Una decisión objetable

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Generó polémica el anuncio de que Carlos Páez ofrecerá una conferencia sobre la inolvidable gesta en que participara hace 51 años, porque tendrá lugar en una cena de recaudación de donaciones para la campaña del precandidato frenteamplista Yamandú Orsi.

Páez se encargó de aclarar que simplemente fue contratado a ese efecto, reiterando una actitud neutral que ha mantenido con representantes de distintos partidos políticos en el pasado, tanto del país como del exterior. La explicación es compartible y así lo ha expresado Pedro Bordaberry: reclama en un tuit que no reproduzcamos la grieta argentina, magnificando y partidizando un episodio de esta índole.

O sea que, en lo que respecta a la decisión del conferencista, no hay nada que alegar.

Sí existe una delgada línea, sin embargo, entre el respeto a la libertad de un sector político de contratarlo y el uso que de ello hace a nivel comunicacional.

¿A qué nos referimos? A que a algún ingenioso se le ocurrió bautizar ese evento que tendrá lugar el 15 de enero como “la sociedad de la esperanza”, una alusión más que obvia al título del libro de Pablo Vierci “La sociedad de la nieve”, que está teniendo una inmensa repercusión nacional e internacional por su exitosa adaptación cinematográfica.

Una cosa es la inobjetable libertad que tiene Carlos Páez de brindar una charla sobre la experiencia vivida y otra muy distinta es que los organizadores del evento vinculen su mensaje a la situación política actual, a través de un evidente juego de palabras. No hay que ser muy avispado para entender que se intenta trasmitir que un eventual triunfo del candidato Orsi sería un pasaje simbólico de la sociedad de la nieve a la de la esperanza.

Como idea de marketing político es tan hábil como descaradamente oportunista.

La única acción publicitaria que utilizó como tema la gesta de los estudiantes del Old Christians fue el extraordinario spot televisivo, donde varios sobrevivientes testimoniaron su unión y resiliencia, convocando a los uruguayos a actuar del mismo modo para enfrentar al covid 19.

Fue un mensaje profundamente emotivo que habló a todo el país, sin distinción alguna, de dar una oportunidad al mismo espíritu de equipo y capacidad de sacrificio que forjaron la gesta de 1972. Una reflexión humanista que identificó al virus pandémico con la cordillera, con esa adversidad metafórica que parece imposible de derrotar, pero puede superarse aplicando inteligencia y fe, aun más allá de creencias religiosas o concepciones filosóficas.

Asociar esos valores trascendentes a una “sociedad de la esperanza” prometida por un partido político es, claramente, bastardearlos.

Ya no se trata de la tontería de identificar el éxito de la selección de fútbol a la adhesión política de tal o cuál director técnico, ni de sacar provecho de la filiación partidaria de tal o cuál músico popular. Esto es mucho más serio.

Partidizar la hazaña de los Andes es faltar el respeto a un acontecimiento histórico que ocurrió en una época de fuerte efervescencia política en el país (nada menos que la antesala de un golpe de Estado), pero que nunca se procuró teñir de electoralismo. Ni siquiera se le asignó una vinculación religiosa, porque es bien sabido que entre las víctimas y los sobrevivientes hubo quienes se apoyaron en la fe católica, pero también quienes aún hoy reniegan de ella.

La falta de respeto no es solo al acontecimiento en sí, sino también a víctimas y sobrevivientes de diversas filiaciones ideológicas, que no merecen ser utilizados para vender una esperanza marquetinera. Menos todavía de una que lo único que parece proponer es volver al pasado: deshacer la reforma previsional, destruir la transformación educativa y reincidir en el aplauso obsecuente a dictaduras liberticidas y empobrecedoras.

Sería deseable que, por respeto a tantas familias, los organizadores de la cena de recaudación de fondos para Orsi retiraran ese insultante título de la “sociedad de la esperanza” y se limitaran a promover la charla como lo que es: el sentido testimonio de uno de los protagonistas de lo que algunos han definido como “tragedia”, otros como “milagro”, pero fue y seguirá siendo una hazaña de supervivencia y coraje.

Hay que ver la extraordinaria película dirigida por Juan Antonio Bayona para revivir todo aquello.

Es el mejor antídoto contra el reduccionismo irresponsable de los asesores publicitarios de ciertos políticos quienes, en lugar de respetar la historia, la convierten en mera excusa para juntar votos.

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