JUAN RICARDO FACCIO
De niño conoció a los campeones de Nacional del 40, dirigió a la Selección a los 34 años, fue clave en el pase de Morena a Peñarol y la dictadura lo sacó de Nacional en 1976
Desde muy niño Juan Ricardo Faccio estuvo en el fútbol: acompañaba a su padre a los entrenamientos en el Parque Central. Ricardo Faccio fue capitán y referente histórico de Nacional en la década de 1930 e incluso capitán de la selección italiana durante su paso por aquel país. Además, su tío era Roberto Porta. Y así Juan, nacido en 1936, conoció de cerca a toda una generación de cracks.
Después fue futbolista, un delantero con inicios en las inferiores de Nacional. Luego fue a River Plate, aunque hizo una pausa por sus estudios de Derecho. Fuera del fútbol profesional siguió jugando en la Liga Universitaria y también en la Liga Palermo. Allí lo vio el Pulpa Etchamendi, que lo llevó a Canillitas cuando estaba en la “B”. Pasó a Bella Vista y más tarde a Liverpool. Con los negriazules jugó un domingo y al siguiente ya estaba dirigiendo, muy joven todavía.
Y casi enseguida llegó a conducir la Selección uruguaya, a comienzos de 1971. Estuvo más tarde en River, Peñarol, Orihuela de España y Nacional. Se tuvo que ir del país y dirigió en El Salvador (cuando casi clasificó a su selección al Mundial 78), México y Colombia.
Además de trabajar en los dos grandes y la Celeste, Faccio tiene otra singularidad: es socio de Nacional (desde que nació en 1936) y de Peñarol (desde que lo dirigió en 1972). En una etapa posterior también fue periodista. “Lo máximo, sin embargo, fue ser secretario general de la Mutual de futbolistas, en una etapa en la que se lograron derechos clave, como el consentimiento y el porcentaje en los pases”, asegura.
Esa larga vida vinculada al fútbol será motivo de un libro, que está escribiendo ahora. Le tocó ser testigo o estar en el centro de la escena en muchos episodios históricos. En esta nota Faccio relata cuatro.
DE NIÑO CON LOS CRACKS DEL NACIONAL DEL 40
“Tendría cinco o seis años cuando en casa nos despertamos con una noticia: se había incendiado el Parque Central. Fuimos enseguida con mi padre y vimos que no quedaba casi nada. Todo el barrio estaba alborotado. Pero lo que más me conmovió fue ver a gente grande que se abrazaban con papá como si fuera un velorio. Y escuché que todos se juramentaron que no era el final, que iban a construirlo de nuevo. Y así fue.
Mi padre era capitán y figura en Nacional. Mis compañeros de escuela recortaban fotos de los cracks de los diarios y no me animaba a decirles, para no caer mal, que yo los veía todos los días. Crecí conociendo a todos los fenómenos del Quinquenio tricolor. Me crié mirando entrenamientos detrás del arco de Aníbal Paz, mí ídolo. Era un fenómeno como arquero, transformó el puesto a nivel mundial. Si me quedaba demasiado en la práctica, él nos llevaba en su auto a casa para que no llegara tarde a la escuela. Y me daba una moneda de un “puma”, de diez centésimos. Todavía conservo una.
Atilio García era divino, pero serio, callado. Para él, una sonrisa era como una carcajada para cualquier persona. Nunca le escuché decir ‘¡qué bien le pegué!’ o contar un gol. Gambetta fue el jugador más completo que vi. La gente piensa por lo de Maracaná que era puro coraje, pero además de eso sabía hacer todo. Era una gran persona, pero con su carácter: el Mono te quería o no te daba bola. No le gustaba nada que hablaran con los dirigentes...
No era de Nacional, pero Obdulio Varela era muy amigo de papá y entonces también lo conocí. Un personaje de leyenda.
El vestuario es la universidad del fútbol, con leyes no escritas que hay que cumplir. Cuándo hablar, cuándo callar. Y yo conocí el vestuario con esos fenómenos. Con algunos incluso llegué a jugar. Había un equipó de veteranos de Nacional que hacía presentaciones y a veces llevaba algunos jóvenes, como yo, para que corriéramos”.
DIRIGIÓ A LA SELECCION URUGUAYA A LOS 34 AÑOS
“Dirigir a la Selección uruguaya fue una experiencia maravillosa y sorpresiva, porque yo tenía solo 34 años. Creo que había algún jugador más veterano que yo... Entonces había una Comisión de Selección, que integraba el presidente de River, Eduardo Castro Quintela. Y como le gustó cómo había dirigido en Liverpool, me propuso ir a su club y a la Selección. El 71 fue el año más feliz de mi vida.
Primero dirigí el equipo que participó en el Preolímpico de Colombia para México 68. Fuimos a la ronda final de cuatro. En el primer partido le ganamos a Brasil 2 a 1. Y como parece que estaba decidido que los colombianos tenían que a ir a los Juegos Olímpicos, nos asaltaron... En realidad, nos hicieron de todo. Mandaron mujeres al hotel para distraer a los muchachos por ejemplo. Fue la desilusión más grande que sufrí en mi carrera.
Después dirigí a la Selección mayor en unos amistosos contra Alemania Oriental en febrero de 1971. Había algunos monstruos, como Ancheta, Montero Castillo, Maneiro. Ildo era un fenómeno. También debutaron muchos jóvenes, porque era un momento complicado, cuando Nacional y Peñarol cuotificaban su aporte al seleccionado.
