KAWASAKI
Luego de adaptarse al Kawasaki Brave Thunders, se lesionó; pero Mathías Calfani se recupera para volver mejor que la última vez
Faltan 10 segundos para el final. Uruguay empata 60-60 con Puerto Rico. Los casi 10.000 uruguayos en el Antel Arena están con los pelos de punta. La Celeste saca, Mathías Calfani la recibe, tira de tres... y emboca. El estadio explota de júbilo. Parodi se le cuelga a las espaldas a Mathías que mira a las tribunas y grita como un uruguayo más, uno que acaba de cumplir un sueño.
“Me acuerdo cuando estaba en Artigas y empezaba a entrenar. Jugaba en un arito que nos habíamos hecho con un amigo enfrente a casa. Siempre nos imaginábamos. Veíamos los partidos de la NBA y decíamos: qué increíble sería jugar en un estadio así, lleno de gente; que estén gritando, alentándote. Desde ese momento hasta el partido con Puerto Rico pasó mucho, pero fue como ver parte del sueño que siempre hablábamos con mi amigo cuando jugábamos en la calle de mi casa”.
Hoy ese niño tiene 28 años, está casado con Florencia y tienen a Juana, de 9 meses. Viven en Japón, donde Mathías juega desde agosto en el Kawasaki Brave Thunders.
Aunque los últimos meses los tres están en Montevideo, porque Calfani tuvo una rotura parcial de ligamentos cruzados en diciembre, unos meses antes que el coronavirus paralizara el deporte en aquella región y en la mayor parte del mundo. Ahora Calfani se está recuperando, pensando en tener una nueva revancha como la tuvo en ese partido inauguración del Antel Arena ante Puerto Rico, cuando se acordó de “todo lo que había pasado con la lesión en la rodilla, de no estar en los partidos anteriores”. Esa misma revancha que lo lleva incluso hoy en día a comentar: “Cada vez que hablo del juego o veo alguna imagen se me pone la piel de gallina. Que se haya terminado definiendo con un triple mío y por cómo explotó el Antel Arena cuando entró esa pelota, es una sensación que no me la voy a sacar nunca”, asegura.
Hasta las primeras medidas de prevención del COVID-19 en Uruguay, se recuperaba en la clínica y el gimnasio. Ahora lo hace en su casa con pesas y objetos que pudo llevar, además de “cosas caseras, como subir a la silla”. Algo que admitió que debe hacer con cuidado por vivir en apartamento en el que apenas entran sus más de dos metros (2,03 m) y todavía arriba de una silla. “Llego justito, pero llego; si algún día me paso la voy a sufrir”, bromea.
Cada 15 días envía informes de su recuperación a Japón, en donde le costó adaptarse pero con el pasar de las semanas, los entrenamientos, partidos y bromas fue encontrando la comodidad: “En un principio me sentí un poco perdido porque somos muy distintos en cómo vivimos y costumbres. Sobre todo porque estaba solo, a los 20 días fueron mi señora y mi bebé, ahí ya se hizo más llevadero todo”.
Aunque los locales lo trataron “muy bien” era cuando estaba adentro de la cancha cuando se sentía cómodo. “Era lo que yo conocía, lo que me gusta que es el básquetbol y es mucho más fácil comunicarme desde ahí que hablar de la vida”. Aunque con el tiempo y las bromas se fue acercando.
Les aflojaba la caramañola, entonces cuando iban a tomar el agua se les caía arriba o les tiraba shampoo en la cabeza cuando se estaban bañando, entonces parecía que no se podían sacar nunca el shampoo”, cuenta. “Los primeros días, me sorprendía, no buscaban culpables, no miraban para el costado. Creo que nunca les había pasado. Yo me enojaba, quería que culparan a alguien. Que me culparan a mí o a alguien para reírme; no pasaba. Después empecé a tener cómplices, empezamos a hacer bromas y nos seguían el hilo”, cuenta.
Hasta que llegó el punto que se las devolvieron. “Me mandan mal los horarios o les pido que me traduzcan algo, porque el traductor no es exacto, y me lo traducen mal para hacerme llegar 20 minutos antes a los entrenamientos”.
Compartió mate. “No les gusta mucho la idea de tomar del mismo lugar que toma otra persona u otras”, asegura. “Al principio les pareció raro, pero después me veían todos los días con el mate, entonces llegó el día que lo probaron. La mayoría dijo que le gustó, a alguno no”.
Se le complicó con el idioma, aunque "aprendimos algunas palabras como para decir 'buen día', 'buenas noches' porque son muy respetuosos y siempre saludan".
Tuvo problemas con la comida: “El tiempo que estuve solo fue duro. Almorzaba y cenaba en el club. Pero capaz había algún día que quería cenar de vuelta porque la comida de ellos no tiene nada que ver con la nuestra, comen muchos frutos del mar, muchas algas, la pasta de forma distinta. Al principio la pasé mal. Iba al super a comprarme algo y capaz volvía con una Coca y un paquete de galletitas Oreo que era lo único que conocía”.
"Con mi señora decíamos que nuestro paseo era ir al supermercado, porque íbamos con el traductor viendo qué tenía cada cosa. Pasábamos una tarde entera. Después fue distinto porque empezamos a cocinar comidas que comíamos acá, porque encontramos lugares mexicanos, uno estadounidense que tenía cortes de carne", sostiene.
