Para muchos, es una rutina. Ir al estadio a insultar, a desahogarse, a denigrar o a usar un tono burlón para cuestionar a otro forma parte de una práctica semanal que adopta casi que cualquier fanático al extremo en el fútbol uruguayo. Como una enfermedad infecciosa, la pelota embobece y el contagio enseguida se propaga entre el grupo de los contaminados a través del habla. Grita uno, se anima el de al lado y no tarda en caer el tercero. Como pasó en Belvedere ayer, mientras jugaban Liverpool y Nacional, con Martín Lasarte como principal víctima.
Ni bien se sentó en el banco, un hincha se adelantó y se dirigió a él primero. Sin razón alguna, le dio la bienvenida con un insulto que bajó desde el último escalón de la tribuna visitante. Un acelerado “hay que ganar, eh, hay que ganar”, fue el apunte contra el DT, que quedó contrarrestado por el grito de la hinchada que decía: “Oh, ¡vamos Nacional! ¡Nacional, Nacional, vamos Nacional!”.
Hasta ahí, todo perfecto. Solo era parte del color bizarro de un partido de fútbol, que en el amanecer ya tenía el marcador 1-0 por el gol de Jeremía Recoba. Pero al rato, llegó el empate de Abel Hernández para Liverpool y los agravios regresaron, esta vez, en forma de catarata.

Rómulo Otero, con un “te trajimos porque pateás como hombre”, y Gabriel Báez tras un centro -“qué hacés, pelotudo?”- fueron los otros apuntados en el inicio. Por supuesto que después todo se centró en el entrenador.
La periodista Ana Inés Martínez, que estaba a pasos de todos los jugadores, también ligó de costado por un video viral que la semana pasada la mostró teniendo un intercambio con el DT. “Ana, hacé bien los cambios esta vez. Y vos Lasarte dejá de comer caramelos y hacé algo”, le dijo el más amistoso.
De todos los insultos -algunos irrepetibles- el que mayor sustento tuvo fue el que, de forma camuflada, pedía que entraran Bruno Arady y Gonzalo Petit: “¡Viste que los pibes quieren, viejo!”, le reconoció un hombre después, detrás del alambrado.
El experimento de ir al medio de una hinchada, mucho más si se trata de atrás de un banco de suplentes, no siempre sale bien. Pero estar allí no hizo más que corroborar que a un núcleo duro de la gente de Nacional se le agotó la paciencia que Flavio Perchman les pidió tener. Aun cuando Lasarte hizo los cambios que la gente pidió y aun cuando todavía no ha empezado la Libertadores.
El técnico, por el contrario, tomó la postura de irse caminando por el medio de la cancha, sin desafiar a ningún hincha y con la mano en los bolsillos. Sabe que, en el fondo, es parte de la rutina.