Si preguntamos si conviene mejorar la educación, la respuesta espontánea será mayoritariamente afirmativa. Lo importante no es entonces la respuesta intuitiva sino el desarrollo inductivo y deductivo de la misma. Hay que argumentar, no sólo en cuanto a cantidades y cualidades, sino a formas y fines de la educación.
Percibimos que en la educación actual hay resabios de la instrucción y formación recibida, hija ya crecida y "pintando canas" del enciclopedismo ilustrado. A pesar del tiempo transcurrido la educación —en gran parte de nuestra sociedad— se sigue interpretando como trasmisión de conocimientos adquiridos y no como preparación para investigar lo desconocido. Se insiste en que se aprenda lo que se enseña, y se califica en función de ello. No se estimula el razonamiento crítico, no se estimula la potencialidad de aprender en libertad; se adiestra y se educa con mucho de imitación y poco de imaginación, creatividad y racionalidad.
El tema da para mucho, hay voces en el mundo que proponen el cambio de paradigma, hay modelos operativos en marcha, hay sociedades más avanzadas que otras en el cambio, pero vamos lento, muy lento. Es necesario repensar y reformular la forma que se educa y se forma, acercando el péndulo —hoy en la fase de enseñar— a la de aprender, del maestro al alumno, de la respuesta a la interrogante, de la trasmisión de conocimientos a la investigación de los mismos, de la teoría a la práctica.
Tenemos que no sólo aprender interrogando, cuestionando, criticando y racionalizando, sino también practicando e integrando diferente conocimientos.
Hasta ahora no logramos comprender cómo nuestra enseñanza sigue trasmitiendo que en época de Colón se creía que la tierra era plana, y no se insiste que ya en épocas de la Grecia Antigua, antes de Cristo, se sabía —racionalmente— que era redonda, su tamaño aproximado y las correspondientes distancias a la luna y el sol. Sabemos más de las fechas de los viajes de Colón y los nombres de las carabelas que de Eratóstenes, de solsticios y equinoccios, de geometría y análisis matemático, de lógica. No nos enseñaron a analizar, no nos indujeron a aprender con el manejo inteligente de los datos. Y seguimos perseverando en el error con nuestros hijos.
La cuestión es compleja y multifactorial. El problema no es de maestros y profesores, es del sistema, es de la sociedad, y entre todos hay que resolverlo. El sistema se reproduce: nos enseñaron así y nosotros seguimos enseñando mucho más a recordar que a explorar, a repetir que a pensar, a imitar que a imaginar, a aceptar que a descubrir...
La reforma de la educación es una de las grandes tareas pendientes para llevar a cabo en este inicio de siglo. Las condiciones están dadas, sólo falta poner manos a la obra. Armonizar la enseñanza programática con el estímulo al aprendizaje abierto, lo conocido con lo desconocido, la educación con la investigación, la teoría con la práctica, las diferentes materias y disciplinas entre sí, la primaria con la secundaria, ésta con la terciaria, y ésta con la continua, son sólo algunos de los puntos a analizar.
La gran beneficiada sería nuestra sociedad, que pasaría a estar integrada por ciudadanos a los cuales no sólo se nos reconoce —en el papel— el derecho a ser libres sino que dispondríamos de los instrumentos para realmente serlo. Ciudadanas y ciudadanos acostumbrados a pensar, imaginar, cuestionar, proponer y crear, capacitados para participar activa y democráticamente en la construcción nacional.