Diego Aguirre escribió otra página dorada en Peñarol al consagrarse tricampeón uruguayo en su rol de entrenador. Antes ya lo había logrado en la campaña 2002/03 y 2009/10. Esta vez hizo un largo recorrido que empezó en la temporada pasada cuando decidió agarrar un fierro caliente.
El 21 de noviembre, a días de la reelección de Ignacio Ruglio, fue presentado en el club de sus amores. La negociación fue sencilla: el presidente fue a visitarlo a la casa y la Fiera se anticipó: “‘Si querés que sea el técnico de Peñarol, estoy’”, le aseguró.
El entrenador asumió en medio de un fuego cruzado entre el oficialismo y la oposición, y en el plano deportivo estaba muy latente el despido repentino de Darío Rodríguez y la negociación frustrada con Marcelo Broli.
Por si fuera poco, en el recuerdo estaba la campaña de cero puntos en la Copa Sudamericana durante el primer semestre y la necesidad de resultados. Si bien asumió y los resultados no fueron inmediatos, porque lo hizo a cuatro fechas del cierre del Clausura y terminó perdiendo las finales del Uruguayo, sentó las bases para lo que vendría.
Con una espalda inigualable para ese momento preciso, Aguirre estuvo lejos de ser espectador y tomó acción pensando en la temporada venidera. Entendió que lo primero era volver a unir al club y a eso se dedicó. Fue el anfitrión de un asado con las figuras más importantes de este espectro y sentó en la misma mesa a Ruglio, Juan Pedro Damiani, Jorge Barrera y Edgardo Novick. “Veía que había distanciamientos entre algunos dirigentes y dije: 'Bueno, vamos a empezar el campeonato y hay que hacer un asadito'”, le contó en febrero a Ovación. En la antesala del comienzo del Apertura, comenzó a depurar el plantel. Se fueron referentes como Abel Hernández, Carlos Sánchez y Matías Arezo y hubo un total de 21 bajas.
A la hora de incorporar, Diego Aguirre rechazó a estrellas como Radamel Falcao o Marcelo Moreno Martins y apostó fuerte por un equipo con “hambre de gloria”. No le importaba el rótulo, sino la forma en que encararan el desafío. Llegaron 14 futbolistas, pero un solo consagrado en vigencia: Leonardo Fernández, quien arribó acompañado por jugadores como Maximiliano Silvera y Guzmán Rodríguez, quienes prometían condiciones y luego las demostraron.
El entrenador ganó la primera pulseada al abrochar a Gastón Ramírez. Con el vicepresidente pidiendo que no llegara, el club confió en la visión de Aguirre y el tiempo le dio la razón. Logró tener regularidad y fue titular en el primer semestre.
El combustible de la Fiera fue su amor por Peñarol. Trajo varios jugadores con escaso reconocimiento, pero los hizo sentir qué significa representar al club. Con el añadido de que muchos de ellos son hinchas, logró sacarles su mejor versión. Encontró en Washington Aguerre a su arquero titular y le dio un lugar preferencial a Javier Méndez. También citó a dialogar a Maxi Olivera, le fue frontal y le dijo que lo apoyaba, pero que necesitaba más de él. Y terminó siendo capitán en semifinales de Copa Libertadores.
Transmitió confianza con un esquema táctico base y eligió como su “5” a Damián García. Después vio en Eduardo Darias a un extremo por izquierda, pero también a un volante en modo pacman que sorprendió a propios y extraños. “Perdón por darme cuenta tarde, hoy más que nunca estoy del lado correcto”, dijo alguna vez.
El DT tuvo la habilidad de ver jugadores que no estaban en el ámbito público. Trajo al Cangrejo Cabrera y a Leonardo Sequeira, dos experientes que se tornaron indiscutidos. El primero con un año brillante que incluyó gol en el Maracaná ante Flamengo, y el segundo con un primer semestre a puro gol.
En el caso de Silvera, dio una masterclass: cumplió a rajatabla el mandato de ser un defensor más a la hora de recuperar y fue el máximo artillero de la copa. Un párrafo aparte para Leo Fernández, que venía de ser campeón de la Libertadores, pero sin contar con el protagonismo deseado. Desde que llegó se dedicó a romperla con 21 goles y 17 asistencias en 46 partidos. Fue clave en un Uruguayo donde perdieron solo dos partidos de 37.
En el segundo semestre, Aguirre trajo a Jaime Báez y Facundo Batista, que rindieron de inmediato, y reforzó posiciones claves. Damián Suárez llegó ante una posible partida de Pedro Milans, y Rodrigo Pérez hizo lo propio por si sucede lo mismo con Damián García. Aguirre ya preparó el terreno para el 2025. “Me cuesta imaginarme lejos de Peñarol porque es algo natural que nos une por las cosas que hemos vivido”, dijo el DT en febrero. Y en la interna del club saben que tienen luz verde para seguir soñando.