Conrado Hughes: los partidos en el Parque Capurro, el encuentro con Schiaffino y el 'gringo' de la Colombes

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Conrado Hughes

EL FÚTBOL Y YO

El contador, conferencista y panelista de TV no acompañó a sus hermanos en el amor por Nacional porque un carné de socio de Fénix le cambió la vida futbolera.

El contador público, que supo ocupar lugares importantes en el estado uruguayo, que es asesor de empresas, conferencista, profesor y panelista de TV no acompañó a su familia en el amor por Nacional. A los 10 años un carné de Fénix le cambió la vida. Desde ese momento, Conrado Hughes nunca más se apartó del albivioleta. 

-¿De qué manera fue que te hiciste hincha de Fénix?
-Es una historia graciosa. Hay que poner todo en un contexto. Yo tenía un tío que era dirigente de Nacional, el agrimensor Carlos Hughes, pero mi papá, que era abogado de la Onda (histórica empresa de transporte por carretera de pasajeros), era hincha del fútbol hasta ahí no más, porque en realidad era un turfman. Sábados y domingos iba a las carreras, de modo que al fútbol iba relativamente poco, por más que hacía los cuentos de que estuvo en la final del 30, que había visto jugar al “Maestro” José Piendibene, a (Pedro) “Perucho” Petrone y al “Mago” Héctor Scarone. Él era fanático del turf y con algo de afición al fútbol. Yo soy el mayor de seis hermanos e íbamos al Estadio desde los 6 o 7 años. Yo vi jugar a Obdulio Varela, a Roque Máspoli, a Walter Taibo, al “Negro” Salvador y a otros grandes jugadores. La familia era toda de Nacional, pero cuando yo tenía 10 años, en 1957, Fénix asciende a la Primera división y mi padre viene y nos dice a los más grandes: ‘¿Alguien quiere hacerse hincha de Fénix?’. Nos mirábamos entre todos porque era una propuesta rara. Nos explicó que había dos señores que trabajaban en la Onda, uno que tenía cargo de dirección y otro que estaba en recursos humanos, Ángel Botto y Fígoli. Y añadió: ‘Como tengo cinco hijos varones me preguntaron si alguno de los chicos no se querían hacer socios’. Yo fui el único que dijo que sí. Ahí me dijo mi padre que si le mandábamos dos fotografías me hacían el carné de socio. Mandé las dos fotos y a vuelta de la camionetita de la Onda, porque mi viejo trabajaba en casa, tuve el carné. Así empecé a ir a ver a Fénix.

-¿Y cómo fue ser hincha de Fénix a los 10 años y en un mundo más dominado por los grandes?
-En esa época, en mi casa por lo menos, a los 10 años los niños nos tomábamos el ómnibus sin problema para ir al Centenario. Pero para ir a Capurro era más complicado. Yo vivía en frente al Club Naval. Es decir que estaba a unos 25 kilómetros de la cancha de Fénix. Con el carné en la mano lo que hice fue preguntar cómo hacía para ir, porque el domingo había partido en Parque Capurro. Mi padre me dijo: ‘Tomándote el 108 acá en la esquina de casa, French y Rivera, tenés que llegar hasta el Obelisco. Ahí te bajás, vas caminando por 18, agarrás Beisso y después sobre la calle Colonia te tenés que tomar el 163 que va a Paso Molino. Te bajás después de la vía del ferrocarril y ahí está la sede y una cuadra para adelante la cancha de Fénix’.

-¿Había que ponerle corazón?
-La familia toda. Te explico, como yo iba a ver los partidos de la Tercera, que empezaban a la hora 13.30, y los bondis eran una tortuga porque yo ponía de French y Rivera al Obelisco 48 minutos y después caminaba tres cuadras y en el 163 tenía 35 minutos. Mi mamá, entonces, tenía que cocinarme en horario especial. Los domingos yo almorzaba a las 11 de la mañana y me iba para el Parque Capurro.