Los objetivos
“Mi meta ahora es volver mejor de lo que estaba y tener la revancha de terminar una temporada en Japón. Después, algo que lucho por lograrlo es jugar en Europa y contra los mejores, contra el básquetbol que me gusta”.
Tiempo para recuperarse
“Con todo esto que está pasando, que es muy raro, me beneficia quizás porque tengo más tiempo para recuperarme”.
Los cuidados por el coronavirus
“Estamos encerrados en casa, para lo único que salimos es para ir a pasear al perro e ir al supermercado y tomamos las precauciones necesarias. Tampoco vemos a la familia. Son sacrificios que tenemos que hacer todos para salir de esto rápido. Si entre todos aportamos lo nuestro vamos a salir adelante”.
“Es un cambio que se tiene que hacer; se va a perder, pero a la larga se va a ganar”
Luego del inolvidable partido contra Puerto Rico en el Antel Arena, el siguiente frente a Estados Unidos y el final de las Eliminatorias, Calfani no pudo volver a competir con la selección uruguaya al haberse lesionado en diciembre. Así estuvo ausente en la primera ventana en la clasificación a la AmeriCup. Contra Brasil “jugamos todo el partido a una intensidad alta, quizás una rotación corta. En los minutos finales, cuando teníamos que estar con los mejores jugadores frescos, no lo pudimos hacer y se notó que las malas decisiones eran por cansancio. Nos pasó factura”, resume, aunque asegura que “tenemos mucho por dar y crecer. Tenemos el equipo” para avanzar en el torneo.
Él vivió con mucha ansiedad el partido y toda su recuperación “El primer mes fue un poquito más tranquilo, pero el segundo fue insoportable. Ahora, al no haber básquet, me ayudó porque no lo veo y no lo sufro. La ansiedad te mata. El partido contra Brasil en el Antel Arena fue duro verlo desde afuera”.
A su vez, reconoce el trabajo que se está realizando en las selecciones uruguayas, que lo encabezan Rubén Magnano como director de selecciones y Edgardo Kogan como entrenador del plantel principal.
“Nos hace bien que esté y escucharlo, trabajar con alguien con la experiencia que tiene. Sé que está arriba de todas las decisiones que se toma”, comenta en relación al primero. “A Kogan lo conozco de Biguá. Es un entrenador que le gusta traer cosas nuevas, le gusta innovar y entender mucho; cree mucho en las cosas que hace”.
Y aclara: “Es un proceso largo. Vamos a perder. A nadie le gusta, pero tenés que perder para valorar la victoria. Es momento de crear una identidad y mejorar paso a paso”.
Así pasó contra Brasil, cuando sumaron muchos minutos los titulares. “Esteban (Batista) creo que en San Lorenzo viene jugando 25’ y en la selección le ha tocado jugar 35’, cuando ningún jugador puede a este nivel jugar con la misma intensidad desde el minuto cero hasta el 35. Es un cambio que tiene que hacer la selección, en el que se va a perder mucho pero a la larga se va a ganar”.
“Se le está dando lugar a muchos jóvenes que hoy en día no tienen mucha experiencia, pero el día de mañana cuando tengan que tirar del carro van a venir con muchos torneos y partidos arriba. Eso creo es a lo que se apunta”, puntualiza.
Para Calfani, San Lorenzo es candidato a América.
“Me llevé muchos recuerdos muy lindos. El último, el más lindo: ganar la liga estando con ellas, con mi mujer y mi hija. Cuando llegamos a Buenos Aires éramos tres, contando al perro, y volvimos cuatro con muchas victorias y muchos amigos”, recuerda Calfani, que sigue en contacto “muy seguido” con Mata, con Marcos, que es con el que más habla. “Hicimos una linda relación, también porque él tiene dos nenes chicos”, cuenta.
En San Lorenzo estuvo desde 2016. Allí ganó tres años seguidos la Liga Nacional de Argentina y la Liga de las Américas en 2018 y 2019.
Ahora sigue al club “por estadísticas o comentarios” y lo ve como favorito a ganar la Americas Champions League. “Formaron un equipo muy fuerte con puntos fuertes en varios jugadores. Ahora con la llegada de "Che" García creo estaban jugando mejor. Es el gran candidato”.
El nivel de la liga de Japón fue una sorpresa.
En el momento en el cual se lesionó “fue cuando me estaba sintiendo mejor”. Ya habían pasado cinco meses desde que vivía en Japón y tres con competencia. “El último me estaba sintiendo más cómodo y más adaptado a vivir y jugar allá. Aparte allá jugábamos días consecutivos, que por lo menos en Argentina y Uruguay no se juegan. Era distinto jugar sábado y domingo, después martes y miércoles. Era bastante movido”, asegura.
Afirma que el nivel lo “sorprendió”, aunque “los equipos se potencian mucho con los extranjeros que traen, muchos que jugaron la NBA o la Euroliga. El nivel de los japoneses quizás no es el más alto, pero vienen creciendo muchísimo”. Y destaca que “Físicamente son muy buenos. Quizás lo que le falta es la importa esa, la picardía de salir un poco de la jugada”.