Chory Castro: el por qué de su ida a Porongos, el "no" a Ruglio para ir a Peñarol y una picardía en Nacional

“Me conocés —le dije— , muchas gracias”, le respondió al presidente de Peñarol, Ignacio Ruglio, sobre la propuesta informal para ir a jugar en el club.

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Gonzalo Castro.
Gonzalo Castro en su casa de Flores.
Foto: Estefanía Leal.

Gonzalo Castro está con las manos apoyadas sobre el césped del Centenario, en cuclillas y con una camiseta de Porongos que le queda bailando. Él (mascota) y su padre (jugador, que terminó expulsado) posan para la foto del equipo minutos antes de que ese domingo 19 de noviembre de 1995 la pelota comience a rodar. El interior representado y Peñarol el rival de enfrente.

El recuerdo quedó graficado para siempre sobre uno de los cuadros que reposa hasta hoy en la barbacoa de los Castro, en una pintoresca casa de Flores que perfectamente podría ser un museo. El lugar guarda mucho de archivo y lo muestra al Chory durante su pasaje por el Mallorca, con Luis Suárez en Nacional y futbolistas que integraban el plantel en 2002, cuando él era solo un pibe.

Bien podría tratarse de un hotel: es un lugar espacioso, tiene una camilla quiropráctica hacia el fondo y cuchetas acondicionadas sobre un cuarto para que se queden a dormir jugadores.

Mientras el Chory habla, los perros revolotean. Los niños lo miran con gran admiración cuando firma su pase en la sede de la Liga de Flores; los vecinos, sin embargo, lo tratan como uno más entre un cúmulo de floresinos, como si nunca se hubiese ido. Como si no hubiese pasado 21 años afuera de su tierra, con vacaciones entrecortadas, por jugar al fútbol profesional.

—Lo que te va cansando son los fines de semana o las vacaciones que nunca compaginás con la familia o con los amigos. Es muy difícil tener un plan o armar algo, y más en el fútbol uruguayo que no sabés hasta una o dos semanas antes cuándo vas a jugar. Siempre había líos con mi señora para festejar los cumpleaños. Normalmente tenés que reservar un mes antes el local para los niños y yo no sabía si iba a jugar un sábado o un domingo.

Fueron horas y horas procesando la decisión hasta que a principios de diciembre resolvió retirarse. Tuvo una emotiva despedida frente a su gente en el Gran Parque Central y se despidió con los ojos llenos de lágrimas.

Gonzalo Castro.
Gonzalo Castro.
Foto: Estefanía Leal.

—Tuve tres días muy intensos por todos los mensajes que iba recibiendo. Cuando hice público que me iba a retirar, me empezaron a caer muchos mensajes, muy emotivos, de gente todo tipo de ámbito. En cada mensaje que abría, necesitaba segundos para recuperar, leer otro. Esas cosas te llenan el alma.

No fue un punto final, sino un hasta pronto. Poco después, en un asado con su amigo Diego Godín, dejó en puntos suspensivos la posibilidad de seguir la huella de su padre (tres veces campeón del interior) y tener un último baile jugando la Copa de Clubes de OFI con Porongos.

La idea se cocinó fácil y, tan pronto se confirmó, ambos se adentraron en una nueva aventura que los tuvo el último viernes paseándose por el Estadio Juan Antonio Lavalleja, admirados por los fanáticos de Flores que se acercaron a presenciar su primer entrenamiento juntos.

Hoy, dice, lo de Godín es una “locura linda” y que jamás se hubiese imaginado.

—Estoy agradecido a Diego por dar este paso, que no solo es importante por la amistad que nos une, sino que también marca un antes y un después de lo que es que un jugador se retire y tenga el valor de venir a jugar a la Copa OFI. Lo mío es un arraigo, un sentimiento que tengo con Porongos, donde me crie. Él viene a jugar porque es mi amigo, entonces chapeau para el Diego, que se embarcó en esta locura. Esperemos que esto no quede en la venida nuestra, sino que pueda ayudar a crecer a todo el fútbol del interior, no solo a Porongos. Que el de Montevideo no tenga miedo de venir acá y el fútbol del interior pueda demostrar que puede recibir a los jugadores de buena manera.

El Chory Castro en la práctica de Porongos.jpeg
El Chory Castro en la práctica de Porongos.
Foto: Estefanía Leal.

Admiración

Predica con el ejemplo y sabe ponerse en el lugar de los niños que lo miran maravillados, ansiosos por entrar a la cancha como su mascota. Es como si una cámara lo siguiera todo el tiempo y él ya tuviera el rodaje estudiado: sonríe si una niña le ríe, se frena y choca los cinco si le intentan dar la mano y retruca la catarata de gritos infantiles: “Después firmamos, ¿saben? Firma y foto”.

Aparece una madre, con dos pequeñas que quieren dejarle una carta:

—Para que después la leas —es el mensaje.
—Hola princesa, ¿cómo estás? Tenés que traer una camiseta para firmar. Esa no te la puedo firmar porque nos matan —le contesta, señalándole la remera y le dibuja una sonrisa automáticamente.

Gonzalo Castro y Diego Godín junto a una fanática.
Gonzalo Castro y Diego Godín junto a una fanática.
Foto: Estefanía Leal.

El carisma del Chory hace que él mismo se haya sentido respetado por los hinchas de Peñarol a lo largo de estos años, pese a no ocultar nunca su condición de fanático de Nacional. Incluso, en medio de unas vacaciones, el presidente Ignacio Ruglio le ofreció ir al club cuando terminó su contrato en 2020.

—Yo tengo un amigo, Paolo, que es muy amigo de la barra de los martes que tiene Ruglio. No es que tenga relación, pero sí lo conozco. Él me lo tiró como diciendo que estaban las puertas abiertas, pero sabemos que, en el tono que me lo dijo, no era de verdad. “Me conocés”, le dije, “muchas gracias”.

Recuerdos

La misma picardía que conserva para responder de grande también la tuvo en su primera etapa en Montevideo. Una noche fue cómplice de una travesía de juveniles que se enojaron con un seguridad y empezaron a tirar el humo de un extintor por toda la residencia de Nacional.

—Imaginate ese polvo blanco... no había quien estuviera y ya la broma estaba hecha. Hubo que dormir adentro del polvo hasta el otro día que vinieron a limpiar.

La sensación de sentirse jugador refloreció para Gonzalo Castro, que, pese a crecer en edad, nunca olvidó su pasado. Ahora, mira a Nacional por televisión, aboga por erradicar a los que “hacen daño” del fútbol y piensa que los clásicos son más “pintorescos” con las dos hinchadas. Quiere disfrutar y por eso volvió a donde todo comenzó.

—A los clásicos prefiero jugarlos. El jugador quiere jugar sea donde sea. Es algo pintoresco que estén las dos hinchadas. Gana el fútbol.

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