-Toda una experiencia el viaje, ¿y en la cancha?
-Era el amigo de todos. Era el insólito hincha de Fénix que se venía desde Carrasco para ver los partidos y con 10 años viajando solo en ómnibus. Era el protegido de todos, me cuidaban. Me decían: ‘Conradito vení para acá, quédate con nosotros’. Después me volvía a mi casa con otro recorrido largo para llegar de noche. Era una jornada de fútbol brutal. Y no me perdía ningún partido.

-¿Ibas con Fénix al resto de la canchas?
-Sí, iba al Fossa en los partidos con Sud América y me iba a Sayago a la cancha de Racing. Todo solo. No tenía ningún amigo que me acompañara, porque los amigos estaban en la cancha. Y todos señores grandes, porque no había chiquilines de mi barrio que siguieran a Fénix.

-¿Nunca tuviste un problema?
-Jamás. Ni en momentos de alegría contra los grandes. Recuerdo un día que le ganamos 2-1 a Peñarol y el único gol de Peñarol se lo hizo en contra Zacarías González. Yo salí llorando del Estadio de la emoción, porque fue una victoria contra el Peñarol de Spencer y Joya.

-¿Quiénes eran tus ídolos?
-Mario Thul, que era el arquero, el centrojás (así se denominaba al número 5) Raúl Núñez y en la delantera el ídolo que utilizaba como referencia en el colegio cuando jugábamos al fútbol era Juancito Machado. Era un entreala de Fénix que se tomaba el bondi saliendo del Parque Capurro conmigo. Yo siempre llevaba algún pesito para ir a la sede a tomar un refresco y luego sí a la parada del 163. Tenía el placer de ir charlando con Juancito Machado. Era un mundo de recuerdos fabulosos y por supuesto no se parecía en nada a mi entorno familiar ni barrial.

el amor al boxeo

Cuando fue a ver Júpiter Mansilla contra Accavallo

-Justamente, ¿nunca recibiste un trato diferente por no ser del barrio?
-En absoluto. Jamás. Yo era hincha de Fénix, hincha de Júpiter Mansilla, que era un boxeador peso mosca, y tampoco me perdía sus peleas. Mi papá me llevó a verlo al Luna Park a Buenos Aires para verlo pelear con el campeón del mundo Horacio Accavallo, porque yo era muy aficionado al boxeo. Y eso era de noche los viernes y los sábados, en bondi desde Carrasco. Ahí tenía 12 años para arriba y tenía que llevar la cédula porque menores de 12 no dejaban entrar y yo medía 1.30, era muy bajito (risas). Me puse los pantalones largos en tercero de liceo. O sea que yo iba al fútbol de pantalón corto y por las mías y no había ninguna cosa que me hiciera sentir inseguro o diferente. Además, aunque nunca los necesité, tenía mis amigos de tribuna

-Además de aquel partido con Peñarol, ¿tenés presente otra historia emotiva?
-Hubo un partido, creo que fue en el año 1961, cuando el campeonato empezó a combinar resultados del año anterior con el presente para determinar los descensos. Fénix el primer año que jugó en Primera salió tercero y yo debuté como hincha con un cuadro que venía de la B y salimos tercero. Fue brutal. Pero al año siguiente salimos últimos y nació el grito del ‘Fenix no baja’. Y nos pasó dos veces eso. Pero vuelvo a lo de 1961, cuando empatan posiciones y tienen que definir la permanencia Fénix y Wanderers. Wanderers anuncia que además de su estrella (Víctor) Guaglianone había traído un back derecho que se llamaba Beico y se había reforzado con otro jugador de Peñarol y Fénix lo único que había hecho era traer un entreala porteño que se llamaba ‘Lucho’ León. En ese entonces los entendidos decían: ‘Le camina por arriba Wanderers’. Jugamos dos partidos. El primero en el Estadio había 40.000 personas. Era definición por el descenso, en un día divino, con Estadio lleno. Y les ganamos 4-0. Y el porteño jugó como los dioses. En la delantera estaban Juancito Machado, el ‘Carreta’ Beltrán y un brasileño que era muy torpe Zezé Gambassi y Torena. Los comimos en dos panes 4-0 y en la revancha 3-2. La crónica la encontré hace poco en Internet y era una maravilla.

