Recomiendo la lectura de “Sendic. La carrera del hijo pródigo” (ed. Planeta, 2017). Escrito por dos comunicadoras, Patricia Madrid y Viviana Ruggiero, allí, tras una investigación responsable se relata con detalles, la rampante corrupción en que estamos inmersos en la era frentista, de la que -esto es cosecha personal- más allá del personaje citado, los responsables primeros son Tabaré Vázquez, José Mujica, y siempre Astori, con sus ligeras alas de Pluna. Son la “Frentísima Trinidad”. Han vaciado las arcas públicas. En un país en el que se dice Gre-Gre antes de decir Gregorio, la investigación mencionada es una prueba de coraje cívico.
Recomiendo la lectura de “Sendic. La carrera del hijo pródigo” (ed. Planeta, 2017). Escrito por dos comunicadoras, Patricia Madrid y Viviana Ruggiero, allí, tras una investigación responsable se relata con detalles, la rampante corrupción en que estamos inmersos en la era frentista, de la que -esto es cosecha personal- más allá del personaje citado, los responsables primeros son Tabaré Vázquez, José Mujica, y siempre Astori, con sus ligeras alas de Pluna. Son la “Frentísima Trinidad”. Han vaciado las arcas públicas. En un país en el que se dice Gre-Gre antes de decir Gregorio, la investigación mencionada es una prueba de coraje cívico.
En el “pueblicidio” que padece Venezuela, soldados, policías y bandas irregulares disparan plomo sobre un pueblo desarmado movilizado por la libertad y el hambre. No hay en el planeta gobierno que deje de alzar al cielo su voz de censura ante una tiranía sentada sobre las bayonetas. Corrijamos. Hay uno con la “pata arrollada” el de la Frentísima Trinidad, apoyado por su principal soporte político: el Partido Comunista y el Pit-Cnt. Que son la misma cosa. Y los tupamaros y los “socialistas”.
Los acontecimientos venezolanos son parte de las actividades de una internacional criminal que tiene su cabeza en la cárcel cubana regenteada por la oligarquía castrista. La de Cuba es una historia triste. No hay allí un Artigas, ni un Batlle y Ordóñez, ni un Luis Alberto de Herrera. Ese país nunca ha sido soberano. Fue la última colonia latinoamericana en liberarse de España que le cuidaba militarmente como un tesoro porque gracias a un sistema brutal de esclavitud participaba exitosamente en el mercado internacional del azúcar, obtenida de la caña. Su liberación del viejo imperio la obtuvo merced a la intervención militar de los Estados Unidos de América y debió aceptar la enmienda Platt, una regla jurídica, que permitía la intervención norteamericana toda vez que las circunstancias lo aconsejasen.
Posteriormente bajo la égida de los Castro pasó a ser una colonia rusa, cuando el régimen soviético tenía aspiraciones mundiales de dominación y le subsidiaba imponiéndole una situación de monocultivo de la caña de azúcar. Su desastrosa situación económica -caído el comunismo ruso- se vio aliviada con el advenimiento del “comandante” Chávez en Venezuela. Que pasó a darle los dólares que manaban del petróleo en el tiempo reciente del boom de las materias primas. A cambio recibió médicos y asesoramiento en servicios de inteligencia y represión policial cuyos frutos están hoy a la vista. Tampoco conoció Cuba la democracia. Siempre vivió en medio de asonadas cívico-militares hasta que en 1959, con la promesa de levantar en la isla las banderas de la libertad, Fidel Castro y compañía le sumieron en el paredón y el totalitarismo del que nunca ha podido salir.
La internacional del crimen digitada desde Cuba, institucionalizada a través del Foro de San Pablo, tiene jugadas sus fichas a la fortuna generada por el narcotráfico que dominan las FARC colombianas, una organización delictiva organizada por los comunistas, y a las reservas de petróleo más grandes del mundo que están en Venezuela. De allí, la explicación del porqué los “revolucionarios” de América Latina apoyan a la dictadura de Maduro y su corrupta guardia pretoriana. Son la base material de la siempre soñada “revolución” continental. Y no están dispuestos a perderla (Irán y Rusia ayudan con lo suyo).