Las universidades privadas, o las estatales en los países donde no son gratuitas, tienen una idea clara de cuánto le cuesta a cada estudiante hacer su carrera hasta graduarse.
Lo saben porque es lo que deben cobrar al estudiante. O en el caso de Estados Unidos donde las universidades públicas, que son pagas, ofrecen descuentos a los que viven en el estado donde se ubica esa universidad (y por lo tanto pagan sus impuestos allí), porque deben saber cuál es la diferencia a cubrir.
También lo saben las fundaciones que dan becas porque ellas pagan los cursos del becario: no es que la universidad los “regala”. Estas reflexiones vienen a cuento porque hace unos días se dio a conocer que apenas el 27% de los estudiantes de la Universidad de la República aprueban al menos una materia al año.
Se trata de una cifra difícil de internalizar. ¿Sólo el 27% termina por lo menos una materia al año? ¿El enorme resto ni siquiera eso? La cifra lleva, como es lógico, a una cadena de inquietantes dudas. En ese contexto, ¿puede ser contado como tal, un estudiante inscripto pero que no da por terminado ninguno de sus cursos? E incluso los que aprueban un único curso anual, ¿De qué manera se los considera integrantes de esa institución?
Ante esa realidad, es lógico preguntarse en base a qué datos elabora su presupuesto la Universidad de la República. Se supone que tiene una cantidad determinada de estudiantes, por lejos mayor que cualquiera de las universidades privadas. Pero si ese es el ritmo de aprobación de asignaturas por año, es obvio que el número de egresados es mucho menor al de inscriptos. Hay una desproporción enorme entre una cifra y otra. Eso distorsiona el funcionamiento universitario y la manera de elaborar el presupuesto.
Esto no quiere decir que la universidad estatal no produzca egresados. Una fiesta anual muy reconocida que suele hacerse en el Parque de los Aliados, es la de los médicos recién recibidos al celebrar la culminación de su carrera. Y vaya si es un número alto por año.
Importa que en un país haya personas bien formadas, con nivel terciario, profesionales competentes y cabezas biempensantes. Eso no significa que todo el que salga de la Secundaria deba necesariamente pasar a las aulas universitarias. Hay gente que no le interesa seguir estudiando y prefiere dedicarse a otras actividades, igualmente satisfactorias y necesarias. Hay quienes no encuentran en la oferta de las facultades, algo para lo cual sienta vocación. Cada uno tiene sus gustos, sus intereses, sus preferencias y es bueno que pueda encontrar un camino para prepararse, dentro o fuera de una universidad.
Sin embargo, es evidente que un porcentaje importante de quienes terminan la secundaria, corre a anotarse en la Universidad aun cuando no tienen idea si de verdad les interesa estudiar allí.
Habrá quien se pregunte por qué eso no pasa en las universidades privadas. Es obvio que si el estudiante tiene que pagar una cuota mensual, lo pensará dos veces. No es cuestión de andar tirando dinero y perdiendo tiempo. No se trata de poner en discusión la gratuidad de la Universidad estatal. Pero sí importa dejar claro que ella está invitando a cierta irresponsabilidad por parte de ese porcentaje de jóvenes que se anotan, van a los cursos, ocupan lugares y luego no se presentan al examen o no cumplen con los requisitos para terminar un curso.
Eso tiene un costo. Y alguien lo paga.
Un presupuesto universitario no solo cubre las carreras, es decir la suma de asignaturas que llevan a que el estudiante se gradúe. También se destina una parte a la investigación, tanto en ciencias básicas como en las sociales. Esta es una función universitaria nada menor, y por lo general los resultados de tales investigaciones se vuelcan a la sociedad y si realmente tienen impacto, lo que se invirtió en ellas regresa como patentes.
Pero una parte fundamental se calcula sobre los estudiantes que concurren a ella, lo cual lleva al planteo original, ¿cuánto le cuesta a la Universidad, el pasaje de cada estudiante por sus facultades?
Es difícil saberlo con precisión. La Universidad exhibe un número total de estudiantes, aunque apenas 27% (y a duras penas) realmente lo son.
El debate parlamentario para el presupuesto nacional y la rendición de cuentas es siempre acalorado cuando hay que aprobar las partidas para la Universidad. Parece claro que llegó la hora de discutir los números con más realismo, trasparencia y claridad.