¿Cuántas Europas será que hay para este gurí?”, era la pregunta que Silvia Ribeiro, madre de Darwin Núñez, se hizo el día que su hijo, todavía un niño, le prometió a su entrenador de baby fútbol: “Vos me vas a ver jugar en las Europas”. Es que ese Darwin Núñez que hoy vemos en la élite del fútbol mundial se forjó hace muchos años, en su niñez, en un entorno de sacrificio que mamó de su familia y que nunca lo dejó de lado.
“Nosotros, con su padre, hacíamos siete u ocho kilómetros al bosque a buscar leña y todo a pie. Él era chico y nos acompañaba. Él pasó mucho trabajo para jugar por lo que no es casualidad lo que hoy vemos de Darwin. Nosotros estamos muy orgullosos de verlo dónde está y que hoy le esté dando una mano a su familia”, confesó su abuelo Raúl Ribeiro.
Con él, su esposa Eva De Castro, sus padres Silvia y Bibiano y su hermano Junior fue que Darwin se crió y desde muy chico se mostró como un niño inquieto o también como algunos de sus conocidos optaron definir sin problemas: un niño fatal.
“Era terrible, pero como todo niño”, buscó defenderlo su padre, aunque su madre confesó que algún que otro castigo tuvo que ponerle, sobre todo si los deberes de la escuela no estaban hechos. “Él hacía los deberes para jugar al fútbol. Él iba a la escuela y era el último en entrar al salón porque estaba en la canchita jugando al fútbol. Así era todos los días, esa era la amenaza que tenía, porque yo sabía que él amaba el fútbol, pero si no hacía las tareas, no jugaba”, recordó Silvia.
“Yo me acuerdo un día que me llamaron de la escuela, una maestra brasileña, me dijo que fuera urgente y yo digo ‘¿qué hizo este gurí?’ Llego y la maestra me dijo que él estaba arriba de un árbol y que parece ser que le había tirado una piedra a un compañero y le había pegado, pero él siempre negando y negando. Acá en casa lo agarré y le dije ‘decime la verdad’ y me confesó que la había tirado, que no le quería pegar, pero que le terminó dando”, rememoró Silvia. Y en esos momentos la compinche era su abuela: “Yo era la protectora. Cuando la madre lo iba a retar, él venía me abrazaba, se agarraba de mí para que la madre no lo retara”, recordó entre risas. Es que era habitual que la familia estuviera junta ya que Darwin y Junior nacieron en una casa que levantaron en el fondo de lo de sus abuelos.
Esa casa, todavía en pie, está ubicada en el barrio San Miguel, justo en la calle que lo separa del barrio Pirata. Un barrio, según lo definió Silvia, “precioso”. “Desde que nos vinimos a vivir acá, que ellos nacieron, se criaron acá, no hay quejas, no hay problemas con nadie, los vecinos son todos unidos, compañeros y buena gente”.
Esa calle, también, es la que vio los primeros pasos de Darwin Núñez atrás de una pelota. “Siempre andaba con la pelota, iba y venía de la escuela con ella. Tenía los amigos acá en el barrio y con ellos se juntaba a jugar”, recordó Bibiano sobre sus primeros partidos.
Esos primeros partidos con amigos que por momentos se trasladaban a los típicos “campitos”, los mismos donde Darwin Núñez no jugaba por levantar el trofeo de la Premier League, de la Copa América o de la Copa del Mundo, sino “por ganar el juguito”.
¿Qué significa “jugar por el juguito”? Así lo explicó su padre: “Darwin tenía su equipo y jugaban contra otro equipo y el que ganaba se llevaba un juguito, un sobre de jugo en polvo. Era un jugo de a peso y lo preparaban con agua, azúcar y lo tomaban. Se lo llevaba el que ganaba el partido, pero al final tomaban todos, los que perdían también”.
“Chela, Chela, Chela, dame juguitos, dame juguitos, cuántos tenés”, recordó Nelly de Vargas, conocida por todos en el barrio como Chela, cuando los niños del San Miguel, incluido Darwin, entraban a su almacén transpirados y alborotados luego de un intenso partido en el campito. “Eran muchos niños acá en el barrio y vos los veías que ellos hacían una colecta, compraban el juguito y si les sobraba se compraban alguna galletita o algo más”, repasa.
Chela tiene más de 30 años en el barrio y recuerda que cuando llegaban “era un bochinche, traían las botellas y a veces te pedían hielo o agua fría cuando hacía calor”.
“Los jugos eran sobrecitos chiquitos que rendían para un litro, pero ellos los hacían en más porque eran muchos, era algo muy inocente y con eso ellos eran felices”, recordó Chela.
Antes de ser quien es hoy pasaron muchas cosas y una de ellas fue enfocarse en el fútbol a otro nivel en las categorías infantiles donde lo esperaba el club que lo marcó a fuego: La Luz.
