Violencia y drogas en Uruguay

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El artículo publicado en La Nación de Argentina dice las cosas con la crudeza que muchas veces falta en nuestro país. “Una década después de la apertura a la venta de marihuana, Uruguay tiene un mayor problema con la violencia de bandas”.

La pieza, firmada además por el periodista rosarino Germán de los Santos, responsable de algunas de las investigaciones más profundas sobre el impacto del narcotráfico en su ciudad, aborda el imprescindi- ble balance del “experimento” uruguayo con la estatización de la producción y venta de marihuana. Y la realidad, no admite dos lecturas: pasados 10 años, el panorama con el narcotráfico es muchísimo peor.

Una persona con un poco de información y cabeza abierta dirá: bueno, difícilmente la estatización del proceso de venta de marihuana vaya a tener un impacto sobre la violencia. A fin de cuentas, hablamos de un sedante, de uso extendido en toda la sociedad, y cuya comercialización hace mucho tiempo que se mueve en un mercado “gris”, que no ha sido de gran relevancia económica para los traficantes “pesados”. Esto, para algún distraído, debido a que deja márgenes mucho menores a los de cualquier otra droga, a que es más compleja de manipular por su volumen y detectabilidad, y porque es muy fácil de producir a nivel hogareño o en grupos cerrados.

El problema principal es que este proceso pernicioso fue publicitado en tiempos del gobierno de José Mujica como una medida destinada justamente a combatir el narcotráfico. De hecho, se anunció nada menos que por boca del ministro de Defensa de entonces, Eleuterio Fernández Huidobro. Y como forma de calmar a una sociedad impactada por el asesinato a sangre fría de un joven trabajador de La Pasiva.

Por supuesto que ya en aquel entonces editoriales de este diario, y columnas de opinión de varios referentes, alertaban sobre la estupidez de pretender que ese proceso de estatización fuera a lograr el objetivo promocionado. Pero la advertencia, como tantas otras, cayó en saco roto en pleno furor del Mujica estrella de ONG’s, políticos cultores del “bienpensantismo”, y un hippismo aburguesado.

El proyecto, hay que recordarlo, nunca estuvo en ningún programa del Frente Amplio, ni en la cabeza de ningún jerarca de entonces. Sino que fue pergeñado por la organización Open Society de George Soros, que financió a una cantidad de grupitos y científicos sociales locales, que hicieron su agosto convirtiendo al país en un laboratorio a cielo abierto.

En los hechos, el proyecto fue un desastre no solo porque no logró nada en lo que se vendió como su gran motivación. Tampoco funcionó el sistema de plantación y distribución estatal, que tuvo, y sigue teniendo, enormes problemas logísticos y económicos. O sea, no solo no le sacó un peso al narcotráfico, sino que terminó costando al Estado recursos, para que no se hundiera y terminara generando todavía más vergüenza a sus impulsores.

¿Quiere saber algo maravilloso? Estos impulsores, no solo no han hecho ningún tipo de “mea culpa” por el fracaso de todo esto. Sino que van por el mundo sacando pecho co-mo si Uruguay fuera un gran pionero. Y se atribuyen ahora la superioridad moral de ser quienes exploran caminos revolucionarios para enfrentar el drama del consumo abusivo de drogas. La verdad no podría ser más diferente.

Los políticos y burócratas de izquierda que impulsaron este proyecto estatista, dirigista, y que trata a quien usa drogas (cualquiera y de cualquier forma) como un enfermo digno de tutela estatal, representan el mismo esquema mental que llevó a la guerra que desató todo esto. En una alianza, nada inusual, con los sectores más conservadores, esta mentalidad de izquierda asume que el ser humano es tonto, y que requiere una autoridad estatal que le “regule” todos los aspectos de su vida.

Ahora posan de superados, y dan cátedra de “regulación” y políticas de reducción de daño. Con el mismo librito en mano que hace medio siglo reclamaban cárcel y reeducación para los lúmpenes sin consciencia social que usaban drogas, en vez de luchar por el “hombre nuevo”.

La realidad es que el ser humano ha convivido con las drogas durante miles de años, sin mayores traumas. Es desde que se persigue a sus usuarios, que se les otorgó ese tono contracultural que ha potenciado su uso autodestructivo. Y son los fabulosos márgenes de ganancia de los grupos criminales, los que han generado la mayor parte del daño. Ahora salir de esto, es un desafío mayúsculo. Pero hay una cosa bien clara: no se logrará con más burocracia ni mesianismo estatal.

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