Asume hoy la presidencia de Estados Unidos (EEUU) Donald Trump hasta enero de 2029. Más allá de lo polémico del personaje, importa mucho prestar atención a los cambios que en política internacional su presidencia trae consigo.
En primer lugar, para la región de Medio Oriente el respaldo a Israel será mucho más claro y contundente que lo que ha sido EEUU bajo la presidencia de Biden. Todo el juego negociador que los demócratas, desde Obama hasta Biden, han intentado llevar adelante con Irán habrá terminado radicalmente bajo Trump, cuyo objetivo civilizatorio es apoyar a la primera trinchera de Occidente, que es Israel en Medio Oriente, a la vez que seguir promoviendo los acuerdos de Abraham, que involucran a países sunitas de la región, para estabilizar una paz duradera basada en el reconocimiento y la soberanía israelí.
En segundo lugar, el contexto más álgido estará marcado por la región Asia Pacífico y el vínculo con la potencia ascendente china. Todas las amenazas de Trump en torno a un aumento radical de derechos aduaneros a los productos chinos que ingresen a EEUU buscan en realidad contrarrestar el desarrollo económico de Pekín que ha venido de la mano de un fenomenal crecimiento de su gasto militar y de una gran expansión de su influencia en toda la zona Pacífico. Hay allí aliados naturales de EEEUU, como Australia, Nueva Zelanda, Japón y hasta la propia India, que tendrán un protagonismo relevante de manera de contener a China, a la vez que garantizar la independencia del desarrollo económico de Taiwán, clave mundial en materia de semiconductores para las industrias de tecnología de punta.
En tercer lugar, todo el mundo espera que Trump llegue con un acuerdo rápido que termine la guerra en Ucrania. Por un lado, porque el presidente ha dicho ya que no es tarea de EEUU participar en guerras regionales alejadas de sus intereses geopolíticos cercanos. Por otro lado, porque le es fundamental estabilizar esa región tan próxima a Rusia de manera de asegurar la paz de sus principales socios europeos de la OTAN. Con los enormes desafíos internos que tiene Trump, no es razonable perder energías en un conflicto que se ha eternizado, con centenares de miles de víctimas y con el involucramiento de una potencia nuclear como Moscú que lejos está de darse por vencida, y que puede transformarse en un enorme factor de desestabilización mundial -en Europa del Este, pero también en la península de Corea, en el norte de África a través de su influencia en Libia, y en Oriente Medio con sus vínculos siempre complejos tanto con Turquía como con Irán-.
Hacia nuestro continente Trump ha dado señales contundentes que deben ser bien entendidas. Primero, forzará a México a colaborar fuertemente en el mayor control de la potentísima corriente migratoria ilegal que ha asolado a EEUU en estos años de administración Biden. No es que Trump esté en contra de los inmigrantes; sí que es evidente que, por un problema de seguridad nacional básico, la primera potencia militar mundial debe tener un estricto control de sus fronteras. Segundo, al nombrar al destacado político de ascendencia cubana Marco Rubio como secretario de estado de EEUU, Trump envía un mensaje fuerte a las Américas: vínculos estrechos sí, pero sobre bases democráticas que impliquen terminar con el flagelo de la desestabilizadora dictadura cubana y su satélite venezolano. Finalmente, Trump ha designado claramente como su principal aliado a la Argentina de Milei. Se trata de una evolución histórica que puede llegar a traer enormes cambios también para el sur del continente, ya que si se termina efectivizando la promesa de un tratado de libre comercio bilateral Washington- Buenos Aires, es claro que el esquema proteccionista con el que se entiende al Mercosur desde Brasilia habrá volado por los aires.
El apabullante triunfo de Trump en noviembre pasado le permitió disponer también de mayorías en el Congreso. Lo que se viene en este sentido es una reivindicación internacional de los valores de patriotismo y defensa de la identidad occidental que son opuestos a las corporaciones internacionales de pretensiones de gobiernos elitistas y globalistas -como la Organización Mundial de la Salud, por ejemplo-, y un EEUU concentrado en apoyar a sus aliados en esta cruzada conservadora mundial.
Estamos pues ante un EEUU completamente distinto al de los años de la administración Biden. En el caso de que Trump logre concretar así sea una parte de su relevante agenda, sin duda el mundo de 2029 será completamente diferente al actual.