CAMBIO DE ROL
Tomó la decisión de retirarse porque el tiempo pasa para todos. Luego de una extraordinaria carrera, empieza de nuevo como asistente en Biguá, donde cree que es el mejor lugar.
Del departamento de Salto han salido grandes jugadores de fútbol: Suárez, Cavani, Arambarri, entre otros, pero, uno de los mejores jugadores del básquetbol uruguayo también nació allí. Y aunque empezó siendo arquero, el venirse a la capital tomó una decisión por él: sería el básquetbol y no el fútbol. “Si me hubiese quedado en Salto quizá seguía jugando, no era tan malo como arquero, estaba en la selección de Salto”, admite Nicolás Mazzarino, sentado en el sillón de su casa en Carrasco; viste un suéter azul y unos lentes negros que en un principio reflejan la antítesis de un deportista.
Pero al fin y al cabo el aro le atraía más que el arco y la pelota naranja le gustaba más. Fue por ello que llegó a Hebraica y Macabi para comenzar lo que en ese momento no sabía que iba a ser un carrerón.
Nicolás Mazzarino creció como jugador allí desde el 91’ hasta el 97’, pero cuando Hebraica se desafilió, salió en busca de un equipo y fue Welcome quien le abrió sus puertas. Y allí fue a donde volvió tras cruzar el charco para jugar en Boca en 2001. “Boca fue lo que me dio un pantallazo de lo que podría ser Europa, que a su vez era más difícil. Ahí me di cuenta de que el nivel de acá era un poco inferior, pero eso te abría la cabeza para saber que había que seguir entrenando y mejorando para jugar a otro nivel”, indica Nicolás y destaca que la principal diferencia era que se podía solo “pensar en jugar, mientras que en Uruguay, en aquel momento, siempre había otros problemas como conseguir la ropa, siempre nos arreglamos con lo que teníamos”, agrega y acepta que hoy en día Uruguay está mucho mejor que antes.
Con estas nuevas enseñanzas incorporadas, dio un paso gigante hacia Italia, para jugar un básquetbol más “estructurado e intenso” en Viola Reggio Calabria y Pallacanestro Cantú. Pero irse al viejo continente, a un país donde hablan otro idioma no es lo mismo que hoy. Los celulares no tenían traductores simultáneos y no había wifi en todas las plazas y restaurantes.
Pero Nicolás tuvo dos aliados: Alejandro Montecchia y Carlos Delfino, dos jugadores argentinos muy reconocidos que lo introdujeron a la cotidianidad italiana, al menos por tres meses, los cuales bastaron para que Nicolás pudiese echar a andar por su cuenta.
Nunca dudó de su profesión
Nicolás es de esos jugadores que nunca dijeron “esto no es para mí”. “La crítica es parte del juego y si bien hay muchas victorias y cosas lindas, pero son más las frustraciones y las cosas malas, si uno se frustra y deja, lo hace como puede dejar cualquier tipo de trabajo. Nunca nada es todo perfecto, y el básquetbol no es la excepción, solo que estás haciendo algo que te gusta. La frustración tenés que llevarla adelante mentalmente, sabiendo que tenés que trabajar para mejorar, esas cosas las va superando, injusticia hay siempre y ahí es cuando te venís abajo, pero también es donde está la fortaleza de cada uno en seguir insistiendo hasta mejorar”, expresa Nicolás.
Su paso por la selección
Indudablemente uno de los sueños de cualquier deportista, de la disciplina que sea, es representar a su país. “Vestir esa camiseta no tiene comparación”, asegura Nicolás, que con la Celeste se sentía como en casa porque compartía plantel con muchos de sus compañeros de Welcome.
“La selección era lo máximo. Si bien no obtuvimos tantos resultados, logramos creo que el último Sudamericano de Maracaibo en el año 1997, que también fue mi debut, después ganamos algunos vicecampeonatos y una medalla de bronce en los Panamericanos de Río de Janeiro. Pero la experiencia siempre fue buena, más allá de los resultados”, confiesa, y agrega: “No me acuerdo contra quién fue, pero recuerdo en un partido con Brasil de ese campeonato que la cancha estaba más o menos húmeda y (Victor Hugo) Berardi -que era entrenador de la selección en ese momento- quería cuidar a los mejores jugadores y por eso jugué bastante, como 20 minutos, de ese partido me acuerdo porque fue la primera vez que jugué mucho”.
Vestir la celeste le ha permitido enfrentarse a grandes estrellas. “El top fue jugar contra LeBron o Kobe Bryant; los veíamos en la tele y los teníamos ahí al lado. Era increíble”.
