El dato de 2023 ratificó una situación que ya lleva varios años y que no está cerca de revertirse: una vez más, hubo más muertes que nacimientos en el país. En año electoral, importa mucho plantear este tema que no ocupa protagonismo en la agenda de prioridades nacionales pero que, sin duda, es de enorme trascendencia para el futuro.
En 2021, 2022 y 2023, murieron en total unas 17.000 personas más que las que nacieron. Eso se debe, sobre todo, a la fortísima baja de nacimientos: fueron cerca de 49.000 en 2015, y bajaron de manera paulatina pero sostenida hasta alcanzar nada más que unos 31.000 en 2024. Si bien el fenómeno no ocurre solamente en Uruguay, y se verifican bajas en la tasa de natalidad en años de pospandemia en varios países relevantes de Occidente, lo cierto es que para nuestro caso debe agregarse una política específica de planes para el control de la natalidad en adolescentes, que se inició en 2015 y que tuvo una fuerte consecuencia en la baja de nacimientos de madres jóvenes en todo el país.
A estos datos deben sumarse también otros muy relevantes y que casi siempre son disimulados por los especialistas en estos temas: por lo menos en las últimas dos décadas, y dejando de lado un par de años excepcionales, de manera sistemática cada año han emigrado más uruguayos que los que llegaron a instalarse al país. Esto quiere decir que tanto por la vía del crecimiento vegetativo de la población (la diferencia entre nacimientos y muertes), como por la vía de la migración internacional de uruguayos (saldo entre uruguayos que parten al exterior y que llegan desde el exterior), somos un país que pierde población casi de manera permanente.
Hay todo un discurso globalista muy acorde a lo políticamente correcto que subraya que, en verdad, hace algunos años que recibimos mucha inmigración extranjera. Por ese lado, se argumenta, lograremos paliar esa pérdida de población uruguaya y sumar brazos productivos a la vida del país. Sin embargo, hay al menos dos problemas en este sentido que no son lo suficientemente tenidos en cuenta. En primer lugar, Uruguay no es comparativamente el país que más ha recibido esa inmigración regional -venezolanos y caribeños, sobre todo-, ni en cifras absolutas (obviamente) ni en cifras relativas al total de su población. En concreto: no somos un destino de predilección para fuertes corrientes migratorias de manera de disponer allí de un volumen poblacional que amortigüe nuestra mala situación demográfica general.
En segundo lugar, lo que se conoce desde hace décadas de la emigración uruguaya señala que quienes parten al exterior están comparativamente mejor educados que quienes se quedan a residir aquí: emigra gente joven, mejor instruida y que, por tanto, hace sentir mucho su ausencia en el tejido social, cultural y económico del país -sin contar que, además, esa emigración joven está llamada a tener familia en el exterior-. En este sentido, no hay ningún estudio lo suficientemente serio y amplio que permita comparar las características de esa emigración internacional uruguaya, con las características sociales y educacionales de los inmigrantes que recibe Uruguay. ¿Acaso ganamos con el saldo final de esos movimientos poblacionales, con inmigrantes comparativamente mejor formados, o perdemos porque no logramos que ese tipo de migrantes se instalen en nuestro país a la vez que seguimos perdiendo mucho de lo mejor de nuestro capital poblacional que decide partir al exterior?
Así las cosas, la situación demográfica que estamos gestando es explosiva. Por un lado, una población con mayor esperanza de vida, más longeva y que no logra siquiera un crecimiento vegetativo mínimo. Por otro lado, una población en edad de trabajar que sigue partiendo al exterior seducida por mejores horizontes de realizaciones económicas, familiares y profesionales.
Finalmente, el resultado tan negativo de estos tres años en materia de nacimientos nos tiene que hacer reflexionar sobre qué país estamos construyendo demográficamente. El discurso malthusiano dominante en las agencias internacionales dedicadas a estos asuntos, totalmente ideologizado, siempre insiste con que no da ningún resultado fomentar económicamente más nacimientos por familia. Empero, es claro que el próximo gobierno deberá tener este tema como una de sus prioridades: así como vamos y si no hacemos nada para cambiar esta realidad, es seguro que tendremos una bomba demográfica como problema que nos explotará más temprano que tarde en la vida del país.