Época de escuchar música en el Ares. De chatear por Messenger (también llamado MSN). De mandar zumbidos por chat y que del otro lado alguien los devolviera. ¿Se acuerdan? Washington Aguerre, que hoy está en boca de todo el país por su excelente año deportivo y los rumores sobre su futuro en Peñarol, era uno de esos. Bandido, amante de los jugos de $1 del almacén de enfrente a su casa, recibía la Navidad ansioso, como cualquier otro pibe de Artigas, mientras los guantes esperaban por él guardados en el ropero.
El pedido para ese fin de año fue un PlayStation portátil, que llegó y pronto se empezó a atornillar entre sus manos como si fuera una pelota. Pasó tanto tiempo que, aunque en su día lo marcó, hoy ya ni el nombre recuerda: “Ahora, que me empezás a preguntar, me acuerdo de muchas cosas...”, piensa, suspira y sigue: “¿Te acordás de la Play chiquita que podías ponerle el casete adentro? (...) Ese regalo me sorprendió y hasta ahora me acuerdo”.
Aguerre, que hoy es un arquero consolidado y padre de dos hijos a sus 31 años, también fue pícaro en juveniles y, a razón de “hacer lo que fuera por Peñarol”, también se mandó de las suyas: “Íbamos siempre a los partidos y me acuerdo que para la final de la Libertadores 2011 nos habíamos quedado afuera. Siempre nos daban entrada, pero ese día hubo una reventa tremenda y explotó el estadio. Empezamos a recorrer todas las tribunas, a ver cómo hacíamos y terminamos entrando. Nos metimos en la Olímpica saltando las vallas y esquivando a toda la Policía. No sé ni cómo, pero nos metimos entre toda la gente y llegamos a ver el recibimiento de Peñarol, que fue algo muy parecido a lo que pasó ahora con Flamengo”.
Después de cerrar el año con un récord de 21 vallas invictas en el Campeonato Uruguayo y de haber recibido apenas 11 goles en 26 partidos, activó el modo vacaciones y ya tiene decidido el regalo que quiere para Papá Noel antes de que el 31 de diciembre venza su contrato: “Todos saben lo hincha que soy y me encantaría quedarme”.
De momento, según pudo saber Ovación, ya entró en la mira de Newell’s, Colo Colo, San Lorenzo, Barcelona de Ecuador y Boca Juniors. La gran interrogante hoy es de qué depende esa continuidad, y él mismo lo contesta: “Va a depender más de Nacho (por Ignacio Ruglio). Como se lo dije a Diego: ‘Cuando vine no fue por plata; fue por amor y para cumplir mi sueño’. Pero también está mi familia, que quiere seguir creciendo. Veremos qué pasa en estos días”.
Las perlitas y curiosidades atraviesan la carrera de este arquero nacido en Artigas. Como, por ejemplo, el día que vistiendo la camiseta de Cerro Largo jugó un partido aparte con la hinchada de Nacional al entrar en calor con buzo amarillo y negro y en el final hacerle un gesto con la mano abierta.
Como esa, hay otras tantas, pero lo que pocos saben, en realidad, es que detrás de ese personaje tan particular que se ve en la cancha hubo un padre sensible al que le tocaron lo más preciado. “Cuando volvimos a la concentración, no sé cómo se hizo viral mi número y empezaron todo tipo de amenazas. Metieron a mi hijo en el medio y ahí fue que senté cabeza. Uno nunca se sabe con quien se puede cruzar en la calle hoy en día... Fueron tres, cuatro días muy tensos".
Tuvo que trabajar el tema en terapia, hizo la denuncia por las amenazas recibidas, pero formó un caparazón que lo reconvirtió en un guerrero: “Comparado con lo que era en Cerro Largo, este año no hice nada, ja. Sé que hay mucha gente que no lo comparte y está en su derecho, pero soy así. Me gusta ser así. Y lo disfruto. Siento que si no hago alguna cosita o una travesura no soy yo. Pero afuera de la cancha soy totalmente diferente. Vivo muy apegado a mi familia, amigos y soy una persona súper tranquila”.
Su temperamento lo llevó a tropezar y a darse golpes en el mentón muchas veces. Tal vez más de lo que esperaba, como cuando fue expulsado de la semifinal de la Libertadores con Botafogo y pasó días encerrado. Sin embargo, hoy el balance es todo positivo. “Mis compañeros cuando me cruzaban de rival me odiaban, pero hoy me dicen que soy una persona especial para ellos, que estoy siempre positivo y para adelante”, comenta a Ovación horas después de un encuentro casual con este periodista en la terminal de Tres Cruces.
Quiso dejar el fútbol y la pasó mal en México
El loco lindo de Washington Aguerre fue interceptado entre lágrimas por el presidente Ignacio Ruglio ni bien terminó el partido de cuartos de final de Libertadores entre Peñarol y Flamengo en el Campeón del Siglo. Fue el héroe de esa serie y así se lo hizo saber el dirigente antes de fundirse en un abrazo: “Lo ganaste, lo ganaste”, le dijo al oído.
Mientras, desde la tribuna bajaba un ‘¡olé, olé Washi, Washi!” y Ruglio le decía “mirá al Rafa allá arriba” señalándole a Rafael Monge, que, más que un directivo de Grupo Pachuca, fue responsable de su llegada y se volvió un amigo íntimo.
El pensamiento negativo de pensar en dejar el fútbol, y del que nunca había hablado antes, lo invadió dos veces en su carrera. La primera fue el día después que firmó con Miramar (a préstamo de Peñarol) y le dijeron que no iba a jugar. Pasó un año entero solamente entrenando y con su hijo esperando a que lo pusieran. ¿La segunda? El año pasado con Querétaro, donde hubo cambio de directiva y estuvo 10 meses parado y siete sin cobrar antes de ir a juicio: “Llega un momento en el que decís ‘ta, me voy a dedicar a otra cosa’. No sentía las mismas ganas de ir a entrenar, de estar ahí. Siempre digo que al final todo es por mis hijos”.
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