscal” a un impuestazo e “inclusión financiera” a la bancarización obligatoria.

Sería bueno que les dijeran a los millones de venezolanos que escapan del hambre, la persecución, la cárcel y la tortura del madurismo que semejante tragedia es para el FA, apenas un déficit democrático.

Sería positivo asimismo -aunque impensableš- que retiraran de los cargos a personas que niegan una realidad infamante en función de sus torpes orejeras ideológicas.

Sin embargo, así son. Los frenteamplistas demócratas saben que no pueden convencer a estos personajes del apego al sistema republicano ni bajarlos de sus pedestales estalinistas. Apenas se limitan a pedirles que mejor se callen. Pero estos no lo hacen. Empoderados por la victoria electoral, van por todo: ni siquiera se dignan a ocultar o edulcorar sus convicciones totalitarias.

¿Hasta cuándo aguantarán aquellos -parafraseando al inefable Castillo- chupar un limón tan ácido?

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