La cresta con los pelos alocados y los Nike Hypervenom de Neymar, anaranjados, eran una imagen hipnotizante para los ojos de un pequeño Emiliano Gómez, que todavía vivía en Rivera sin preocupaciones.
Los trucos con la pelota y la maña que se daba en el dribbling para sacarse de encima a los rivales eran motivo de inspiración para un niño inocente que, por entonces, intentaba replicar cada movimiento del brasileño en los partidos de fútbol de salón del Sarandí Universitario, un club que le quedaba a la vuelta de la casa.
Pasaron los años y la historia de ficción fue tomando fuerza hasta que se convirtió en real. Emiliano pasó al fútbol 11, quedó en las juveniles de Defensor Sporting, de pronto dejó de escuchar la voz de su madre hablándole en portugués a diario y empezó su carrera en Montevideo.
Cuando quiso acordar, estaba debutando en la Primera División y vistiendo la camiseta número 10, con apenas 16 años, y todo apuntaba a que el resto de las etapas serían gloriosas. Pero el guionista de este cuento de superación no contaba con que ese chico, que rompía los ojos en la cancha, se comenzaría a sentir vacío por dentro una vez que dio el salto a Europa y dejó de tener participación en los dos clubes que estuvo (Sassuolo y Albacete).
-Esos momentos fueron duros por el hecho de que era un gurí. A veces la perdía o se me iba un control largo y después veía a gente de nivel, que la paraba como si nada, y decía: ‘Pah, ¿cómo hacen para pararla así? ¿Cómo hacen para leer bien el juego, para saber dónde pararse?’. Cuando no jugás, obviamente que empezás a pensar en lo negativo, pero ahí tenés que estar tranquilo y saber que todo el trabajo que estabas haciendo algún día va a dar fruto.
La recompensa llegó, pero tuvo varios sobresaltos por el camino. Para empezar, el fútbol lo llevó a dejar el liceo a los dos años de mudarse a la capital y recién ahora, con 22, lo está retomando mediante el programa Acredita CB.
En la bolsa de reproches a sí mismo, también entra lo “relajado” que estuvo después de ese debut tempranero que tantos flashes puso sobre él. Porque, claro, era ilógico pensar que esas condiciones de las que hablaban maravillas en Uruguay se le habían esfumado de la noche a la mañana.
—Viví momentos muy jodidos en los que no tenía muchas ganas de jugar al fútbol. No sabía qué podía pasar. Estaba con mucha incertidumbre y ahí la cabeza jugó un papel importante por el hecho de que no sabía qué hacer. Obviamente seguía entrenando, pero nunca veía respuesta, soluciones, mejora, entonces era muy complicado. A la larga fue lo que me hizo crecer y aprender a ser resiliente.
Gómez, que tenía su vista empapada por los lujos del primer nivel europeo, encontró en su familia la contención y el refugio que necesitaba para bajar al llano y concentrarse en pisarla, como hacía de chico en el fútbol sala. Su hermano, Rodrigo, se mudó a los pocos meses con él y después de sortear la pandemia aislados lo convenció de que volver al fútbol uruguayo podía ser un acierto, en lugar de un retroceso. Su carrera, desde entonces, dio un salto de calidad, por más irónico que pueda resultar en un futuro para los historiadores.
—He escuchado muchas veces que la carrera del futbolista es la más fácil... No es así. Es muy complicada por el hecho de que dura poco y nada. Depende de vos, de hasta dónde querés llegar y de tus condiciones. Obviamente al volver se me generaba el pensamiento negativo de ‘pah, estoy en Europa... o sea, vuelvo hacia atrás’. Pero también con charlas que tuve con mi hermano, pensamos en cómo me podía influir y creí que lo mejor era tener continuidad y jugar. Con el diario del lunes, creo que al final tomé la decisión correcta.
Y así fue. Hoy, como jugador de Boston River, es protagonista todos los fines de semana en el fútbol uruguayo, hace goles y los grandes se interesaron preguntando por él.
No es para menos. Llegó a 10 goles en el año ayer, contra Danubio, que hizo el tanto de su equipo. La diferencia con los tiempos de ensueño en Rivera es que ahora, además de un rival enfrente, también hay plata en juego.
-Si te quieren otros equipos es porque estás haciendo las cosas bien. Eso me hace motivarme mucho más y seguir trabajando de la misma manera. Esto no puede hacerme la cabeza. Tengo que estar tranquilo porque fue lo que llevó a que me quieran.
La vuelta a la Celeste y su recuerdo de Tabárez
Además de tener un proceso de selección en la Sub 20, Emiliano Gómez formó parte del plantel de jugadores del medio local que en mayo viajaron a jugar un amistoso representando a Uruguay contra Costa Rica. Su sensación, casi dos meses más tarde, es que pudo cumplir el sueño de volver a vestir de celeste después de haberse perdido un Sudamericano y un Mundial por la pandemia.
Así lo recuerda: “En el momento que llegué al vestuario y vi que estaba la camiseta, empecé a pensar en todo lo que había vivido, lo que me hizo llegar hasta ahí y en que era un premio por todo lo que hice y lo que pasé en Europa. Fue algo que me hizo muy feliz y que no me dejó lagrimeando porque me cuesta llorar, Pero sí; realmente me dio mucha felicidad”.
Su nexo con la selección deja también una perlita de la etapa de juveniles, cuando se le acercó por primera vez el maestro Óscar Washington Tabárez: “Siempre miraba nuestras prácticas, miraba los partidos que teníamos y te saludaba como uno más. Se dirigía a vos por tu nombre. A mí me decía ‘Emi, ¿cómo estás?’. Me acuerdo que tuvimos una charla y eso me sorprendió. Con pequeños gestos te demostraba su grandeza”.