TRICOLORES
El equipo suma tres derrotas consecutivas y dejó escapar la gran ventaja que tenía en la Tabla Anual.
La recta final del Torneo Clausura dejó traslucir que la búsqueda del éxito para Nacionalpesa 1.000 kilos. El equipo está viviendo una pesadilla y prácticamente quedó en las puertas del infierno, porque no aparecer en la definición del Campeonato Uruguayo después de haber tenido 10 puntos de ventaja a falta de 12 por disputar, tendría ribetes históricos y muy negativos.
No hay dudas que una nueva derrota, que sería la cuarta consecutiva, levantaría la peor tormenta, mucho más cuando el mes de diciembre aguarda a socios y dirigentes con un nuevo acto eleccionario.
En tiempos tan complicados, entonces, los dedos apuntan como jefes supremos, y de forma emocional para castigar al gran responsable. Encontrar al autor, o los autores, de tanta debacle deportiva. De una demoledora caída que se ha protagonizado hasta en encuentros frente a equipos que afrontaban problemas mayores.
Los grandes problemas
La debilidad de la defensa
El equipo recibió ocho goles en contra en los últimos tres partidos. La zaga ya no se muestra segura y lo sorprendente es que bajó muchísimo Renzo Orihuela, que era de los mejores.
No convierte y no remata
Dos goles en 270 minutos de juego es muy poco para un equipo grande. Además, Nacional no dispone de muchos tiros al arco.
Pierde siempre en el medio
El tridente que era el mejor mediocampo perdió fuerza. Bajaron mucho Neves y Emiliano Martínez. El único que se sostiene en nivel de competencia es Felipe Carballo. Solo no puede.
Se perdió dinámica y juego
Nacional termina teniendo un fútbol muy anunciado. Los jugadores ya no fabrican espacios ni los atacan. Por afuera sufre con todos los rivales.
Hoy quizás resulta fácil caer en la percepción de que existe una monocausa y si bien sería un error no interpretar que hay hechos concretos que fueron empujando para vivir este momento, también lo sería el creer que el fenómeno se vive por un tema puntual.
Para empezar es imposible soslayar que las situaciones que se fueron dando en este Clausura, como lo que ocurrió a comienzos de la temporada, están ligadas por un hilo conductor. Resulta evidente que el plantel que empezó a dirigir Gustavo Munúa y ahora está en manos de Martín Ligüera perdió dos finales y media, porque así se le puede considerar al partido en el que fue goleado por Liverpool y que le dio al Negriazul el título.
Las finales no ganadas son la mochila de una tonelada que arrastran los chicos que se quedaron en el club y que no dejan de tener una relación directa con las últimas tres fechas del Clausura. Hay una cuestión anímica que no aparece. Y, justo es decirlo, tampoco apareció cuando en el plantel se encontraban dos de los jugadores que se consideran que hubiesen evitado este ciclo (Gonzalo Castro y Sebastián Fernández).
No es menor, tampoco, que el plantel es muy joven y que la carga de la camiseta y la responsabilidad que implica lucirla termina también demostrando que al grupo le falta gente que en la cancha se ponga el equipo al hombro. Acá es claro que acuciados por una situación económica amenazante del futuro institucional, la dirigencia se jugó la ropa para proteger las arcas, bajar el presupuesto e incoporar lo que fuese permitido por sus ingresos.
Nacional, entonces, transmitió el mensaje claro de que había que confiar en la “Cantera inagotable”. El problema es que la frase que supo reflejar tiempos dorados hoy no se ajusta a situaciones reales. Para ser más concretos, desde la partida de Nicolás “Diente” López el tricolor no consigue entregarle al fútbol uruguayo un delantero que prometa llegar a la elite. Es más, su mejor producto de los últimos tiempos es Matías Viña (lateral izquierdo).
Tampoco puede quedar fuera del repaso de factores que terminaron provocando que a Nacional le queda nada más que un clavo caliente al cual agarrarse, las determinaciones adoptadas por la dirigencia con la designación de los entrenadores. La revolución de Eduardo Domínguez fue demasiado fugaz, el título de Álvaro Gutiérrez insuficiente, el retorno de Gustavo Munúa insostenible y la designación de Jorge Giordano un castigo doble porque se terminó perdiendo al que se consideraba que era el mejor secretario técnico.
Y, quizás por arriba de todo, está el hecho de que el equipo ya no tiene ni un solo salvavidas. Ni San Bergessio ni San Rochet logran ocultar las deficiencias colectivas y las puertas del infierno quedaron abiertas.
El plantel de Nacional, aún con los jugadores que desde varios sectores hoy se reclaman que no deberían haberse marchado del equipo (por el afamado descontrol profesional que hubo tras perder el clásico ante Peñarol en el Torneo Intermedio), el equipo perdió la final de la Supercopa con Liverpool y la final del Apertura con Rentistas. Sin Gonzalo Castro y Sebastián Fernández, quizás los jugadores más reconocidos por los hinchas, también se falló en los encuentros claves. Nacional perdió con Liverpool el partido que tenía características de final y después desaprovechó la oportunidad que se le siguió presentando para asegurarse la Tabla Anual. Indefectiblemente hay un aspecto emocional que entra a tallar y que está por encima de la responsabilidad que se le pueda adjudicar a los entrenadores de turno.
En el único rubro en el que la dirigencia actual de Nacional no ha tenido un rumbo claro es en la elección del técnico. La idea imponer una transformación futbolística para darle al equipo una identidad emparentada con su historia duró cinco partidos. Ahí se fue Eduardo Domínguez. De Domínguez se pasó a Álvaro Gutiérrez. El “Guti” salió campeón, pero no convenció a la dirigencia y por eso se dio su alejamiento. Se fue en búsqueda de Gustavo Munúa porque tenía la idea apostar a un fútbol más intenso y ofensivo. No duró mucho. Llegó, entonces, Jorge Giordano. También salió y así se perdió hasta el secretario técnico que desde filas tricolores se aseguraba estaba liderando una gran transformación en el club.
La correcta determinación de poner la casa en orden, de sacar a Nacional del oscuro panorama económico entregado por la actuación de la directiva anterior, hizo que se ajustaran los números. Nacional fijó pautas salariales concretas y firmes que, por ejemplo, impidieron las llegadas de algunos futbolistas que fueron solicitados por Gutiérrez y Munúa. Quizás el caso más notorio fue el de Diego Polenta. La mayoría de los refuerzos que llegaron no terminaron entregando el resultado esperado y el tricolor se quedó con un plantel muy joven. Ese aspecto, que empezó a ser atacado de manera diferente para el Campeonato Uruguayo 2021 (porque ya se hicieron tres fichajes y dos de ellos internacionales), terminó teniendo un peso muy grande en la conformación de un grupo que entre otras cosas no tiene recambios de peso.