En Estados Unidos ocurre una polémica apasionante. Comenzó cuando un grupo de periodistas del Washington Post armó una revolución, porque ese diario se negó a publicar un editorial (ya redactado) en apoyo a Kamala Harris. Se trata de una tradición de ese país, que los medios anuncien su apoyo a tal o cual candidato previo a una elección.
La revolución, a diferencia de lo que pasó hace unos años en el New York Times, que despidió a su editor de Opinión porque a un grupo de periodistas no le gustó que le publicara un artículo a un senador republicano, no pasó a mayores. Pero generó que Jeff Bezos, dueño del diario y uno de los empresarios más ricos del mundo, publicara una carta donde dice una verdad incómoda.
Los medios no solo deben ser honestos y objetivos en su trabajo. Sino que, además, deben ser creíbles. Una cualidad que las encuestas muestran viene en caída en todo el mundo. Esto tiene muchos motivos, pero uno de los principales es que el periodismo, como otras áreas de las ciencias sociales, está demasiado influido por la sensibilidad y forma de ver el mundo de una elite, con exceso de soberbia y petulancia, que no busca informar y aportar insumos a la sociedad para que se haga una imagen propia de lo que pasa. Lo que busca es convencerla de que su propia visión es la única aceptable. Y cuando ve que eso no pasa, abre una fosa en esa sociedad, de un lado de la cual están los pensantes y del otro un grupo de estúpidos que no merece más que desprecio. Los “aborrecibles”, según dijo Hillary Clinton.
Lo que dice Bezos no solo es verdad, sino que está detrás del masivo apoyo que ha logrado Trump en un país del primer mundo como Estados Unidos. La gente lo vota, en buena medida, para hacer enojar a esta elite que lo desprecia. Algo parecido comienza a suceder en Uruguay.
Es impactante cómo la sensibilidad y forma de ver el mundo que domina en el Frente Amplio, se ha vuelto hegemónica entre analistas, expertos, periodistas y los más promocionados científicos sociales. Al punto que ese sesgo domina todas las formas de entender lo que pasa en nuestra sociedad.
El resultado de la elección del domingo ha mostrado que todas las empresas de opinión pública “respetables”, sobreestimaron la intención de voto del Frente Amplio en cifras que rozan el límite del margen de error. Y subestimaron la del Partido Nacional, en casi todos los casos más allá de ese límite. Hubo una empresa que llegó a decir que el PN, a semanas de la elección, tenía una intención de voto del 21%, algo imposible de aceptar por cualquiera con un mínimo de conocimiento de la historia y la sociedad uruguaya.
Desde ya que ningún periodista o analista de respeto ha centrado su foco en esto. Un detalle que tiene un efecto tangible, ya que esos mismos periodistas y analistas, suelen usar las encuestas de una manera ridícula en la previa de la elección. Como si los programas o ideas de un partido no importaran, y la política fuera un partido de fútbol cuyo único interés es el resultado. Hipotético, además.
Esta sensibilidad, hemipléjica y soberbia, tiene otra faz importante. Y es el doble discurso a la hora de evaluar las conductas.
Por ejemplo, la mayoría de los periodistas y analistas se pasaron la última semana electoral debatiendo sobre la “campaña sucia” de Ojeda. Igual que la elección pasada, se convirtió en tema excluyente un video de Manini Ríos hablando a los militares. Dos tonterías que no ameritarían ni un “breve” en un diario hace unos años.
Pero en el mismo día de la elección, en plena veda, el periódico frenteamplista La Diaria, pautó publicidad en todas las plataformas para difundir un supuesto documental sobre el “caso Astesiano”. Un panfleto indigno, donde de lo que menos se habla es de Astesiano, y se busca asociar al presidente Lacalle Pou a todo tipo de delitos. Pese a que las causas judiciales al respecto, después de años de ventilar hasta sus mensajes más íntimos, no lograron acusarlo de nada. ¿Algún periodista o politólogo habló del tema? ¡No! ¿Usted se imagina el escándalo si El País hubiera hecho algo así con el Antel Arena o la Regasificadora?
Esto es apenas una muestra, del sesgo cada vez más insoportable que tienen los sectores pretendidamente ilustrados respecto al resto. Algo que, como pasa en EE.UU., está generando el caldo de cultivo para el desprestigio de medios e instrumentos hasta ahora aceptados por todos.
Acá no tenemos un Trump. Pero si analizamos lo que pasó en su momento con Cabildo, y ahora con Salle, no es difícil percibir el germen del mismo problema que hoy daña a las democracias más avanzadas.