COPA INTERCONTINENTAL SUB 20

Desde el día en el que comenzó la venta previa de entradas el hincha de Peñarol ya se imaginaba una fiesta en el Estadio Centenario para alentar a su equipo en la primera Final Intercontinental Sub 20.

A medida que pasaban los días la venta de boletos iba en aumento. Primero se agotó la Tribuna Ámsterdam, luego la Olímpica y entre los fanáticos carboneros ya se convocaban en las redes sociales para que ese número siguiera creciendo porque los campeones de la Copa Libertadores Sub 20 se merecían que todo el pueblo aurinegro los alentara.

Y así fue porque llegó la tarde soñada para un plantel que gurises que tiene a varios jugadores que ya debutaron en Primera División pero otros —la gran mayoría— aún no y persiguen ese gran sueño.

Mientras tanto, tenían a nivel internacional otra oportunidad para convertirse en históricos porque iban a ser protagonistas de la primera Final Intercontinental Sub 20 frente a Benfica de Portugal.

Y los gurises estuvieron a la altura porque le jugaron de igual a igual a un rival de primer nivel, al campeón de Europa, algo que el público presente en el Centenario lo tenía más que claro.

Tan claro lo tenía cada hincha que se encargó de alentar desde el momento en el que los futbolistas salieron a hacer el calentamiento previo el encuentro hasta el momento en el que se el plantel y cuerpo técnico se despidieron de la cancha tras recibir la medalla de vicecampeón del mundo.

Antes, en las primeras horas de la tarde el Parque Batlle se comenzó a teñir de amarillo y negro. Grupos de amigos, parejas, familias y muchos niños empezaban a arrimarse al Estadio Centenario para ser parte de la fiesta.

Para los fanáticos la hora no pasaba más hasta que el paraguayo Derlis López dio el pitazo inicial. El estadio, que ya había explotado con la salida a la cancha de Peñarol, se transformó en una caldera.

Cada jugada de ataque, cada despeje, cada tranque y cada error del rival era un motivo de aliento desde la tribuna mientras desde la Ámsterdam no paraban de bajar cánticos de aliento.

Los jugadores se contagiaban con eso y también contagiaban al público con su juego, con sus ganas y con el fútbol que intentaban desplegar jugándole de igual a igual a una potencia europea.

La fiesta estuvo en las tribunas y fue en dos colores. La hinchada de Peñarol vivió una jornada histórica y solo faltó el triunfo aurinegro para que la tarde fuera completa.