Y tampoco importa, debería ser la continuación del título. Esto viene a cuento de la participación hace unos días en un programa de TV de un economista de izquierda, Mauricio De Rosa, que denunciaba que nuestro país es muy desigual. Y reclamaba políticas impositivas más gravosas sobre el capital, el patrimonio, y los salarios. Esto como forma de lograr avanzar hacia una sociedad más igualitaria.
Este tipo de planteos no son nuevos, y existe toda una corriente de economistas neomarxistas que han encontrado en los impuestos el nuevo camino a la sociedad ideal, tras el fracaso de sus padres al intentar lograrla por la fuerza. Tal vez el caso más emblemático haya sido el del francés, Thomas Piketty, quien fuera asesor del último presidente socialista francés, François Hollande. Una relación que terminó mal, no sin que antes Hollande pusiera en práctica una de las propuestas estrella de Piketty, el impuesto a los “superricos”, que fue un fracaso absoluto.
Volviendo al planteo de De Rosa, el mismo tiene varios flancos débiles. Tal vez el primero sea que el presidente electo Orsi dijo en forma solemne el día del debate que no aumentará los impuestos. ¿Arrancaremos incumpliendo una promesa de campaña? Pero es tan solo un problema instrumental (y ético), que no ha sido obstáculo para acciones de este tipo en anteriores gobiernos de izquierda.
Un segundo problema, este más profundo, es que lo que dice De Rosa es mentira. O sea, ¿cuál es el umbral para definir si un país es muy desigual o no? El economista usa algún criterio muy poco científico, como decir que el 1% de los más ricos en el país tendría el 50% de la riqueza. Lo cual en los hechos no quiere decir absolutamente nada.
Si vamos al famoso índice Gini, tan citado por la gente de izquierda, y en especial en esta campaña donde se indignaban que hubiera “empeorado” un 0,5% tras la pandemia, Uruguay es un país de media tabla para arriba en materia de desigualdad.
Es más, es el país que mejor rankea en la materia en toda América Latina, y tiene el mismo guarismo que Estados Unidos, por decir algo. Claro que es también el mismo dato que tiene por ejemplo Tanzania, lo cual muestra lo irrelevante del Gini para medir nada. Si a usted le tocara nacer en un hogar pobre ¿que preferiría? ¿Nacer en EE.UU. o en Tanzania? No hay mucha duda al respecto.
Un segundo aspecto que deja en evidencia que Uruguay no es desigual es el salarial. Si vamos a comparar sueldo, por ejemplo, se estima que un gerente promedio en nuestro país gana unos 300 mil pesos al mes. Nominales. Y, para comparar, el laudo de un oficial albañil de la construcción llega a unos 46 mil pesos, líquidos. Teniendo en cuenta la diferencia de formación y responsabilidad, y que uno es la puerta de ingreso, y el otro casi la aspiración final de una carrera, la diferencia es ínfima.
Hay un tercer aspecto importante que es clave de este debate. Y es que quienes hacen este tipo de planteos, suelen confundir capital o patrimonio con ganancias. En todo el mundo, se grava la renta, no el patrimonio, porque hay rubros como en Uruguay el agropecuario, que trabajan con un bien que se ha cotizado muchísimo como la tierra. Pero que deja rentas muy bajas. Si usted aumenta los impuestos “ciegos” al patrimonio, termina perjudicando a una actividad cuya renta genuina no permite pagar más. Algo parecido acaba de pasar en Gran Bretaña con el nuevo gobierno laborista, y es un escándalo que ha paralizado al país.
Otro aspecto que esta gente suele no mencionar, es la viabilidad de estos aumentos de impuestos que se plantean como a los “superricos”. La verdad es que la gente con mucha plata, que en Uruguay son 20, pue-de pagar esquemas de manejo patrimonial que los vuelve inalcanzables por ningún fisco. Y los impuestos terminan castigando al trabajador más o menos exitoso, y al tipo clase media que hereda una casita en el balneario, o el apartamento de los padres.
Pero hay un tema más relevante que todo esto. Y es ideológico. ¿Con qué derecho un burócrata o político se pone a definir lo que merece cada uno en una sociedad? No solo porque no tiene autoridad moral ni legal para hacerlo, ya que los impuestos solo están pensados para financiar los aspectos en común de la vida en sociedad. Sino porque cada vez que se pone a hacer eso, termina provocando peores injusticias que las que había antes. No falla.
Uruguay tiene un problema de pobreza, no de desigualdad. Y con este tipo de enfoques, más marcados por el resentimiento y la ideología que la data, en vez de solucionarlo, solo se agrava.