Por: Diego Domínguez
El ruido de entrada y salida de ómnibus que se volvía incómodo para los vecinos de la terminal de Tres Cruces era, para Agustín Dávila, un respiro.
Ese resople de humo que se fusionaba con el olor a nafta de viejos coches era, en su mente de chiquilín de 13 años, señal de volver a Rivera, de estar en casa. Pero nada de eso pasaba muy seguido, sino todo lo contrario.
La rutina de las juveniles de Peñarolle marcaba un entrenamiento diario de lunes a viernes. El sábado era día del partido y el domingo, cuando empezaba a picar el bichito de la extrañitis, llegaba el descanso. Sin embargo, por la distancia, la mayoría de las veces no podía cumplir con su mayor anhelo, que era ver a su familia. “Cuando sos muy chico te cuesta que llegue el fin de semana y no puedas irte porque tenés seis, siete horas hasta Rivera y ves que todos tus compañeros, que estaban ahí al lado, se van y vos te quedás solo en la casita”.
Así, entre disgustos personales, ganas de dejar el fútbol y vivencias con compañeros como Darwin Núñez, maduró más temprano que tarde, cuando todavía no usaba la pierna izquierda ni para subirse al ómnibus, según confesó. “Era duro. Lloré muchísimas veces. Estaba Silvia, que era la encargada, y me bancó muchísimo la cabeza. Estuve a punto de desistir y de irme para Rivera”.
Pese al contexto adverso, Dávila siguió atrás de su sueño y, de a poco, le fue ganando el corazón a Juan Ahuntchain, el coordinador de las divisiones juveniles, quien le cedió algunas licencias para que viajara un sábado, se liberara el domingo y lunes y volviera el martes. “Con la ayuda de mi familia y de amigos lo pude sacar adelante. Me hizo crecer y madurar muy rápido. Me perdí cumpleaños de 15 y juntadas con amigos porque al otro día jugaba o entrenaba”, recordó a Ovación.
Con el lema de “por más de que cueste, tarde o temprano, el esfuerzo te va a dar la recompensa”, el riverense superó la etapa y ganó fuerzas para ser llamado al equipo de Primera junto a Darwin Núñez.
En un despertar, se fue a préstamo a la Real Sociedad de España, donde estuvo dos años. Pero al regresar ya no volvió a encontrar el lugar que se había hecho. “Cuando volví me quedé en Primera. Con el Memo (Diego) López debuté, pero no tuve muchos minutos. Estuve seis meses y al próximo campeonato, que vino (Diego) Forlán, decidí irme a préstamo a Liverpool para jugar. Ahí, por suerte, pude hacer un buen campeonato, salir campeón y pelear arriba”.
En Peñarol, no solo le jugaron en contra la falta de minutos, sino también el chisporroteo de las redes sociales. “Estaba todo el tiempo pendiente de las redes y no me hacía bien. Así como había muchos comentarios buenos, encontraba comentarios que me dolían. Por suerte, con la ayuda de los psicólogos, lo pude llevar mejor”, dijo el futbolista que hoy, a sus 24 años, está frente a un nuevo reto.
Con el “hay que seguir” como bandera, Dávila tuvo un paso trampolín por Liverpool, que le sirvió para creer nuevamente en sí mismo. “Pude jugar, sentirme importante. Fue un club que me recibió muy bien y el grupo que había era muy bueno. Llegué un lunes y el viernes jugábamos la final de la Supercopa en Maldonado contra Nacional. Fue mi primer partido, hice un gol, salimos campeones y pasaron muchas cosas buenas. Después nos tocó la Libertadores, en la que pasamos la primera fase, y en el año se demostró que hicimos tremendo campeonato”.
En el amanecer del 2023, el jugador se encuentra afrontando la pretemporada para iniciar el Campeonato Uruguayo 2023 de la mejor forma posible. Estuvo nueve meses sin jugar al fútbol por una lesión, de los cuales pasó por momentos enfrascado al PlayStation, pero ya después se aferró del todo a su familia.
Boston River es su nuevo desafío. Llegó al club después de rescindir contrato con Peñarol y ahora, con los cortos puestos y los cordones bien apretados, solo le falta ajustar la zurda para calibrarla de goles.
“Es una motivación por todo el tiempo que estuve sin jugar. Nacho Ithurralde (su anterior entrenador) siempre nos decía la importancia que tenía estar sano, disfrutar la competencia, y eso me quedó y me tocó porque me pasó de estar afuera todo el año pasado. Iba al entrenamiento y veía a mis compañeros, pero estaba con el yeso. Iba a los partidos y me sentía parte de las victorias, pero me quedaba ese gustito de saber que no jugué”, reflexionó Dávila.
SU AMISTAD CON RONALD ARAUJO
Agustín Dávila y Ronald Araujo se conocen desde chicos, cuando jugaban juntos al baby fútbol en Rivera.
Integraron varias selecciones juveniles juntos, se fueron a probar suerte a Montevideo sin sus familias y compartieron, además de partidos y prácticas, muchas risas y concentraciones.
En la capital, amagaron con volverse a su departamento más de una vez para volver a estar con su familia.
Finalmente, siguieron detrás de su sueño y llegaron a formar parte del Sudamericano Sub 20, en 2019, jugando juntos. En varias oportunidades, Dávila y Araujo aprovecharon los encuentros cara a cara para intercambiarse las camisetas, pero su amistad es tan sólida y de tantos años que ya trascendió al fútbol. Hoy sigue presente desde las familias de uno y otro.