-¿Más delante de eso?
-Tengo menos recuerdos, pero por ejemplo en 1973 me caso y quien era mi señora no tenía libreta y voy y le contrato en una academia las clases. Me toca timbre el profesor y era nada menos que Raúl Núñez, el centrojás de Fénix. Yo lo recibí al grito de ‘¡Raúl Núñez! Le va a enseñar a manejar a mi señora’. La emoción de Núñez fue brutal.

-¿Qué fue para vos el fútbol de Juan Ramón Carrasco en Fénix?
-Lo he dicho siempre, soy hincha de Juan Ramón porque terminó siendo de esos recursos a los que Fénix recurrió más de alguna vez y con grandes campañas. Pero yo ya en los últimos 25 años no iba al fútbol, más acá miro poco. Hoy veo a la Selección.

-¿Eras un hincha ruidoso?
-Era entusiasta y no me perdía nada. Esa pasión la sostuve unos 20 años más, pero hoy en día no voy.

Un viaje especial
Con el Milan de Cesare Maldini y el Pepe Schiaffino
Juan Alberto Schiaffino en un duelo entre Peñarol y Milan en el Centenario. Foto: Archivo El País.

-¿Por qué te alejaste?
-Por el clima. Nosotros los hinchas del fútbol íbamos todos juntos a ver los partidos y no pasaba nada. Yo estuve en el estadio Centenario en todas las grandes ocasiones de los 50, 60, 70. Llegué a ver a Julio Pérez, a Juan Alberto Schiaffino. Te cuento una anécdota. Mi padre me llevaba a un especialista porque yo era muy bajito y hasta íbamos a Buenos Aires a ver al médico. Nos quedábamos en un hotel fantástico que era el Claridge y un día le digo: ‘Papá, está el Milan’. Estaba Maldini padre y estaba el ‘Pepe’ Schiaffino. Me puse como loco y charlé con ellos. Estuve en Buenos Aires viendo la final del Sudamericano de 1959 entre Brasil y Argentina, que fue en Núñez. No me perdía nada, pero siempre partiendo de la base que era una actividad de que no había ni riesgo, ni agresión, ni insultos ni nada. Me fui retirando porque no me gustaba el clima y un buen día dejé de ir.

una anécdota

El "Gringo" de la Copa América

-¿Alguna vez volviste a una tribuna?
-Sí, yo tenía un compañero del colegio que era gringo, que era un enfermo y jugaba muy bien al fútbol. Eran diez hermanos, tres de los cuales eran varones. Se fueron de Uruguay cuando estábamos en cuarto de liceo y nunca más supe de él. Pero 30 años después, por circunstancias de la vida profesional, porque él era un experto en computación de la Universidad de Berkeley, me llega un mensaje a través de un funcionario del Banco Central. Me dice estuve con un gringo que habla el español que según dice él es el de la Colombes. Una cosa increíble. El economista del Banco Central se sienta en un seminario y escucha a un estadounidense hablando en español con el profesor argentino. Cuando terminó se cruzó con él y le preguntó dónde había aprendido a hablar el español así y el gringo le responde: ‘Vo. ¿De que barrio sos?’. Y cuando le dijo donde vivía cuando era chico, el gringo le pregunta. ‘¿Jugabas en la canchita del Copacabana?’. Por ese economista dio conmigo y me dijo: ‘Connie, voy a volver a Uruguay. El año que viene voy’. Ese anuncio fue en 1994. No dio lugar a dudas: ‘Me tenés que comprar una entradas en el mismo lugar que íbamos cuando éramos chicos’. Aunque quise explicar que el clima era otro, bien diferente al que estábamos acostumbrados, me dijo: ‘A mí no me importa. Yo quiero segundo anillo de la Colombes y de la mitad diez metros para la América’. Nos vimos toda la Copa América de 1995 incluyendo la final. Festejamos como locos y el gringo estaba en el cielo. No lo podía creer.

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