La tragedia chilena

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No son 30 pesos, son 30 años”. Este slogan repetido miles de veces durante las manifestaciones callejeras de los últimos dos años en Chile, resume la enorme tragedia de ese país.

La frase refiere a que el problema que generó el estallido social de octubre de 2019 no fue por causa de los 30 pesos de aumento en el sistema de transporte público de Santiago de Chile, sino por causas más profundas y estructurales que abarcaban, en verdad, el amplio período de los 30 años de la democracia chilena.

En un proceso paralelo, y cumpliendo con el régimen electoral e institucional que sigue rigiendo en Chile, se está procesando una elección presidencial para el próximo 21 de noviembre. Las principales encuestas sitúan al candidato Boric, de izquierda y que representa al acuerdo formado por el Frente Amplio y el Partido Comunista, como el que llega primero en intención de voto. Luego, el candidato de derecha Kast podría estar perfilándose para llegar en segundo lugar; y más atrás aparecen Sichel, que es apoyado por los partidos que están en el gobierno de Piñera, y la candidata demócrata cristiana Provoste. ¿Será un enfrentamiento de balotaje protagonizado por los extremos Boric y Kast el que termine primando?

En cualquier caso, la tragedia chilena está en que, tanto en la convención constituyente como en el proceso electoral presidencial, nadie reivindica las tres décadas de mejor desempeño económico, social y político de Chile a lo largo de su historia, es decir, el largo período tan denostado por el slogan de los 30 pesos- 30 años repetido miles de veces desde octubre de 2019.

En vez de reconocer el enorme y excepcional avance que Chile logró desde 1990 bajo gobiernos de centro izquierda en alternancia con otros de centro derecha, que permitió bajar su pobreza drásticamente, contener su inflación, invertir en infraestructura, abrir su economía al mundo y generar sectores de alta competitividad internacional, mejorar su histórica desigualdad social, y sostener el gran ascenso económico de enormes clases medias que en estas décadas lograron acceder a bienes y servicios que jamás sus antepasados habían siquiera imaginado obtener, el país ha decidido tirar por la borda la experiencia social y económica más exitosa de su historia y la de mejores resultados en todo el continente.

Hay que prestar atención a la tragedia chilena que está ocurriendo en vivo y en directo. Infelizmente, es un espejo que refleja una realidad política de la cual hay que alejarse radicalmente si queremos buscar el bienestar y la prosperidad de nuestro país.

¿Cómo puede considerarse al presidente socialista Lagos como un neoliberal, por ejemplo, o cómo puede sostenerse que la primera administración de Piñera haya implementado políticas regresivas en desmedro del pueblo, cuando a lo largo de estas tres décadas tanto los gobiernos de izquierda como los de derecha lograron que Chile creciera y que la riqueza se multiplicara entre las clases medias? La respuesta es la campaña de desprestigio generada por la extrema izquierda, esa de la que forma parte el Partido Comunista chileno, y que no cree ni en las virtudes de la democracia representativa como forma de gobierno ni en la economía de mercado como mejor forma de generar riquezas. Es una campaña que caló hondo en unas nuevas generaciones cuyas expectativas de mejoras económicas y sociales se han visto frustradas, y que calza muy bien con el dogmatismo ciego de una generación de viejos izquierdistas que siguen creyendo que hay que hacer la revolución socialista como en tiempos de Allende.

En esta visión de las cosas, se insiste en que fueron tres décadas que traicionaron al pueblo, instalaron el neoliberalismo, profundizaron las desigualdades sociales y sumieron a las clases medias y populares chilenas en procesos de endeudamientos financieros y angustias en sus expectativas que, naturalmente, estaban llamados a terminar en estallidos de violencias inauditas. A partir de este diagnóstico, Chile se embarcó en cambios institucionales relevantes, al punto de votar por una convención constituyente que tendrá la tarea de redactar una nueva Constitución que sustituya la aprobada en 1980 (en plena dictadura de Pinochet).

La tragedia chilena es que la convención constituyente no parece querer fijar una Constitución moderna, liberal en lo político y que potencie la economía de mercado. Y que la elección presidencial parece conducir hacia una polarización extrema que tampoco ayudará a reencontrar un camino de paz social con crecimiento económico vigoroso.

Hay que prestar atención a la tragedia chilena que está ocurriendo en vivo y en directo. Infelizmente, es un espejo que refleja una realidad política de la cual hay que alejarse radicalmente si queremos buscar el bienestar y la prosperidad de nuestro país.

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