La conmemoración histórica de la Cruzada Libertadora que se inicia en abril siempre se festeja con la solemnidad debida, ya que es la gesta más importante que a partir de 1825 termina en la independencia y la formación del Estado oriental en 1830. Sin embargo, importa también recordar en este año tan particular en el que se cumplen dos siglos de todo aquello, algunos de los preparativos y de los protagonistas que hicieron posible esa magnífica empresa oriental.
La Cruzada Libertadora no fue una iniciativa sencilla de llevar adelante. En efecto, fue a lo largo del mes de abril que se fueron sumando las partidas de embarcaciones que terminaron cruzando el río Uruguay en la noche del 18 y del 19 de abril. Por un lado, el 1° de abril se embarcaron en San Isidro, Buenos Aires, nueve hombres que fueron la vanguardia del movimiento. Manuel Oribe los encabezaba. Llegaron hasta la isla de Brazo Largo donde aguardaron por espacio de unos interminables 15 días a que se le reuniera el resto de los conjurados. Por otro lado, el 11 de abril Juan Antonio Lavalleja y los suyos pretendieron embarcarse desde Barracas, pero recién pudieron reunirse con la vanguardia seis días más tarde: la demora, que pudo haber sido fatal para todo el movimiento, obedeció al mal clima para cruzar el río.
En esas dos semanas de espera, cruzaron Manuel Oribe, Manuel Lavalleja y el baqueano Echeveste a la costa oriental, con el objetivo de que Tomás Gómez previera esperar a los patriotas con caballos para poder iniciar las acciones en la Banda Oriental hacia el 12 de abril. Los retrasos sucesivos complicaron las cosas, porque Gómez fue durante cuatro noches consecutivas a esperar a los cruzados con las caballadas prontas, hasta que finalmente fue sorprendido por una partida brasileña y tuvo que huir a Buenos Aires. Dejó, sin embargo, en manos de los hermanos Manuel y Laureano Ruiz la responsabilidad de la tarea que él ya no podía cumplir. Ellos fueron a su vez luego también comprometidos por Oribe y Manuel Lavalleja quienes, apretados por el hambre en la isla, habían vuelto a cruzar el río para conseguir víveres.
No debe pensarse pues que la Cruzada Libertadora se hizo con la facilidad de un chasquido de dedos. No solamente había partidas brasileñas que, advertidas de la voluntad libertadora de los orientales en Argentina, controlaban con mayor celo las fronteras del litoral cisplatino. Sino que también el río estaba custodiado, al punto de que los dos lanchones que cruzaron a tierra oriental en la noche del 18 al 19 de abril tuvieron, en un momento, lanchas imperiales a babor y a estribor que, felizmente, no se percataron del movimiento.
Por todo el riesgo que envolvía a la empresa es que se hace más valioso aún el apoyo que recibieron los Treinta y Tres Orientales de parte de importantes saladeristas y estancieros porteños y orientales afincados en Argentina. Se destacaron Pascual Costa, a quien Lavalleja alquilaba un local; Juan Manuel de Rosas, que incluso cruzó a Uruguay con la excusa de comprar ganado y de esta forma tomar el pulso de la situación pre- revolucionaria en la provincia ocupada por los brasileños; Juan José Lezica; los hermanos Juan José y Tomás Anchorena, de inmensas riquezas comerciales y terratenientes; y el muy bien vinculado empresario oriental Pedro Trápani: todos ellos realizaron colaboraciones pecuniarias y personales enormes y decisivas.
Infelizmente, en el siglo XX cierta literatura histórica ha subrayado sobre todo el interés que toda esa dirigencia económica porteña tenía de volver a contar con los ganados de la Banda Oriental para sus negocios. Ciertamente, ese interés existió. Sin embargo, ha sido consecuencia de una miopía ideológica muy extendida privilegiar entre las razones del apoyo porteño a tales motivos económicos: había, sobre todo, una razón patriótica más importante y superior, ya que sin ella no se explica que esos actores volcaran tanto dinero a una empresa militar y libertadora cuyas posibilidades de triunfo para nada estaban garantizadas en abril de 1825.
El aporte de armas y de partidas gauchas fue también relevante al pisar suelo patrio. Manuel Oribe se hizo rápidamente de las que había escondido luego de la intentona libertadora de 1823, y junto a los apoyos en caballadas se fueron sumando orientales a la patriada. Así, sin tanto bronce y solemnidad como los que luego merecidamente la Historia le puso, con penurias y dificultades, se inició hace 200 años la Cruzada Libertadora.