Y en uno de esos partidos se produjo la despedida del fútbol del Tito Goncálvez. Él había jugado su último partido en Peñarol a fines del 70, casi en silencio. Recordando cómo otras glorias del fútbol uruguayo se fueron sin el reconocimiento que merecían, le ofrecí hacerlo con la Celeste. Y así fue. Fue titular, jugó cuatro minutos y después fue sustituido por Roberto Matosas. Salió, me abrazó y se puso a llorar.
Hicimos buena amistad con el Tito. Un año después, Washington Cataldi me llevó como técnico a Peñarol. Sabiendo que por mis apellidos yo podía despertar resistencias, se le ocurrió que formara una dupla con Goncálvez como secretario técnico. Se lo propuse al Tito, dijo que sí y arrancamos. Fuimos a una gira por Europa y luego jugamos el Uruguayo”.
ASí SE DEFINIÓ EL PASE DE MORENA A PEÑAROL
“Asumí como técnico de Peñarol en 1972, cuando el equipo estaba destartalado. Pero armé un buen cuadrito. Inventé el doble 5 con Nelson Acosta y Ramón Silva. Después puse al argentino Daniel Quevedo de 7, que había llegado como centrodelantero pero no anduvo. No tenía condiciones para ese puesto sino para ser puntero. A fin de año le dije a los dirigentes que teníamos un buen equipo pero faltaba un 9. Y el nombre era el de Fernando Morena, a quien había conocido bien cuando dirigí a River en el 71. Pero me preguntaron quién era, pese a que era el goleador de River...
En el verano de 1973 estaba puesto que él iba a ir a Nacional. Un día tocaron timbre en mi casa de la calle Salto. Era él con el padre, don Lito. Muy educado como es él, me contó que iba a ir a Nacional. Y el padre agregó: ‘Fernando, decile a Juan lo que querés’. Y él me dice: ‘Si usted quiere, yo me voy a jugar con usted’. Lo habían hablado en familia y llegaron a la conclusión que lo mejor era que yo lo dirigiera en Peñarol. Aunque Morena había sido de Nacional, ya de muy joven pensaba como futbolista profesional.
Era casi el mediodía, me tenía que ir a Los Aromos para la práctica, pero llamé a Cataldi a la sede y le conté que Morena estaba en mi casa y quería venir a jugar conmigo. ‘No lo dejes ir que vamos para allá’, me contestó. Cataldi llegó enseguida, metieron a Fernando en un auto y lo llevaron a la sede para iniciar las conversaciones. Me fui al entrenamiento y cuando terminé esa tarde, ya estaba todo arreglado para el pase. Cataldi había sido delegado de River y era muy amigo de Castro Quintela, todo eso ayudó. La transferencia la firmó el presidente Gastón Guelfi, que falleció horas después. Morena se incorporó al equipo en Brasil, cuando estábamos jugando la Copa del Atlántico, que terminamos ganando”.
Fernando era todo un crack, yo le decía ‘Alfredo’, por Alfredo Di Stéfano, porque tenía calidad para jugar por toda la cancha. Pero él prefirió jugar de delantero de punta.
LA DICTADURA LO SACÓ DE NACIONAL EN 1976
Llegué a Nacional en la segunda mitad de 1975 y ganamos la Liga Mayor. Teníamos un plantel joven, pero de grandes proyecciones. Le aseguro que si no se mete la dictadura, Nacional tenía para ser campeón diez años”.
Armamos un equipo a la europea, con Raúl Moller de líbero, un jugador con la capacidad intelectual para mandar y transmitir. Teníamos varios con esa capacidad, como Rafael Villazán. Hacíamos la jugada del offside atacando la pelota. El equipo tenía la calidad justa y sobre todo la velocidad, que es lo que para mí hace la diferencia”.
El 9 del equipo era Juan Ramón Carrasco, sin que él lo supiera, aunque saliera con la camiseta número 8. Lo que sería como jugador, que no remataba con la izquierda ni cabeceaba pero era un fenómeno. Era un roble, si agarraba la pelota no se la podían sacar. Jugaba de tres cuartos de cancha en adelante. El 10, que jugaba con la 9, era Miguel Caillava, otro fenómeno, un muchacho diez puntos, pero no le gustaba entrenar... Y estaban Nito De Lima, que jugaba con el 10 pero era el doble 5. Muniz, Pagola, Darío Pereira, De los Santos... También entraba Revetria, que cabeceaba como nadie.
Pero un día la patota de la dictadura con Campos Hermida se metió en Los Céspedes y me llevaron preso. Fue por allá por marzo de 1976. Tenían tanta impunidad que hacían lo que querían. Estuve desaparecido una semana. Me torturaron incluso. Querían que les dijera que Nacional se había dopado en el 71. Y yo qué les iba a decir, si no estuve en ese equipo. Nunca ni siquiera fumé por mi asma, ¿cómo iba a estar metido en temas de drogas? Ni en política, porque entre el trabajo y el fútbol no tenía tiempo.
Salí libre el 22 de marzo de 1976. Al otro día hice la denuncia en el Juzgado de 4to Turno de la calle Misiones, con el juez Juan Carlos Larrieux. Le estoy agradecido a mi abogado, Víctor Della Valle, apoyado por Storace Arrosa y Storace Montes. Me tuve que ir del país y fui a El Salvador. Al final me vino bien, porque me fue excelente en el exterior”.