No compliques

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Domingo de fin de semana largo de enero en un Montevideo con poca gente. Programa clásico de la tardecita para niños: ir al parque Rodó. Pregunta natural luego del paseo: ¿cómo es posible que convivamos pacíficamente con tanta dejadez, tanta mugre y tanto desprecio por la belleza en lugares públicos?

El lago del parque es, francamente, un asco; a pesar de la sequía evidente, nadie nunca jamás riega los espacios verdes del parque, de forma de asegurarse colchones de pastos limpios para que las familias se instalen y los niños allí jueguen; nunca flores bien atendidas y dispuestas, que alegren la vista y el olfato; caminos rotos, con tierras mugrientas a su alrededor; desechos, basuras, plásticos y bolsas, desperdigados por todos lados; árboles mal cuidados; senderos no barridos; y una biblioteca infantil municipal en el castillo cerrada, claro está, para evitar que atienda cuando hay más niños en el parque.

Sin embargo, la gente parecía feliz disfrutando del aire libre; tranquila con sus mates, sus charlas, sus músicas, su respeto civilizado por la convivialidad de los días lindos de verano.

Nadie parecía horrorizarse por un lago de agua asquerosa, que acumula todo tipo de mugre desagradable en sus costados y con islas cuyos árboles y plantas notoriamente nadie cuida desde hace mucho tiempo. Se veía que era un rutinario paseo familiar de amplias clases populares sí, pero también de pequeñas clases medias que dejaban estacionados sus autos a la sombra de los frondosos árboles del parque.

Hay un par de explicaciones conocidas para todo esto. Hay zonas mucho más mugrientas que el parque Rodó, por lo que mucha gente que allí pasa el domingo no cree que ese parque esté tan mal; y las clases medias y populares que allí concurren no tienen con qué comparar, es decir, no viajan, no conocen, no imaginan que pueda existir algo mucho mejor y gratuito -como, por ejemplo, el parque Rodó de San José de Mayo, la zona del borde del río en Mercedes; o en la región, el parque Bicentenario de Santiago de Chile o la mayoría de los parques públicos de Buenos Aires -.

Hay una razón más política - electoral. Todo el mundo cree que el Frente Amplio (FA) siempre ganará la intendencia de Montevideo. Los religiosos izquierdistas, cuyo dogmatismo les lleva a decir incluso que la ciudad está limpia, no tienen pues incentivo alguno para mejorar todo esto: no importa si el parque Rodó es una mugre llena de desidia y desamor, porque la gente va igual, igual lo aprecia, y porque la amplia mayoría de la capital seguirá votando al FA sin quejas.

Y hay una última razón que refiere a la fractura de nuestra sociedad. Aquellos que sí se podrían darse cuenta del espanto que es el parque Rodó hace años que no lo visitan más. Podrían quejarse, pero ya no les interesa. Apenas pudieron económicamente, se alejaron de esos espacios públicos y armaron su mundo lúdico y social en torno a burbujas geográficas. Los más cínicos son los que así actúan y votan, orgullosos, al FA: se sienten plenamente solidarios con el pueblo que disfruta de este parque Rodó, pero lo hacen desde el jardín de su casa en Punta del Este o en Malvín, y hace lustros que no le ven la cara al gusano loco.

Al final, ¿a quién se le ocurre ir al parque Rodó un domingo de enero? No critiques con que está feo, roto, sucio y dejado. La gente que va lo disfruta igual. Y si a vos no te gusta, nadie te obliga a ir. No compliques.

FRANCISCO FAIG

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