Ronda de amigos. Cervezas. Chistes. Charlas con tono varonil. Broma va, broma viene. Mozos que pasan y relojean. La escena parece el inicio de cualquier película cómica estaounidense de los años 90. Pero no. Es la génesis de un proyecto deportivo, que nació sobre una esquina de Camino Carrasco y que hoy debe su nombre al bar que le abrió las puertas a aquellos simples soñadores. Le pusieron Cooper.
Fundado originalmente en 1937, el club se descontinuó a principios de los 80, pero volvió a la vida en 2021, cuando Maximiliano Rodríguez, Daniel Hernández, Julio de Armas y Gustavo Curutchague lo reconvirtieron en una Sociedad Anónima Deportiva. Creció a gran escala y al año siguiente fue protagonista del primer partido de la historia de la Copa AUF Uruguay. De la noche a la mañana llegó a la B -categoría en la que se mantiene- y en el medio hubo un paso fugaz de Luis Lacalle Ponce de León, hijo del presidente de la República, que elevó la atención mediática.
El ascenso fue muy precoz, incluso más de lo que proyectaban los nuevos propietarios, que se embanderaron con la idea y trazaron una línea cronológica de por lo menos un quinquenio para empezar a soñar con la posibilidad de desembarcar en Primera o Segunda División. Se dio mucho antes.
Ya hoy más que un sueño, es una realidad. Pero eso sí: además de estar peleando por mantener la categoría, también luchan contra el estigma de ser apuntados por algunos como “los chetos de Carrasco”.
Cooper, una institución que busca ser modelo
Cooper tiene en pañales un plan de estudio para que todos sus futbolistas terminen la Secundaria y está interesado en vincularse con el asentamiento Santa Eugenia, donde Juan Andrés “Gordo” Verde aporta una gran ayuda social. De momento recién se “está cocinando”, dicen, pero ya hay números que validan esta filosofía: 24 de los 30 jugadores del plantel principal tienen bachillerato completo.
Sumaron a figuras de la talla de Alejandro Lembo (gerente deportivo), Leonardo Burián (arquero), Robert Flores, Jorge Zambrana y Mauro Vila, entre otros futbolistas, y a a cargo del equipo principal quedó Rafael Canovas, que sufrió de primera mano las etiquetas despectivas en algunas canchas y reconoció que Luis Lacalle Ponce de León, durante su estadía, fue uno de los principales apuntados.
“El Cooper nace en Camino Carrasco, pero tiene ese estigma de que tenemos plata, somos chetos, y nada que ver. Tenemos jugadores de todos lados. No es que es un club elitista ni mucho menos; todo lo contrario. Hay de todo”, dice a Ovación Rafael Canovas, el director técnico, antes de ahondar en la repercusión que generó la presencia del hijo del presidente. “Se formó un bombo bárbaro y Luis, pobre, se comió insultos de gente muy mala leche. Es un pibe divino, que es más humilde que varios. Estaba siempre acompañando al plantel de la Cuarta División y le gritaban de todo. Si estás caliente con el gobierno, agarratela con el gobierno; no con el pobre pibe, que lo único que quería era jugar y divertirse. Hoy por hoy no sigue en el club por decisión personal, pero el año pasado entrenó en Primera y tuvo la chance de jugar en Copa Uruguay”.
El caso del joven Luis vale de ejemplo para reforzar el objetivo que predican las voces de la institución al volcar su foco a los juveniles, esos que hoy son parte de un proyecto que encabeza Jorge Calvi, un profe con pasado en selecciones. Sucede que un día Lorena Ponce de León, su madre, planteó que el chico no quería acompañarla de viaje por respeto a Cooper y desde el club le dieron el aval para que se tomara unos días, volviera y retomara las prácticas.
Lo mismo pasa con todos aquellos jóvenes que tienen complicaciones por estudio o quienes, además de ser aspirantes en las juveniles, cursan el liceo de mañana y confeccionan su horario de entrenamiento para ir de tarde. “La idea a futuro es que el 100% del plantel trate de terminar los estudios”, asegura Canovas.
La captación y la base de la Liga Universitaria
Las juveniles de Cooper entrenan en la Escuela Naval, a pasos del Puente Carrasco, bien sobre el este de Montevideo.
Como bien dice Canovas, hay chicos de diferentes procedencias que van desde Ciudad de la Costa, Carrasco y Carrasco Norte, Paso Carrasco, Buceo hasta Cordón. “En sí la base del proyecto fue tratar de captar a chicos de la zona este -que a lo mejor viven a muchos kilómetros de otros clubes- para que puedan entrenar cuando salgan del liceo”.
Esa captación, que se armó con una base de la Liga Universitaria, prioriza hoy a aquellos perfiles que identifican como “buenas personas” que aporten a la convivencia amena de todo el grupo. Son nutridos por jugadores profesionales que en algunos casos ya estaban retirados de la actividad, como, por ejemplo, Robert Flores, quien lunes de por medio tenía que faltar a las prácticas por trabajo.
“Hace dos años entrenábamos dos veces por semana, teníamos muchos jugadores amateur, otros que volvieron a la actividad y se fueron consiguiendo los objetivos. Hoy estamos en la divisional B, peleando la permanencia y desde la C ya entrenamos todos los días. Se tiene cierta cintura con algunos casos por trabajo o estudio. Hay jugadores que no van un jueves o viernes porque tienen parcial y está permitido”.