En las últimas décadas, América Latina ha sido testigo de transformaciones políticas significativas, algunas de las cuales han suscitado profundas divisiones en torno a principios y valores fundamentales. En este contexto, la situación en Venezuela se ha convertido en un símbolo trágico de la erosión de la democracia y los derechos humanos en nuestra región. Sin embargo, lo más preocupante no es solo el drama que vive el pueblo venezolano, sino la complacencia y la complicidad que desde ciertos sectores políticos, incluidos algunos en nuestro propio país, se manifiesta ante este atropello.
El Frente Amplio, que ha lucrado de forma vergonzosa durante décadas con la bandera de los derechos humanos, ha mostrado una ambigüedad alarmante frente a la crisis venezolana.
La falta de una condena clara y contundente al régimen de Nicolás Maduro, que ha usurpado el poder a través de elecciones fraudulentas, represión sistemática y el silenciamiento de la oposición, es sencillamente inaceptable. Esta postura no solo traiciona los principios democráticos que deberían guiar a cualquier movimiento pretendidamente progresista, sino que también socava su credibilidad en materia de defensa de los derechos humanos.
La defensa de los derechos humanos y la democracia no puede ser selectiva ni condicionada por afinidades ideológicas o partidarias. La hemiplejia moral sobre la que escribió con particular brillo José Ortega y Gasset no es una buena guía para la acción política. La situación en Venezuela es una tragedia que exige una condena sin cortapisas, una defensa intransigente de la democracia y un apoyo decidido al pueblo venezolano en su lucha por recuperar sus libertades.
Lamentablemente, el Frente Amplio ha optado por una posición que, lejos de denunciar los abusos del régimen de Maduro, parece justificarlo bajo el manto de una falsa solidaridad antiimperialista.
Uruguay ha sido históricamente un baluarte de la democracia y los derechos humanos en América Latina. Esta tradición, construida a lo largo de décadas, no puede ni debe ser empañada por la indiferencia o la ambigüedad ante una dictadura. La postura razonable y moralmente correcta es la de alzar la voz contra cualquier régimen que violente las libertades fundamentales, independientemente de su orientación ideológica.
“Si eres neutral en situaciones de injusticia significa que has elegido el lado opresor” expresó con mucha razón Desmond Tutu. Quien no se conmueve por la heroica lucha que lleva adelante la heroína de la libertad que es María Corina Machado y el pueblo venezolano sencillamente no tiene sentimientos. Quien justifica los asesinatos, los secuestros, las torturas y los atropellos de todo tipo que se están cometiendo incluso contra niños indefensos simplemente se merece el peor de los sitios en el infierno.
La complicidad con el régimen criminal de Maduro no solo ofende a los miles de venezolanos que viven en nuestro país sino a los millones que han emigrado por necesidad y los que aún permanecen en ese hermoso país mancillado por su gobierno. Además, esta actitud ambigua del Frente Amplio con respecto a la dictadura venezolana plantea serios peligros para la democracia uruguaya. La complacencia con regímenes autoritarios, especialmente cuando se les excusa o justifica bajo la lógica de afinidades ideológicas, sienta un precedente peligroso. En una democracia sólida, no debe haber espacio para la tolerancia hacia la violación de derechos humanos ni para la relativización de los valores democráticos. Si no se condenan con firmeza los abusos en otros países, se corre el riesgo de debilitar los propios cimientos democráticos en casa, abriendo la puerta a la erosión de nuestras instituciones y a la justificación de prácticas antidemocráticas.
La democracia no es una bandera que se ondea solo cuando conviene; es un compromiso permanente con la libertad, la justicia y la dignidad humana. Un partido político uruguayo no puede permitirse la complicidad con dictaduras, y es responsabilidad de todas las fuerzas políticas, sin excepción, estar del lado correcto de la historia. La condena al régimen de Maduro debe ser clara, firme y sin ambigüedades, porque en la defensa de la democracia no puede haber medias tintas. Es hora de que el Frente Amplio decida si quiere ser parte de la solución o seguir siendo parte del problema. Y si lo que le impide condenar tanta atrocidad son condicionamientos de otro tipo seguramente lo sabremos más temprano que tarde.