Así era Maradona en la cancha: el futbolista de la zurda absoluta

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Diego Maradona
STAFF

EL AD10S

Jugador completo, además de fuerte personalidad y capaz de ponerse el equipo al hombro, como en el Mundial 86

A comienzos de la década de 1970 un pibe morocho y chiquito comenzó a hacerse conocido en Buenos Aires por sus increíbles habilidades futbolísticas. En los entretiempos de los partidos de Argentinos Juniors comenzaba a hacer jueguito y la pelota subía, bajaba y volaba tal como lo ordenaban sus pies, sin tocar nunca el suelo. Y la vieja cancha de madera de los Bichos Colorados se venía abajo por los aplausos. Al mismo tiempo era la figura del equipo infantil del club, los Cebollitas, y aparecía en el programa Sábados de Mancera anunciando que su sueño era ser campeón del mundo.

Por eso, cuando debutó en la primera de Argentinos el 20 de octubre de 1976, diez días antes de cumplir 16, ya muchos habían escuchado hablar de Diego Armando Maradona.

Desde entonces, ese nombre se repitió millones de veces en todo el mundo por miles de razones, primero por el fútbol y después por muchas otras, durante 44 años que él vivió como diez siglos. A partir del mediodía de ayer se hablará de él en doloroso pasado.

Ese talento superlativo para la pelota lo convirtió en el mejor futbolista de la historia según muchos pero también lo subió a una calesita vital imparable, que terminó afectando su carrera deportiva. Él mismo admitió que no sabía hasta donde hubiera llegado si la droga no se cruzaba en su camino.

Si algunos músicos gozan del oído absoluto, Maradona tuvo la zurda absoluta, y con ella era capaz de cualquier prodigio. De físico chico pero rotundo como un pequeño tanque y con un pique corto devastador, era difícil de parar cuando comenzaba a gambetear. Su exuberante personalidad le permitía asumir el liderazgo del equipo cuando este más lo necesitaba.

Además, era vivo, despierto, con salidas inesperadas incluso para hacer declaraciones, un imán para el periodismo.

El niño prodigio de Argentinos se hizo estrella internacional cuando condujo a Argentina al título mundial juvenil en 1979. Pudo ser antes, pero el técnico César Menotti lo eliminó a último momento del plantel que ganó el Mundial de 1978 porque le parecía demasiado joven.

Enseguida despertó el interés de los grandes clubes europeos, aunque el que se lo llevó en 1981 fue Boca Juniors, los colores a los que proclamaría amor eterno (en entrevistas previas había dicho ser de Independiente, una de sus tantas contradicciones). Fue campeón argentino ese año, aunque su transferencia dejó a Boca al borde de la quiebra.

En 1982 pasó al Barcelona por una suma entonces estratosférica. Ese año jugó su primera Copa del Mundo, pero solo mostró parte de su calidad, cercado por marcaciones despiadadas, e incluso lo expulsaron en el último encuentro. Peor le fue en Barcelona, donde sufrió una hepatitis, le rompieron el tobillo en un partido y comenzó su relación con la cocaína.

En 1984 parecía que su grandeza se diluía ante los problemas extrafutbolísticos cuando Napoli lo fue a buscar. Junto al Vesubio, el amor loco de los napolitanos comenzó a levantarle el altar de dios del fútbol. Al club, eterno segundón en Italia, le dio varios títulos y algunas de sus mejores actuaciones.

Diego Maradona
Un adolescente Maradona en su primer partido en el Estadio Centenario. Fue una mañana de 1977, con Argentinos Juniors, ante la selección juvenil uruguaya.

Está claro que su esplendor llegó en 1986, cuando llevó a Argentina a ganar el Mundial de México: seguramente ningún jugador fue tan determinante en una Copa del Mundo, ni siquiera Pelé. Hasta mostrando sus dos caras: ante Inglaterra, un gol fabuloso y otro con la mano.

El siguiente Mundial, Italia 90, lo encontró con un tobillo a la miseria. Sin embargo, su genio era más fuerte y volvió a ser decisivo para que su seleccionado alcanzara la final. Bien lejos de la diplomacia, insultó ante las cámaras la silbatina con que el público italiano recibió el himno argentino antes de la final con Alemania.

Con pocas semanas de diferencia en 1991 se registraron en Italia su primer dopaje positivo, con su consiguiente larga suspensión, y el arresto en Buenos Aires por consumo de drogas, exponiendo ante todos su terrible punto débil.

Cumplida la sanción, en 1992 volvió a jugar y firmó por Sevilla y luego por Newell’s. Pero lo bueno ya casi se había terminado. Sus dos primeros partidos en el Mundial 1994 parecieron el volver a vivir; el control positivo tras ese segundo encuentro, ante Nigeria, significó un derrumbe casi definitivo.

Volvió, porque parecía indestructible. Y en su amado Boca desde 1995. Nuevas controversias, nuevos dopajes, determinaron su adiós definitivo en 1997.

Tuvo tiempo antes y después para ser entrenador (Mandiyú, Racing, la selección argentina, Emiratos, Sinaloa, Gimnasia, pero ya lejos de la magia. Igual le atribuyen un último milagro desde su sillón-banco: Gimnasia estaba casi en la “B” cuando lo tomó, pero la pandemia hizo cancelar los descensos.

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