HISTORIAS
El viaje que comenzó en el norte de Uruguay pasó por Solymar, Montevideo, Almería y Lisboa llega hasta Liverpool inspirado en el sacrificio de sus padres.
Cien millones de euros. Se dice muchísimo más fácil de lo que se cuentan. Incluso más sencillo de imaginar cómo gastarlos. Bueno, Liverpool sabe cómo hacerlo: se los prometió a Benfica por Darwin Núñez. Le confirmó 75 millones y otros 25 en variables en caso de lograr objetivos como ser goleador o campeón.
Cien millones de euros. Es difícil hasta imaginar que el propio delantero creyera que algún día costaría su ficha. En su Artigas natal, en una humilde casa en la que la comida no abundaba pero sí las horas de trabajo de su padre para que él y su hermano Junior (que también jugaba en Peñarol pero que abandonó el fútbol) tuvieran zapatos de fútbol, los sueños de Darwin eran poder triunfar, viajar a Montevideo, jugar en un grande, en la selección y así poder comprarle una casa a sus padres.
Cien millones de euros. Si esta cifra se concreta lo convertirá en el pase más caro en la historia de un futbolista uruguayo, lista que encabeza Luis Suárez por los 81.7 millones pagados por Barcelona al Liverpool en 2014.
Cien millones de euros. Cifra que no solo puede disfrutar Benfica, que es en este caso el club que vendió la ficha de Darwin Núñez, sino también Almería y Peñarol, porque al conjunto español le corresponde un 20% según la cláusula que se puso al venderlo al club portugués; y en el caso de los aurinegros se llevan un 3% por concepto de Mecanismo de Solidaridad (mejor conocidos como derechos de formación, lo cual implica que a las arcas mirasoles ingresarán seguro 2.25 millones de euros arriba y 750 mil más si se llega a la cifra icónica.
Cien millones de euros. Jamás se hubiera imaginado José “Chueco” Perdomo (excapitán de Peñarol, con el que fue campeón de América en 1987) que valdrían esas piernas flacas que vio por primera vez en un campamento organizado por Peñarol en Artigas al que Darwin llegó recomendado por Nico Gómez, uno de los ojeadores que tienen los aurinegros en el norte del país. El técnico fue, lo tiró a la cancha y dos acciones le bastaron para imaginárselo con la camiseta mirasol en el pecho, porque lo impresionó por su velocidad, potencia y coraje para ir contra los defensas pese a que el físico no lo ayudaba.
Cien millones de euros. Si se hablara de un tesoro que en el futuro iba a valer mucho más, se podría decir que esa cantidad se guardó en una bóveda acorazada que tenía el aspecto de una casita de juveniles que Rodolfo Catino (responsable de los juveniles aurinegros cuando Darwin llegó desde Artigas) consiguió en Solymar para que vivieran los chicos que llegaban desde el interior. Allí se lo mimó, se lo contuvo y se lo convenció de que tenía una gran carrera por delante porque no se adaptó, extrañaba y se volvió a Artigas, desde donde se lo trajo nuevamente con la ayuda de quien es su representante, el Chino Lasalvia, que le consiguió un domicilio para que también pudieran venir sus padres. Entonces ahí se le abrió el camino para la explosión.
Cien millones de euros. Un día vio que se le esfumaban a un jovencísimo Darwin Núñez cuando en el último escalón de la escalera que lo conducía hacia Primera tropezó y cayó producto de una rotura de ligamentos cruzados que le hizo pensar en largar todo porque la vida no estaba siendo justa con él. Luego de noches en las que lloró antes de dormirse en la cama del sanatorio, pero también de días en los que le hacían ver que era solo un escollo, pensó que él tenía la oportunidad de devolverle a sus padres todo el sacrificio que habían hecho, se paró y puso la vista en un objetivo: triunfar.
Cien millones de euros. Si los hubiera tenido en su primer año en Peñarol los hubiera repartido entre quienes lo criticaban: hinchas, periodistas, dirigentes... Fueron duros los primeros tiempos, sin poder afianzarse en la oncena, pero allí estuvo la familia para darle soporte. Y llegaron los goles: el primero oficial ante Fénix en octubre de 2018, el del clásico para el triunfo en Fort Lauderdale (Estados Unidos) durante la pretemporada 2019 y los tres ante Boston River en julio de ese año que propiciaron su salto, porque allí se decidió Almería a comprarlo. Y lo demás ya se sabe: su transferencia a Benfica, los 48 goles en el club lisboeta, su debut con Uruguay y la posibilidad abierta ahora de jugar un Mundial.
Cien millones de euros. Qué fácil se dice. Cuánto cuesta merecerlos.
Un atleta con gran sed de gol
Ver cómo van triunfando esos chiquilines que uno conoció siendo unos niños casi y lo hacen uno tras otro te dan la sensación de un trabajo bien hecho y no solo de uno, sino de un montón de gente entre los que se encuentran los que fueron los propios compañeros de ellos, porque el fútbol se juega de a 11. Éramos un equipo grande. Y lo más lindo es que todos estos pibes -como Darwin ahora, pero antes Diego Rossi, Federico Valverde, Facundo Pellistri, Facundo Torres y el Canario Martínez- se lo merecen.
Darwin es un chiquilín muy tímido, buena gente, con una familia que siempre estuvo muy cerca suyo. Proviene de un hogar muy humilde, porque su padre era obrero de la construcción, y al principio vino solo a la casita del club en Solymar; extrañaba mucho y se volvió a Artigas. Lo tuvimos que ir a buscar para traerlo otra vez y ahí ya vino con su familia, porque está eso de que los chicos del interior sienten el desarraigo y muchos quedan por el camino por esa razón.
Siempre se le vio a Darwin esa capacidad física tremenda, porque es un atleta, y tenía esa sed por el gol que era brutal. No fue el gran goleador de las formativas, pero era muy difícil bancarlo en cancha. Recuerdo un clásico de quinta que se jugó en el Nasazzi en el que se mandó una corrida de toda la cancha para hacer el gol que no lo agarraban ni con una moto.
*Responsable de los juveniles cuando Darwin Núñez llegó a Peñarol