Luego de las elecciones internas ha existido una especie de impasse por el que ninguno de los partidos decidió mover primero de cara a los comicios nacionales de octubre. Bien mirado, este período de más de un mes fue un páramo de actividad política, más allá de algunas presentaciones de ocasión y las inevitables reacciones a los hechos del contexto, como los casos de corrupción rampante en Artigas que complicaron al Partido Nacional y las elecciones en Venezuela, que insólitamente le pegan al Frente Amplio por su defensa de la dictadura de Maduro.
Seguramente lo que viene aconteciendo es parte de la estrategia definida por los distintos candidatos. Daría la sensación de que en filas nacionalistas y frentistas se creen que la inercia los favorece y una elección sin olas los va a llevar al triunfo. Uno de los dos partidos, naturalmente, está equivocado.
O quizá los dos pueden pensar los colorados envalentonados por el crecimiento de las últimas encuestas, aunque es muy difícil de imaginar que el Partido Colorado desplace al Partido Nacional como principal lema de la Coalición Republicana.
En todo caso, las apuestas parecen ser a minimizar errores más que a correr riesgo, como si a blancos y frentistas les sirviera el resultado que están obteniendo. Al mirar las cifras que arrojan las encuestadoras se pueden ver realidades muy distintas que pueden ambientar el optimismo en ambos bandos; los números de intención de votos por partido (que ahora luego de junio ya son también con los nombres de los candidatos) muestran un leve favoritismo hacia el Frente Amplio, pero los números de aprobación del gobierno, y los datos duros de la economía juegan a favor del oficialismo. ¿Cómo puede entenderse esta conjunto de información que en principio parece contradictoria?
En una actividad organizada por el CED la semana pasada el director de Equipo Consultores Ignacio Zuasnabar afirmó que una de dos posibilidades ocurrirá por primera vez; que el Frente Amplio pierda una elección con más del 40% de intención de voto a esta altura del partido o que el oficialismo pierda la elección con más del 40% de aprobación del presidente.
Es claro que todas las encuestadoras están dando al Frente Amplio por encima del 40% y eso parece una fortaleza importante a menos de tres meses de las elecciones. Si se tiene en cuenta que la suma de partidos de la Coalición debe ser varios puntos superior al Frente para que el oficialismo tenga chance en segunda vuelta, se encuentra un argumento de interés para el optimismo opositor.
El tema a tener en cuenta es si el peso de los otros factores puede moverse en un sentido más favorable a la Coalición. En efecto, lo habitual hacia el final de un período de gobierno es que la popularidad del presidente de la República suba y, de hecho, parece ser lo que está ocurriendo.
Lacalle Pou es el político en actividad más reconocido por la población y gracias al error infantil del bloque FA-Pit-Cnt de impulsar un plebiscito populista contra la reforma de la seguridad social no solo le dan pie a intervenir en la campaña, de hecho, lo obligan al presidente a salir al ruedo para defender al país del cataclismo que implicaría derogar la reforma aprobada el año pasado junto con la de 1996.
Un presidente con una altísima popularidad, cuyo carisma y capacidad son un dato de la realidad, puede inclinar la balanza hacia el oficialismo, y esta parece ser la carta de triunfo a la que apelan los blancos. Los otros factores objetivos que pueden favorecer a la Coalición Republicana son los datos económicos: 100.000 empleos creados en el período, incremento del salario real de casi 3% sobre el nivel de 2019, ingreso real y de los hogares en récord del último medio siglo y consumo en franco crecimiento deberían jugar por la reelección del gobierno.
Al final del día parece que estamos ante un escenario en que la intención de voto favorece al Frente Amplio y los demás indicadores a la Coalición Republicana. ¿Qué pesará más para determinar el resultado de la elección? Ante una campaña anodina y con escasa diferenciación de propuestas, con candidatos que dicen poco aparentemente por estrategia y un electorado poco interesado en estos asuntos, se puede pensar que finalmente pueden pesar más los factores más duros y estructurales. En este caso, le intención de voto tendería a estrecharse e iríamos a un escenario parecido al del balotaje de 2019 y el referéndum sobre la LUC. En algo más de dos meses sabremos de qué lado cayó la moneda.