“¿Muchas veces?”, preguntó su madre, casi ofendida. “Todas las veces lo llevaba yo al baby fútbol”, recordó entre risas, teniendo en cuenta que su padre trabajó mucho tiempo en Montevideo. “Yo tenía a los dos, un día jugaba Junior y al otro Darwin. Los recuerdos más lindos que a uno le quedan de ellos son en la cancha del baby. Yo me acuerdo que los primeros partidos nosotros como mamás en el tejido íbamos y veníamos, parecíamos unas viejas locas. Pero fue lo más lindo”, aseguró.
“Darwin tenía un año o dos y él iba conmigo a ver al hermano y yo digo que eso fue lo que lo estimuló mucho más porque él se metía a jugar entre los niños de cinco o seis años. Nery, el técnico de Junior, lo dejaba, porque a veces faltaba alguno y lo ponía y ahí él fue aprendiendo”, sostuvo.
Nery es Retamoso y además de ser el técnico de Junior, también fue técnico de Darwin y uno muy importante porque fue el que lo cambió de posición en la cancha. Y es que el pequeño “de piernitas finas y ágil” llegó al club para ser arquero. ¿El motivo? Que esa fue la posición en la que su padre desarrolló su carrera en el fútbol de Artigas.
“Cuando yo lo vi jugar le dije no, tiene condiciones, juega en la cancha y ahí él empezó a surgir. Era buen golero sí, pero las condiciones que tenía en la cancha lo destacaban. Tenía velocidad y gol y tenía una viveza por sobre los otros compañeros increíble. Era un niño súper dotado”, recordó.
“Cuando él tenía siete años yo vi que era diferente y empecé a llevarlo una categoría más grande y ahí también destacaba, entonces ahí empezó con su crecimiento”, confesó quien acompañó a Darwin desde los cinco hasta los 12 años cuando dejó el baby fútbol.
Y si el carácter ya lo marcó a Darwin desde chico, el fútbol no fue la excepción: “Era un niño muy terrible, a veces cuando lo sacaba de la práctica se enojaba mucho. Un día lo saqué y cuando quise acordar se había ido en la bicicleta y de golpe vuelve y me dice: ‘Neryca yo voy a seguir practicando, ¿vos te enojaste conmigo?’ y yo le dije que sí, pero me dijo que quería seguir practicando y ahí lo dejé, pero le dije que se tenía que portar bien”.
Así como hoy las transmisiones televisivas lo bautizaron como “La Pantera”, de chico Darwin Núñez era “El Toro” porque así le decía su abuelo paterno, un apodo que le puso “porque por cualquier cosita se enojaba y quedaba parecido a un tomate de colorado”.
“Empezó a crecer cuando lo citaron a la selección de Artigas. El comportamiento de él cambió totalmente. Era un niño que se dedicaba, no se enojaba con los compañeros, y ahí él empezó a crecer como jugador”, subrayó Retamoso.
Con la selección vivió muchos partidos, pero hubo uno muy especial y fue el que lo cruzó con la selección de Rivera y el motivo es porque del otro lado estaba Ronald Araujo. Dos niños con grandes ilusiones y que pocos podían imaginar que iban a terminar jugando donde hoy lo hacen y representado a la Celeste. El cruce por las finales de la categoría 99 en 2011 los tuvo cara a cara y esta imagen habla por sí sola.
Luego de 32 años trabajando en La Luz, Nery Retamoso vio a muchos niños que pasaron por el club, pero nombrarle a Darwin Núñez hace que se le infle el pecho por el orgullo de que el delantero de la selección uruguaya haya pasado por una institución a la que hoy, incluso sin jugar, sigue ayudando. Es que “nosotros tenemos todo lo que tenemos hoy, gracias a todo el esfuerzo y al trabajo de él”.
Las partidas de dinero que han ingresado por el mecanismo de solidaridad tras las distintas transferencias de Darwin Núñez le permitieron a La Luz comprar equipos deportivos y pelotas para los niños. Pero sobre todo la posibilidad de comprar una casita de dos cuartos en la que se pudo levantar la sede del club a media cuadra de la cancha. “Nuestra meta es hacer el salón multiuso en la sede para los gurises y seguir creciendo. Mi sueño es hacer un salón en la cancha y tenemos que hacer baño en la cancha, hay muchas cosas para hacer todavía”.
Más allá de los clubes por los que pasó, Darwin también ayuda a niños de todos los equipos porque parte del dinero que ingresa es para la Liga Escuela de Fútbol Infantil de Artigas. “Este es un fútbol pobre y acá dependemos mucho de los padres”, confesó José Fagúndez, presidente de la misma, y sostuvo que el dinero que entró por sus transferencias ayudó y mucho y que uno de sus proyectos es reformar el Petit Estadio que recibe a los más de 2.000 niños que juegan al baby fútbol en Artigas y que aspira renovar las gradas de madera con la que hoy cuenta el escenario.
