Voltereta de Boric y gobernabilidad

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Quienes siguen la actualidad de Chile han notado un cambio radical en Gabriel Boric, entre el discurso del candidato presidencial de primera vuelta y el efectivamente electo presidente. Es que en un par de meses la voltereta política ha sido sustancial.

Algunos dirán que responde a la lógica misma del sistema de elecciones. Por un lado, en la primera vuelta se elige con el corazón, por lo que cada candidato puede decir libremente cuáles son sus particulares preferencias para el rumbo del país. Por otro lado, cuando llega la instancia del balotaje se elige con la razón, por lo que la estrategia es no ser un candidato demasiado extremista. Se trata de seducir a electorados que tuvieron otras preferencias en la primera instancia, y por tanto de moderar los discursos. Finalmente, una vez electo presidente, el deber es gobernar para todos y buscar amplias mayorías de respaldo, por lo que se precisa mayor moderación aún para alcanzar consensos.

Sin duda que ese camino es el que emprendió Boric. La integración de su gabinete así lo demuestra. Por un lado, contentó a sus primeros apoyos, al nombrar, por ejemplo, más mujeres que hombres al frente de ministerios, y al definir un par de carteras importantes para el Partido Comunista. Pero, por otro lado, dio señales claras de moderación al nombrar a Marcel como ministro de Hacienda, por ejemplo, ya que se trata de un cuadro político que ocupó importantes responsabilidades en los pasados gobiernos. Finalmente, consciente de que no cuenta con mayorías parlamentarias, el gobierno que ocupará sus carteras en marzo próximo ha dado ya algunas señales de aproximación hacia partidos y agendas de centro, de forma de poder asegurar cierta gobernabilidad futura.

El problema está en qué consecuencias tendrán estas volteretas de Boric con relación a las bases populares que le permitieron su fulgurante ascenso político. Es evidente que el triunfo del balotaje fue facilitado por un discurso dicotómico sencillo, en el que el adversario a vencer que surgió del campo de la derecha ocupó el lugar simbólico del Pinochet de 1988. La victoria, como en aquel año, se basó en una especie de slogan “todos contra el fascismo”, y resultó tan cómoda en 2021 como de guarismos llamativamente parecidos a aquella circunstancia histórica de la salida de la dictadura.

¿Pero acaso con eso basta? Para los miles de chilenos que desde octubre de 2019 se manifestaron en las calles al grito de “no son 30 pesos, son 30 años”, de forma de significar así su hartazgo y enojo con relación a la herencia de las tres décadas de gobiernos democráticos postdictatoriales, ¿las volteretas de Boric se interpretarán como una traición a la movilización popular, o como una inevitable transacción con la realidad impuesta con el fin de ampliar mayorías para garantizar la gobernabilidad de todo el sistema?

El problema está en qué consecuencias tendrán estas volteretas de Boric con relación a las bases populares que le permitieron su fulgurante ascenso político.

No debe perderse de vista que en paralelo a todo este proceso político está funcionando la Convención Constituyente. En este invierno, ella debe entregar un texto para ser rápidamente refrendado por el pueblo en participación electoral obligatoria. Allí hay una mayoría izquierdista que, a vistas del resultado de diciembre, puede proponer, por ejemplo, habilitar la reelección presidencial inmediata. Eso abriría la puerta a que Boric, que tendrá 36 de edad cuando asuma la jefatura del Estado, pueda aspirar a permanecer en La Moneda hasta 2030.

Así las cosas, la batalla izquierdista mayor estará concentrada, ahora que ya se aseguró su vuelta al poder, en diseñar una Constitución que refleje sus valores políticos y que sea aprobada por la mayoría del pueblo chileno. En definitiva, esa tarea dará respiro al gobierno de Boric y le permitirá, de ser necesario, dar alguna voltereta más para seguir corriéndose hacia el centro del espectro político.

Las dificultades de todo el proceso estarán pues en cuán rápidamente se puedan frustrar las expectativas populares que llevaron a Boric a La Moneda, es decir, en qué pronta capacidad de respuesta tenga el presidente a partir de marzo para satisfacer las demandas de cambios y reformas, a la vez que reanudar con un crecimiento económico vigoroso.

El panorama chileno no es halagüeño. Por un lado, las ilusiones populares son grandes, pero por otro lado, sus realizaciones concretas no serán tan sencillas como soplar y hacer botellas: se precisa de consensos y gobernabilidad. Y si bien las volteretas de Boric procuran ganar esa gobernabilidad, lo cierto es que la impaciencia del postoctubre de 2019 puede terminar con fuertes dolores democráticos.

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