El Pato Sosa y su franqueza se metieron a España en un bolsillo

| "Yo me metí en líos hasta los 18 años, después paré porque si no iba en cana", le contó a "As"

Todo el Uruguay lo quiere. Se ha ganado ese cariño en base a su fuerza espiritual y física en la cancha y en una forma de ser y hablar muy uruguaya, muy identificada con la esencia del barrio. Hace muy poco que está en España defendiendo al Atlético de Madrid y en corto lapso los españoles ya captaron a ese mismo "Pato" Sosa que aquí todos queremos. La prueba está en la siguiente nota que le hizo "As" de Madrid, representativa de su modalidad y de la simpatía que el jugador despertó en España. Bajo el título "Sosa: la historia de un superviviente del fútbol" y con un acápite que reza "superó una juventud problemática para ser estrella de Uruguay", la nota dice así:

"Yo me dediqué al fútbol para hacer dinero, no para que digan este es campeón del mundo... ¡Si hay campeones del mundo que son unos pelados (pobres)! Yo juego en el equipo que me pague más". Marcelo Sosa nunca ha engañado a nadie sobre su filosofía profesional, hija de sus orígenes humildes, pero a los 26 años es el cinco indiscutible de la selección de Uruguay y el domingo debutó como titular en el Atlético y fue el mejor.

Nacido el 2 de junio de 1978 en Montevideo, Marcelo Sosa es el sexto de siete hermanos. Su padre trabajaba en una industria textil y su madre limpiaba casas. La plata no les sobraba. Creció en el marginal barrio de Villa Española, siempre metido en líos: "Dicen que son el ambiente y los amigos los que te llevan a eso, pero es mentira: uno lo hace porque quiere. Yo estuve así hasta los 18 años, después paré porque ya me podían meter en cana" (la cárcel).

De aquella época proviene su mote, originado por un dicho uruguayo: Tú como el pato, un paso y una cagada, aplicado a su facilidad para crear problemas. Sin embargo, su juventud en Villa Española también le proporcionó un mentor inmejorable: Obdulio Varela. El Negro, capitán y gran líder espiritual de la Uruguay del Maracanazo, campeona del Mundo en 1950, vivía a dos calles de Sosa. Siempre que le veía jugar al fútbol en la calle con sus amigos, Varela se paraba a charlar y le aconsejaba: "Nos enseñó que el fútbol era pasión".

Mal estudiante, el Pato se incorporó a los 13 años a las categorías inferiores de uno de los grandes del país: Nacional de Montevideo. Allí le pagaban 100 pesos al mes, una cantidad importante para su familia, pero duró poco: le expulsaron, junto a algunos compañeros, por robar alfajores en un kiosco del campo de entrenamientos.

Tras dos años perdido en equipos menores, en 1995 le fichó Danubio y un año después, con 18, ya dio el saltó a Primera.

CARACTER. Allí tardó poco en convertirse en el ídolo de la afición, pero siguió siendo un tipo distinto. Los antecedentes crean dudas en torno a si ciertas frases suyas eran broma o no: "Robé camisetas con mi número y las repartí entre los hinchas" o "cuando había problemas, tuve que pegar al técnico".

Ya consolidado también en la selección, decidió buscar dinero fuera y acabó en el Spartak de Moscú, mal sitio para alguien como él. Duró ocho partidos, harto del frío y la incomunicación: "Si perdíamos, como no tenía con quien hablar, le pegaba a la pared del vestuario".

No quería volver a Uruguay y llegó al Atlético por la puerta de atrás y con sobrepeso (reconoce que se cuida poco con la comida). Pero quien más creía en Sosa era él mismo y el domingo demostró que tenía razones para ello. No parece que los elogios vayan a cambiarle: "Soy un loco de barrio, si me lo creo soy un boludo".

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