Retomando lo de la mentira

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La mentira se ha vuelto un sofisticado instrumento político, cada vez más usado en estos tiempos que corren. De punta a punta en todo el mundo, una de las formas más practicadas en el ejercicio del gobierno y en el debate, es inventar datos, fabricar relatos, pasar por verdaderas cosas que son falsas. Se trata de toda una deliberada estrategia, que va incluso más allá de las tan preocupantes “fake news” o noticias falsificadas.

Nuestra reflexión de hoy fue estimulada por una muy interesante columna publicada en este diario por Martín Aguirre el domingo pasado, donde hacía clara referencia a este fenómeno por haber participado en una mesa redonda que trató el tema en la Universidad de Montevideo.

Su práctica, cada vez más extendida, ha sido una de las realidades que horadan en forma creciente, la democracia en el mundo. Ya nadie sabe qué es verdad y qué no, cuál hecho ocurrió y cuál no, quién nos engaña y quién no.

En la época kirchnerista en Argentina, se hablaba del “relato”. Siendo presidenta, Cristina Kirchner solía difundir largo monólogos desde la Casa Rosada en los que hablaba sobre sus geniales logros pese a que nunca se habían alcanzado, sobre una realidad que no existía y una historia que nunca había ocurrido de esa manera.

En ese sentido, Martín Aguirre en su columna señala una de las grandes mentiras establecidas en la Argentina de esa época y que todavía muchos quieren mantener. Mentira que parte aguas en la sociedad, pero que si se rasca un poco, se trata de algo que moviliza fanáticos pero no tiene mucho sentido. Nos referimos a la afirmación kirchnerista de que el número de desparecidos por culpa de la dictadura militar de los años 70, fue de 30.000 y no de unos 10.000 como estableció el famoso y preciso informe titulado “Nunca Más” con un legendario prólogo escrito por el novelista Ernesto Sábato.

La mentira surgió porque en tiempos en que los exiliados recorrían los organismos europeos para pedir apoyo a su causa, decir la cifra más alta permitía pensar en que en Argentina había habido un genocidio (como si 10.000 no lo fuera). Y de ahí pasó a ser un dogma y hasta hace poco, estuvo prohibido negarlo en la provincia de Buenos Aires.

Lo curioso, tal como lo señala Aguirre, es que esa mentira se defiende en ciertos círculos dogmáticos acá, como lo demuestra una pintada en los muros de la Universidad de la República que dice, tan solo, “son 30.000”. La mentira sobre un dato de otro país, se importa y afianza como si el problema del número fuera nuestro.

Donald Trump inventó, en su presidencia anterior, lo de la “verdad alternativa”, o sea dejar claro que solo sus mentiras eran la verdad. Cosa que sigue ocurriendo ahora con menos pudor que antes.

En una famosa entrevista radial el reconocido periodista español Carlos Alsina, le preguntó al presidente del gobierno, Pedro Sánchez, “por qué mentía tanto”. Sorprendido ante la pregunta, Sánchez respondió que no mentía sino que simplemente cambiaba sus políticas. Lo cierto es que prometió que jamás haría determinados acuerdos, y los hizo; que nunca permitiría determinadas concesiones y terminó cediendo. Todo en temas sensibles a la institucionalidad española.

Al final, ese juego cada vez más difundido de la mentira, lleva a la desconfianza no solo en el gobernante, sino en la forma de gobierno, en la democracia. Así es como en tantos lugares del mundo empezó esto que podría llamarse un asedio a la democracia.

La mentira desembozada se convirtió en un método por el cual para desmentir, se recurre a otra mentira y donde no corre aquello de que las falsedades “no resisten un archivo”. Los archivos están, sin duda, pero a nadie le importa lo que hay en ellos. A muchos no les afecta que se les recuerde por lo que antes dijeron o hicieron y que ahora sea exactamente lo opuesto. Además, los registros digitales pueden ser modificados y manipulados.

Es verdad que el ejercicio habitual de la política lleva a que cierta información se distorsione o se oculte. Pero lo que vemos en estos tiempos es algo extremo, muy descarado, una práctica convertida en sistema, en método, en algo naturalizado como bueno, un perverso instrumento para el engaño masivo.

Por eso resultó oportuna la reciente columna de Martín Aguirre e incluso que el tema mereciera una discusión de fondo en paneles universitarios o que, como hacemos aquí, se procese en nuestros editoriales. Es un problema difícil de combatir, pero exponerlo y discutirlo es una forma de empezar.

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