El estudio y el deporte son compatibles
“Yo hice una cosa, pero predico otra. Siempre se lo digo a los chiquilines. Yo estaba solo en Montevideo y mi familia no podía estar arriba diciéndome qué hacer. Hoy en día, sabiendo cómo se dieron las cosas, sé que es un tema de organización. El tiempo da. Yo entrenaba tres horas de mañana y tres horas de tarde”, explica Mazzarino, quien fomenta a sus hijos que estudien, aunque ambos sean deportistas, de hecho su hijo juega al básquetbol en Tabaré.
“Indudablemente que hay que estudiar, porque cuando te retirás podés hacer otra cosa. Yo me retiré a los 45 años y no tengo una carrera de estudio, pero creo que es fundamental. Tengo muchos amigos que han jugado hasta los 34, 35, luego han hecho la carrera y son contadores... Se puede hacer otra cosa. Y más ahora, los tiempos han cambiado y hoy en día que se puede estudiar por internet, y en mi época no era tan así, pero indudablemente que las dos cosas se pueden hacer y se puede hacer bien, hay que organizarse nada más”, expresa Nicolás, que fue y es referente de muchos niños potenciales jugadores de básquetbol, y entre risas acepta que no es el mejor ejemplo académico, pero insiste en que hay que estudiar.
Momentos definitorios
Hay momentos que quedan grabados en la retina, donde un punto puede definir todo. “Se me viene a la mente uno en Italia, convertí un triple para ir a alargue y después ganamos”, expresa Nicolás. “Me acuerdo que en la última final Welcome-Cordón en 2002, una pelota se me escapó cuando faltaban segundos y que con ella podíamos haber tenido la chance de pasar adelante, tal vez ganar, y perdimos, esa me quedó grabada. Es más fácil olvidarse de la buenas que de las malas”, dice.
Comienza una nueva etapa
Así que tomó coraje y con él, la decisión de que ya no iba a mirar los partidos desde adentro, al igual que eligió colgar los guantes en Salto.
Pero cuando tu vida es el básquetbol, también querés dejar un poco de tu aprendizaje, para quedarte un poquito más cerca, para seguir sintiendo la adrenalina de un marcador que aún sigue corriendo, pero desde otras perspectiva. Aunque aún le cuesta asimilarlo.
Alejarse de algo que formó parte de toda su vida es algo que no es fácil para ningún ser humano. Allí donde radica la estabilidad nos sentimos más cómodos y nos cuesta soltar. Nicolás, a pesar de que ya sabía que sería su última vez con Malvín cuando le dijo adiós, siguió adelante. Y probó con Peñarol, donde jugó unos meses, pero la falta de continuidad por la crisis sanitaria no es lo mismo a los 45 que a los 20, y seguro que a estos últimos también les cuesta retomar el ritmo, lo llevó a ser más propenso a lesionarse, se lastimaba y volvía, pero las recuperaciones no eran fáciles.
Él y su familia ya sabían su decisión, pero debía compartirla con la gente que siempre lo había apoyado en cualquiera de sus clubes. Después de posponer sus palabras durante unos cuantos días, el pasado 12 de julio escribió en Twitter: “Ahora empieza una nueva etapa de mi vida, con el mismo empeño de siempre, y con la tranquilidad de quien hizo el máximo en todo y en cada momento de mi vida de jugador. ¡Gracias a todos!”.
Biguá y Aguada fueron los clubes que apostaron al valor de Nicolás y depositaron la confianza en él para que acompañase como asistente al técnico del equipo. Pero la pulseada la ganó el “Pato” de Villa Biarritz.
El lector se preguntará por Malvín, y sí, el playero dijo que quizás el exescolta podría participar en algún rol, pero no hubo una propuesta concreta y Nicolás debía elegir.
¿Por qué no tirarse de una a técnico? “Tal vez sería medio careta”, admite Nicolás, y agrega: “Tengo el conocimiento, pero no es lo mismo dirigir, también hay que saber expresarlo. El rol de asistente está bueno porque ayudás al DT y ves desde adentro cómo funciona la parte técnica”, asegura Nicolás. Podría haber empezado por inferiores, pero le atrae más la parte táctica y tampoco le gustaría hacer experiencia con los juvelines, por precaución de no hacerles mal.
Mazzarino acompañará a Diego Cal, a quien no conoce mucho, salvo por “haberlo saludado algunas veces y por tener el mismo agente”. El nuevo asistente técnico del “Pato” espera empezar a entrenar a partir de mañana de cara a la Liga Uruguaya de Básquetbol que comienza en octubre, aunque en principio será diferenciado porque muchos jugadores se encuentran en el metro y los extranjeros llegaran sobre la fecha.