EDITORIAL
La izquierda, tan amante de la democracia en sus discursos, termina siempre apoyando a los gobernantes más autoritarios, como en el caso de los comunistas con Stalin; de Seregni, que se jugó en favor del golpe de Estado de febrero de 1973...
Hoy es una fecha particular: se cumplen 65 años de la muerte de Stalin y cinco años de la muerte de Chávez, dos grandes referentes políticos de la izquierda sudamericana y de la nuestra en particular.
Señalar que Stalin ha sido una referencia para la izquierda latinoamericana seguramente cause escozor en mucha gente. En efecto, a 65 años de su muerte y a casi tres décadas ya de una mayor apertura de los archivos históricos de lo que fue la Unión Soviética, todos los estudios historiográficos y políticos más serios han dado cuenta del terrible liderazgo de quien era apodado "Koba". Condujo uno de los Estados totalitarios más terribles de la historia de la humanidad. Pero las atrocidades de Stalin, cuyo conocimiento luego de 1953 se fue transformando en amplio y acabado, no eran un secreto para nadie ya en los años 30 o 40 del siglo pasado.
Sin embargo, renombrados poetas afines a la izquierda alabaron a Stalin al momento de su muerte. Pablo Neruda, por ejemplo, en su "Oda a Stalin", escribió: "su sencillez y su sabiduría/ su estructura/ de bondadoso pan y de acero inflexible/ nos ayuda a ser hombres cada día/ (…) y hay que aprender de Stalin/ su intensidad serena/ su claridad concreta/ su desprecio/ al oropel vacío". Otro ejemplo, el de Rafael Alberdi: "Padre y maestro y camarada:/ quiero llorar, quiero cantar./ Que el agua clara me ilumine/ que tu alma clara me ilumine/ en esta noche en que te vas". Y en tiempos de Stalin en el poder, también los comunistas uruguayos alabaron al tirano de Moscú: en 1951, por ejemplo, cinco comunistas uruguayos viajaron a la Unión Soviética y volvieron maravillados. Uno de ellos, el ingeniero José Luis Massera, un matemático de renombre internacional, declaró a su vuelta al país que "lo más hermoso que he visto allí es el hombre, el hombre soviético".
El caso de Chávez, con ser más reciente su muerte, no deja de figurar también como referencia para el Frente Amplio gobernante, lo cual por cierto no es novedad para nadie. Algún seregnista recordará, quizá, que en sus primeras visitas a Montevideo el golpista Chávez solo fue recibido por los tupamaros, ya que el líder histórico del Frente Amplio estaba convencido de que el venezolano no era más que uno de los tantos militares antidemocráticos de la región. Empero, lo cierto es que hubo pocos gobiernos más alineados al chavismo en Sudamérica que el de Mujica, por ejemplo; y que hasta el día de hoy, infelizmente, el gobierno de Vázquez conduce la política exterior más favorable al dictador Maduro de todo el Mercosur.
Como en el caso de Stalin, ya llegará el tiempo en el que los estudios históricos apaciguados den cuenta del saqueo de corrupción y desgobierno que significó Chávez y el chavismo en el poder en Venezuela. Pero, también como en el caso de Stalin, no es posible afirmar que en todos estos años no se tuvieran noticias de los extremos autoritarios del poder chavista, de sus violaciones a los derechos humanos y de la falta de sentido democrático de su régimen.
Alcanza con fijarse, por ejemplo, en el editorial de este diario por la muerte de Chávez en 2013 para tomar nota de lo que todo el mundo en Uruguay, menos la izquierda, siempre tuvo claro con respecto a Chávez: "Con el paso de los años, el chavismo en el poder se fue pareciendo cada vez más a una de las tantas dictaduras que asolaron a Latinoamérica en el siglo XX (...) de sus relaciones extra-continentales, con Hussein o Gadafi en su momento, o con Mugabe, Ahmadineyad y Putin hasta nuestros días, quedará el recuerdo de su infame complacencia hacia los regímenes menos democráticos del mundo".
Alguno podrá preguntarse por qué es que la izquierda, tan amante de la democracia en sus discursos, termina siempre apoyando a los gobernantes más autoritarios, como en el caso de los comunistas con Stalin; de Seregni, que se jugó en favor del golpe de Estado de febrero de 1973; del socialista Vivian Trías, que se esperanzó con la dictadura de Videla; o del actual gobierno de Vázquez, que ha contemplado demasiado las pretensiones del dictador Maduro. Es pecar de ingenuidad: nuestra izquierda, infelizmente, no nació con un ADN democrático, sino que enarbola la bandera democrática con cinismo, solo cuando cree que así defiende la causa de sus amigos.
La izquierda uruguaya cree que la política es enfrentamiento entre amigos y enemigos, según la vieja dicotomía fijada por el teórico Carl Schmitt. Por eso en su momento adhirió convencida al sistema totalitario de Stalin y apoyó al régimen autoritario de Chávez. Que nadie lo olvide.