Lo de Joaquín Osimani (36) con el básquetbol no fue amor a primera vista. El hoy jugador de Peñarol estaba ensañado con el fútbol y no le entraba otro deporte, hasta que su hermano Martín, seis años mayor que él, empezó a jugar en Biguá, su familia no se perdía un partido, y así arrancó su coqueteo con la pelota naranja. Joaquín sobresalía por su tamaño y Alejandro Gava, técnico de su hermano por ese entonces, le insistió para que se fuera a probar, y le ganó la pulseada.
“Yo estaba empedernido con el fútbol hasta que a mis 10 años, de la misma manera que arrancó Martín, me di cuenta de que el básquet me salía un poco mejor que el fútbol, le empecé a agarrar el gusto y una vez que pasé un año entrenando, no toqué más una pelota de fútbol”, confiesa Joaquín Osimani.
Sus padres querían que sus hijos se criaran con la pata social de un club, y los anotaron en Biguá. “Mis veranos eran con mis compañeros de equipo compitiendo en el club, solo parábamos para almorzar. Nos agarró tal pasión que incluso con algunos (Juan Andrés Cambón, Gonzalo Carvidón y Guillermo Nathan) pudimos compartir momentos profesionales”, relata quien debutó en Primera jugando para Biguá 19 años atrás en un partido contra Salto que no olvidará jamás.
Crecer al lado de Martín Osimani, a quien describe como “uno de los mejores basquetbolistas uruguayos” fue el mejor espejo: “Fue un ejemplo que absorbí y me abrió la puerta a decir, ‘esto es posible’”, remarca. Observó de su hermano ese gran esmero y dedicación, y entendió que la clave para triunfar era asumir el deporte con responsabilidad.
“Condiciones para llegar tenés que tener, pero si querés tener una carrera consistente tenés que trabajar, sobre todo en lo que hacés mal. Llegás porque en formativas tenés un poco más de talento que tus compañeros. Pero está en vos, no depende solo de tu talento porque si no lo trabajás, el talento se muere”, asegura.
El presente lo encuentra entusiasmado en Peñarol y alineado con el club en la forma de concebir el juego y la competencia. “Si bien hay una apuesta de traer buenos jugadores, de la mano de Pablo (López) hay una filosofía que es a base de trabajo y es fiel a lo que yo siento. Cerré con el equipo a mediados de mayo y a los tres días ya estábamos entrenando todos los días, y faltaban cuatro meses para que arranque la Liga. Nadie puede garantizar resultados, pero sí el proceso de cómo ir por esos resultados: ahí está la base”, opina.
Fue tal su ilusión por vestir la camiseta aurinegra que rechazó una seductora propuesta de Riachuelo, equipo argentino donde jugó la temporada pasada. “Me trataron diez puntos, estaba la oportunidad de poder volver este año pero me apareció un equipazo como Peñarol y no lo dudé”, confiesa. Y agrega: “Me generó algo distinto por todo lo que vienen haciendo desde que volvieron al básquetbol, por lo que es Peñarol, el club más grande de Uruguay, y por el equipo que querían armar”.
Hitos
Los padres de los Osimani los orientaban hacia el estudio pero jamás les coartaron el deporte como medio de vida: “Veían que disfrutábamos y nos acompañaban siempre. Eso fue un empujón para poder lograr el objetivo”, dice.
Arrancó en formativas, rápido pasó a la selección y se perfiló como profesional. Si bien se dio de forma natural, hoy identifica el sacrificio que implicó, los tragos amargos que superó y agradece el lugar que se ganó. “Somos 60 jugadores que podemos ocupar un cupo en la Liga Uruguaya de Básquetbol (LUB) y vivir de esto. Lo valoro y lo defiendo cada día porque quiero seguir jugando hasta que me dé el físico”, afirma.
Entre los hitos de su carrera se destacan Riachuelo (fue la chance de jugar en la Liga Nacional Argentina), Goes y Peñarol.
“Goes fue de los clubes más importantes de mi carrera y siempre voy a tener un sentimiento especial por el club y su gente”, expresa. Se dio el plus de que en ese club compartió plantel con su hermano: “En nuestro último pasaje por Biguá no nos había ido tan bien deportivamente y fue volver a disfrutar dentro de la cancha. Es algo que voy a llevar en mi corazón toda mi carrera”.
En Peñarol se reencontró con Jayson Granger -debutaron juntos en la selección Sub 17- y asegura que es un deleite tenerlo de compañero: “Eleva el plantel y la LUB. Es el jugador uruguayo más importante que ha pisado la liga y llega en su mejor momento. Donde jugó hace que traiga información que nos hace aprender a todos”.
El clic
Goes fue para él también un trampolín: cambió su juego gracias al entrenador Guillermo Narvante -“me potenció mucho”, reconoce- y también su cabeza. Cuando Joaquín debutó, no se le prestaba atención a la salud mental del deportista y se los veía como robots. Esa concepción quedó atrás y él fue de los que acudió a una terapia para aprender a manejar las derrotas y frustraciones. Confiesa que después de perder un partido no podía hablar, no dormía y quedaba días ofuscado.
“Tengo un psicólogo que me hizo hacer un clic en mi carrera: fue un antes y un después en el que pude empezar a manejar este tipo de sensaciones y sentimientos. Podés tener el mejor auto pero si el motor es un desastre, no va manejarse. Cuando trabajás sobre tu cabeza podés explotar todo lo otro (lo que hacés en la cancha, en la sala), sobre todo en un deporte como el básquetbol que es dinámico y estás tomando decisiones rápidas constantemente”, afirma.
Bonus track
Joaquín combina su profesión con un emprendimiento gastronómico: Oso cookies and bars arrancó en pandemia de casualidad, y creció con fuerza. Este fanático de los dulces no puede quedarse quieto así que cuando el covid-19 lo encerró en su casa y lo dejó sin deporte por tiempo indefinido, se puso a cocinar para matar el aburrimiento. Preparaba recetas dulces y le alcanzaba a sus padres y su hermano para que probaran.
“Lo empecé a compartir en Instagram porque mi novia saca muy buenas fotos y mucha gente me decía, ‘vendé. Yo estaba sin hacer absolutamente nada y así empecé; agarró fuerza y si bien después volvió el básquet y mi prioridad es 100% eso, lo manejo a mi tiempo”, relata.
Invirtió en cursos de gastronomía y en una cocina. Por ahora solo recibe pedidos vía Instagram, pero cuenta que “la idea cuando me retire es tener un emprendimiento gastronómico. Lo tengo planificado pero no me gusta estar a medias. Es un proyecto en el que quiero crecer cuando tenga tiempo”.
Por último, al enterarse del incendio en Goes usó su negocio para colaborar y vendió dulces a beneficio: “Me dolió lo que pasó. Sé que lo habían hecho a pulmón con los socios y me salió ayudar. La manera que tenía, si bien podría haber donado dinero (que también lo hice), era donar mi tiempo. Hicimos esa movida, la gente respondió muy bien y le pude dar la plata al club. Es un granito de arena pero quería ayudar”, cierra.