¿Por qué perdió el gobierno?

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El nuevo año y cierta distancia del trajín cotidiano permite agregar alguna reflexión adicional a la pregunta que tantos nos venimos haciendo desde el 24 de noviembre a las 20:30 horas, ¿por qué perdió el gobierno?

Luis Lacalle Pou cierra un quinquenio manteniendo la popularidad siempre en el orden del 50%. Encontrar un presidente que, sin tener la suerte de administrar una bonanza económica como le tocó a Vázquez I y Mujica, tengan estos niveles de aprobación es una rareza extrema hoy en día. Contrariamente a lo que dice algún distraído, la pandemia fue una máquina de arruinar la popularidad de los gobiernos, si no, preguntenle a Alberto Fernández, Bolsonaro, Trump o Piñera. Los niveles de aprobación que logró mantener nuestro presidente son inéditos.

Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué perdió el candidato del gobierno? ¿Cómo ganaron los que descalificaron durante cinco años a este gobierno popular? Son muchas las explicaciones posibles, y casi todas tienen algo de cierto, pero pasados estos días nos vamos a detener en dos motivos que entiendo más importantes: la batalla por el sentido común que la coalición ha perdido y el éxito de Yamandú Orsi en mimetizarse con el oficialismo.

De todos los análisis que se escribieron y dijeron en estas semanas lo que me resulta más insólito es el grado de sorpresa de algunos. El Frente Amplio era el favorito para ganar las elecciones desde hace al menos tres años. Ignacio Zuasnábar se aburrió de repetir durante meses y meses: “elección pareja con leve favoritismo para el FA”, la coalición de izquierda estaba en el entorno del 40% muchos meses antes de la elección. La explicación de cómo la alta intención de voto de la oposición se compatibiliza con la alta aprobación del gobierno no es obvia, pero podríamos arriesgar que el FA conecta mejor con el sentido común de las personas que el oficialismo.

Creo que existe un sector de la ciudadanía sin camiseta, poco politizado, que reconoce que este gobierno lo hizo bien en términos generales, pero que igual está preso de la épica frenteamplista. Gente que empezó a extrañar al Frente Amplio muy poco después de haberse iniciado este gobierno, a pesar de aprobar en términos generales a Lacalle Pou. Es como si a pesar de no tener mayores reparos con este gobierno, sienten que el sentido común frenteamplista los representa mejor: “No está mal esto, pero con el FA me subía más el sueldo”. Ni bien se fue el FA en marzo del 2020, muchas personas olvidaron el penoso último gobierno y mezclaron los 15 años en una nostalgia barata que añoraba las indudables mejoras salariales que se dieron en los primeros 10 años de bonanza importada.

Lacalle Pou ganó en 2019 fruto del hartazgo con un pésimo gobierno. Pero el FA seguía controlando el sentido común de las grandes mayorías a las que les volvió el frenteamplismo al cuerpo, a pesar de no tener nada muy concreto para quejarse del nuevo gobierno.

Pero esto no implicaba que la elección estuviera definida. Recordemos que antes de que el leve favoritismo, Zuasnábar afirmaba la competitividad de la elección. El escenario general de dos mitades muy parejas estaba firme y la popularidad del gobierno era el bastión sobre el que pararse. Acá aparece el segundo elemento, el FA y Orsi fueron exitosos en hacer creer que más o menos éramos todos los mismos. La enorme mayoría de los que definen la elección (digamos el 20% de votantes que realmente se mueve) no percibían realmente distinto que ganara uno o el otro. Fue una elección sin miedo, nadie se tragó ningún fantasma sobre lo terrible que pasaría si ganaba el otro. Las encuestas nos mostraban que los indecisos creían que no había grandes diferencias entre uno u otro candidato. A los indecisos les gustaba Lacalle Pou, pero no rechazaban a Orsi, consideraban que este gobierno fue bueno pero no creían que este fuera un Frente Amplio radical.

Si más o menos siento que las dos alternativas son parecidas, votó al más simpático, al que creo que se parece más a mi, o al que creo que me dará más salario. Orsi ganó esa batalla, los verdaderos indecisos no percibieron dos modelos de país.

Pero cuidado, nada de esto es permanente. La soberbia de dirigentes frenteamplistas puede terminar muy mal. El sentido común que controla el FA es el que cree que el salario puede mejorar siempre sin restricciones si hay voluntad política. Esas expectativas son un boomerang en un contexto económico difícil como el que enfrentarán. Argentina nos muestra lo rápido que el sentido común puede cambiar ante fracasos y frustraciones sociales.

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