“Darwin siempre fue titular en todas las selecciones de Artigas en las que jugó. Estuvo tres años en esa selección y por eso yo lo tenía visto. Él tiene cosas distintas, siempre tuvo eso de encarar con pelota, nunca tuvo miedo de ir para adelante contra el adversario y eso hasta ahora él lo tiene. Es un jugador que siempre destaca y ahora también le sumó la velocidad”, confesó.
El salto a la cancha grande
“Un compromiso de que en el momento de que Darwin quisiera irse al fútbol profesional no lo íbamos a trancar”. Ese, explica Daniel Suárez, fue el único requisito que la familia del delantero le puso a él, presidente del club de esa época, para defender los colores del San Miguel, la institución a la que arribó luego de dejar el baby fútbol.
Su espíritu competitivo y la garra que hoy se le ve a Darwin Núñez se forjó desde chico y una prueba de ello es que Marcelo Rodríguez, actual presidente de San Miguel, era futbolista de la Primera División cuando él arribó al club y siendo un niño recién salido del baby fútbol, se mezclaba entre los mayores para los entrenamientos.
“Si lo dejabas se metía, pero igual lo que más me acuerdo es que cuando hacíamos pretemporada abajo del puente, el profe nos largaba a todos y cuando queríamos acordar, Darwin estaba ahí. Él cortaba camino porque era más chico, pero siempre estaba”, confesó Rodríguez. “Le daba igual que sea un picado o un partido normal me acuerdo que siempre charlamos con el técnico de las inferiores que para nosotros era un ejemplo porque no te regalaba nada. Si hacías una carrera y él perdía no le gustaba nada, él siempre quería ganar, ganar y ganar”, agregó.
A pesar de que también tuvo un breve paso por el club Pirata, el pasaje de Darwin por San Miguel fue corto y duró unos años porque ese compromiso que se había firmado con la familia se cumplió y fue el propio Suárez quien, como define él, tuvo “la suerte de ser quien firmó el pase de Núñez a Peñarol”, cuando desde Montevideo fueron a buscar al atacante.
El momento de llegar a Peñarol
“Mire Perdomo, ya me llevaron a Junior; a Darwin no me lo llevan”, fue la frase con la que Silvia, su madre, recibió al Chueco cuando le dijo que estaban interesados en contar con él.
Fue tanto lo que llamó la atención que el nombre de Darwin Núñez lo acercó a Peñarol Jorge “Nico” Gómez quien desde hace muchos años trabaja llevando futbolistas del norte del país a la capital.
“Ya de chiquito Darwin pintaba lo que podía ser, era muy habilidoso en la cancha, era un privilegiado y como yo conocía a su familia sabía que así podía ser. No se cansaba nunca y siempre la llevaba atada y tenía ese físico alto, sobresalía respecto a los compañeros, era muy flaquito y lo veíamos con condiciones de que podía llegar. El Chueco nos dio el aval y ahí empezamos a llevarlo”, confesó Gómez, pero lo cierto es que la tarea no fue sencilla.
“Tres veces lo llevé a Peñarol. Le decíamos que tenía que volver más adelante, nunca le dijimos que no quedaba, siempre le dijimos que había que volver en tal fecha y unos días antes de esa fecha ya empezaba a preguntar. Fue Juan Ahuntchain quien resolvió que se quede. Me dijo que era un diamante en bruto y que solo había que pulirlo e inmediatamente se quiso quedar con él”, sostuvo.
“Él con 12 años nos decía qué era lo que quería y lo que él iba a ser y después verlo que llegó realmente es una emoción y como artiguense es un orgullo. Si bien Artigas es una cantera muy importante de jugadores y han salido varios famosos que brillaron, me parece que Darwin superó todo eso al ser una figura en un equipo como el Liverpool que a nivel mundial es muy conocido y lo convirtió en una celebridad”, agregó.
“Resiliencia” es la palabra que se puede leer en la descripción de Instagram de Darwin Núñez y fue lo que lo guió a lo largo de su carrera. Lo que lo impulsó en La Luz, lo que lo potenció en San Miguel y en Pirata y lo que lo llevó a cumplir el sueño de jugar en Montevideo defendiendo a Peñarol, pero esa resiliencia fue lo que también lo hizo superar otro duro momento.
Estando en Tercera División del aurinegro se rompió los ligamentos cruzados y muchas cosas pasaron por su cabeza. Coqueteó con volver a Artigas y dejar atrás el fútbol pero ahí una vez más, como tantas veces, fue vital la presencia de su familia.
“Estar junto a él en ese momento fue clave porque si él hubiera estado solo no sé lo que podría haber hecho”, confesó Bibiano, su padre, recordando ese duro momento.
Sacrificio, entrega o la propia resiliencia, son palabras que definieron la vida de Darwin Núñez y que lo siguen haciendo. Las palabras de su madre lo dejan todavía más claro: “Es un orgullo verlo ahí, en la élite, porque nunca pensamos, nunca soñamos verlo ahí. Para mí es un orgullo”. El orgullo del sueño cumplido.