Argentina es un cementerio en el que los cadáveres políticos resucitan por el fracaso de las siguientes camadas de cadáveres políticos. Los sucesos del escenario público parecen películas de zombis. En la escena actual, una zombi a la que un probable futuro zombi promete clavar el último clavo del ataúd kirchnerista con ella adentro, logra primeros planos que la destacan sobre los pálidos actores de una oposición deprimente. Le basta con llamar “idiotez” a la idiotez y gritarle al presidente “qué me venís a joder con que te tenemos miedo”, mientras los políticos de centroizquierda y centroderecha se callan aterrados.
Por eso, aunque parezca lo contrario y no lo reconocería jamás, es más fácil imaginar a Cristina Kirchner votando por Milei en las dos rondas de las pasadas elecciones, que imaginarla votando a Sergio Massa. El líder del Frente Renovador había sido jefe de Gabinete suyo y era parte de su coalición en ese momento, pero eso no lo hacía más útil para la entonces vicepresidenta. Mejor es tener en la Casa Rosada un enemigo perfecto, al menos en lo que refiere al relato kirchnerista.
Massa sólo le garantizaba una muerte política con cuidados paliativos, en cambio Javier Milei encarna de manera explícita el extremismo económico y el conservadurismo recalcitrante que ningún centroderechista económicamente pragmático quiere tener como rótulo.
Milei es el enemigo total; el que vocifera lo que hace ruborizar a la centroderecha. Por eso para ella no hay mejor contrincante que el actual presidente y, para él, la mejor contrincante es ella. Ambos cotizan políticamente en alza si la opción es el otro. Y lo saben.
Esa no es la única razón por la que la líder K saltó al escenario político. También buscó la presidencia del Partido Justicialista (PJ), ese aparato al que denostaba como un espacio caduco en el que sólo se practicaba el “pejotismo”, acción política a la que consideraba decadente, para convertirlo en guarida donde atrincherarse a resistir las embestidas judiciales que avanzan con posibles condenas.
Grogui y desvencijado, el peronismo no tuvo reflejos ni instrumentos para generar nuevos liderazgos en lugar de poner reversa. Ni siquiera pudo evitar que a las riendas las tomara casi de arrebato la inventora del tren fantasma donde asustaron al electorado desde figuras escalofriantes como Amado Boudou hasta personajes patéticos como Alberto Fernández.
El sentido común señalaba el lado opuesto al kirchnerismo a la hora de encumbrar una conducción intachable y atractiva más allá de una tribu sin posibilidad de crecimiento. Pero Cristina se aposentó casi sin encontrar resistencia. Si logra su objetivo, el PJ será el partido zombi que marchará asustando a electores para bien de Milei y su agresivo conservadurismo.
Que no hubiese resistencia para evitar que Cristina Kirchner se guareciera en la conducción partidaria ante los embates judiciales que se aproximan, muestra un peronismo grogui, sin reflejos. Así como los republicanos centristas no supieron evitar que el “Grand Old Party” se convirtiera en una propiedad más de Donald Trump, los peronistas de centro no supieron resistir la apropiación del PJ por parte de la ex presidenta.
Milei no habla de corrupción. Sólo acusa a Cristina del desastre económico que dejaron décadas de kirchnerismo. Si finalmente logra que sea ella el rostro de la oposición en las sucesivas elecciones por venir, y si por entonces su gobierno acrecentó la pobreza hundiendo en ella parte de la clase media, necesitará recurrir a las causas por corrupción para descalificarla. Pero no puede hacerlo después de cortejar como un cholulo a Trump, a pesar del casi centenar de procesos judiciales que persiguen al magnate neoyorquino.
Los pocos centristas que aún quedan en la Argentina deambulan erráticos, sin atreverse a exigirle a Milei ni siquiera que deje de decir groserías, de insultar y de graficar sus expectativas económicas con metáforas escatológicas de mal gusto. Tampoco se atreven a describir lo que las bases kirchneristas se avergüenzan de admitir: Milei copió al kirchnerismo la metodología schimittiana que reciclaron ideólogos del neo-populismo como Ernesto Laclau. Disfruta de practicar el sectarismo ideologizado que denigra para silenciar voces críticas. Sobreactúa las poses ideológicas como si de verdad creyera que sus dogmas le otorgan superioridad intelectual y moral. Igual que la viuda de Néstor Kirchner.
Cristina entiende a Milei mejor que la oposición amedrentada y humillada por el presidente. Incluso lo respeta más que a los centristas. También para Milei el centro es más despreciable que el kirchnerismo.
Por eso, en lugar de recluirse en la autocrítica por el adefesio gubernamental que inventó para camuflarse en Alberto Fernández y Massa, lo que hace Cristina es aprovechar el vacío que deja la oposición pusilánime y saltar al escenario donde espera coprotagonizar con Milei un guión que bien podría llamarse “Enemigos íntimos”.