Uruguay fue provincia Cisplatina del Portugal primero y de Brasil luego, hace un par de siglos. La Cruzada Libertadora de los Treinta y Tres Orientales en 1825 fue el principio del fin de esa subordinación extranjera. Empero, hoy, la política exterior que se anuncia por parte del gobierno del Frente Amplio (FA) que acaba de ser electo, es una reencarnación de aquella Cisplatina antiartiguista.
En primer lugar, está la visión izquierdista de que la política exterior ha de ser conducida por afinidades ideológicas. Tal concepción nos costó muchísimo, por ejemplo, en tiempos del kirchnerismo y del corte de puentes. Pero nuevamente estamos en eso, cuando Lula y Petro van en peregrinación a la chacra del expresidente Mujica, y cuando el propio Orsi viaja a Brasilia para alinearse radicalmente con el presidente brasileño pocos días antes de la cumbre del Mercosur en Montevideo.
En segundo lugar, entre Oddone y Orsi se dan señales claras de desestimar cualquier intento de concretar tratados de libre comercio (TLC) bilaterales en estos años. Con la extravagante idea de que “están pasados de moda”, algo completamente falso y que da pena escuchar si no fuera que es dicho por el futuro ministro de economía y el futuro presidente, toda la evolución que plantea la Argentina de Milei en un sentido de mayor apertura bilateral, incluso con un objetivo de alcanzar un TLC con la administración de Trump en Washington, parece que pasará frente a nuestras narices y sin beneficiarnos.
Las señales de Orsi han sido claras: revivir aquella vieja idea de Mujica de “ir en el estribo de Brasil” en materia internacional. Perder, por tanto, cualquier voluntad independiente en materia internacional que pueda, por ejemplo, abrirnos mercados multilaterales en Asia Pacífico como el CPTPP, Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, o subirnos al tren aperturista argentino. Orsi ha llegado a desestimar cualquier avance bilateral con China, para lo cual el mismísimo embajador de ese país se mostró abierto: argumenta que en realidad “nuestra China es Brasil” y se plantea así quedar ligado a los bancos de desarrollo norteños a través de una mayor cooperación con Montevideo, o de a un mayor vínculo con Mercosur que nos deje totalmente amarrados a la región.
El designio de Orsi no solamente contraría todo principio de soberanía nacional, volviéndonos efectivamente una Cisplatina del siglo XXI. También resulta una torpeza en el análisis real de la escena internacional. Por un lado, porque los intereses de Brasil no tienen por qué ser sinónimos de los intereses del Uruguay: sin ir más lejos, los dos países son actores relevantes y competidores en el mercado mundial de exportaciones de carne vacuna. No es verdad que tendremos más prosperidad por quedar apretados en el estribo de Brasil; y no es cierto que sea “nuestra China”, cuando acaba de ver cómo se devalúa su moneda y depende tremendamente, a su vez, de sus exportaciones primarias justamente a China para asegurar su crecimiento sostenido.
Por otro lado, porque Brasil no es una potencia de primer orden a nivel mundial: ocupa sí un lugar destacado en Sudamérica y desde allí emerge como interlocutor importante para Rusia, China o India, por ejemplo, dentro de los países BRICS.
Empero, sin duda alguna, en el largo plazo sigue siendo Estados Unidos (EEUU) la potencia mundial de referencia para nuestra región, y en este sentido la apertura de Argentina con Milei tiene mucho más sentido estratégico: EEUU ofrece un mercado más grande que el brasileño, y una economía mucho más sólida y con enormes capacidades de inversión e influencia.
Uruguay está viviendo una segunda tragedia histórica en poco menos de veinte años. En 2006, la izquierda en el poder no se tomó el tren de apertura bilateral que ofreció EEUU, por razones ideológicas completamente reaccionarias. Hoy, cuando finalmente el Mercosur parece abrirse al exterior con el impulso argentino y luego de la larga noche proteccionista y empobrecedora del kirchnerismo en el poder, nuevamente la izquierda decide tomar un camino de encierro y de subordinación ideológica, comercial y económica tras lo que Orsi ha definido como “nuestra China” en torno al peso de Brasil.
El país precisa que la oposición marque sin ambages su diferencia radical con esta vocación cisplatina del FA en el poder. No solamente porque esa Cisplatina no nos conducirá hacia un futuro de prosperidad, sino porque, a 200 años de la Cruzada Libertadora, está negando la esencia misma de nuestro destino independiente.