Las definiciones de política exterior que se van conociendo del gobierno de Orsi son muy decepcionantes. No solamente porque sustancialmente Uruguay fija sus opciones internacionales a partir de un alineamiento casi que automático con lo que se defina en Brasilia, en una actitud que revela un talante más propio del Congreso Cisplatino de 1821 que de un país digno e independiente. Sino porque avances importantes que se estaban llevando adelante en favor de la apertura comercial del país parece que quedarán relegados en las prioridades de la diplomacia Lubetkin.
Las malas señales se fueron acumulando en estas semanas. Desde aquella decepcionante declaración del ministro de economía Oddone que afirmó que los tratados de libre comercio están fuera de moda, pasando por la prioridad fijada por el actual canciller en torno a un énfasis diplomático de las relaciones sur-sur, siguiendo por la visita extraordinaria del presidente electo Orsi a Lula -que marcó la cancha de seguidismo total en favor de Brasilia-, o terminando por el cambio de candidatura para secretario de la OEA que implicó un fuerte desaire a Paraguay, nada deja pensar que nuestra política exterior vaya a encauzarse en un sentido proaperturista que potencie nuestras exportaciones al mundo.
Algún distraído podrá decir que en realidad ese objetivo fue fijado en torno a la apertura Mercosur-Unión Europea. En verdad, dar a ese acuerdo un carácter prioritario es sinónimo de abandonar la iniciativa soberana de nuestra política exterior. En primer lugar, porque lo que queda por hacer de parte de Uruguay es simplemente una ratificación parlamentaria -por cierto, ¿logrará el gobierno alinear a todo el Frente Amplio en la votación en este sentido? Y en segundo lugar, porque las dificultades europeas son de tal importancia, que centrar nuestras expectativas comerciales en torno a este proceso es como quedar esperando la llegada del Mesías: una promesa que quizás en algún momento se cumpla, pero sobre la cual no hay ninguna certeza.
En vez de girar en torno a toda esa agitación relativamente estéril, lo que sí debiera hacer nuestra cancillería es procurar un objetivo realizable: la adhesión del Uruguay al tratado integral y progresista de asociación transpacífico (Cptpp por sus siglas en inglés). En efecto, la cancillería anterior dejó al país en las puertas de ser aceptado por este importante grupo de países que es un mercado enorme para nuestras exportaciones, sobre todo en lo que refiere a sus países asiáticos, Japón, Malasia, Singapur o Vietnam, y sobre todo porque el conjunto de países que adhieren a este tratado representan más del 17% del total del comercio mundial.
Y no se trata de generar rispideces con el Mercosur. Como es una adhesión, no hay acuerdos bilaterales que firmar ni hay que soportar polémicas acerca de ese tipo de aperturas. Por el contrario, hay una adhesión libre de Uruguay a un conjunto de medidas y disposiciones que operan en dos sentidos. Por un lado, modernizan nuestro entramado productivo por el conjunto de cambios que promueven. Por otro lado, por la cantidad de mercados que abren, potencian enormemente nuestras exportaciones y las inversiones extranjeras que quieran fijar a Uruguay como centro a partir del cual dirigir producciones de calidad a esos mercados tan relevantes.
Como ocurrió en 2006, Uruguay está ante la posibilidad de tomar un tren que lo sitúe en un lugar mejor para ganar en crecimiento y prosperidad. En aquella oportunidad, fue la mano tendida de Estados Unidos con un acuerdo comercial bilateral que, por causa de la izquierda, dejamos de lado. Ahora, se trata de una adhesión posible que debe seguir siendo trabajada diplomáticamente, por supuesto, pero que está al alcance de la mano y que también sería un motor fundamental para ganar en prosperidad.
Para tomarse ese tren, la cancillería de Lubetkin debe ser realista y privilegiar los intereses nacionales. Es evidente que un seguidismo de Brasilia de ninguna manera fijará en el Cptpp la mayor prioridad de nuestra política exterior, convencido como está de que el futuro radica en alinearse con los países del Brics, y sobre todo China y Rusia. Se precisa una actitud distinta, y para ello importa mucho el papel de los grupos de presión exportadores, de los partidos políticos de oposición, de la consciencia de la izquierda moderada, y de la opinión pública en general, con el objetivo de señalar con claridad y firmeza que es urgente seguir golpeando la puerta del Cptpp para crecer y prosperar.