Historias de verano: el Pibe Jiménez y sus tres gritos clásicos que le dieron un récord que aun no se superó

El atacante de Peñarol fue figura en un encuentro disputado en enero de 1976 y que iba a quedar marcado por su rendimiento y por la premonición que tuvo.

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Julio César Jiménez celebra uno de los goles en el clásico entre Peñarol y Nacional.
Julio César Jiménez celebra uno de los goles en el clásico entre Peñarol y Nacional.
Foto: Archivo El País.

"¡Tengo unas ganas de ganar!” Julio César Jiménez se levantó el 28 de enero de 1976 con una fuerte premonición: que iba a jugar un gran clásico esa noche. Así se lo contó a todo el plantel de Peñarol en Los Aromos.

Jiménez había llegado de su natal Artigas a Peñarol en febrero de 1971. Su paso por las inferiores fue muy rápido, pues en julio de ese año, con apenas 16 años, debutó en primera. Enseguida, el Pibe -no había otra forma de llamarlo, claro- causó sensación por su gran habilidad. Tanto, que en noviembre, con 17, ya fue titular en la selección uruguaya en un amistoso contra Chile.

Después jugó con la Celeste la Minicopa de Brasil en 1972 y estuvo entre los 22 que fueron al Mundial de Alemania 74, aunque no llegó a entrar a la cancha.

En los años posteriores alternó partidos y goles memorables, que lo convirtieron en ídolo de la hinchada, con lesiones y una hepatitis que lo alejó de las canchas por casi una temporada completa en 1973. Y generalmente le ocurría cuando mejor estaba jugando. La hepatitis, por ejemplo, se la descubrieron la misma noche de una gran actuación ante Boca, con golazo incluido.

Sin embargo, cuando Juan Alberto Schiaffino tomó la dirección técnica aurinegra a fines de 1975 comenzó su mejor momento en el club. El campeón de Maracaná le dio libertad para jugar por toda la cancha y el Pibe supo aprovecharlo.

Así venía ocurriendo en la Liguilla de la temporada 1975, disputada en enero del año siguiente. El partido previo al clásico lo vio en gran nivel, cuando Peñarol goleó a Huracán Buceo por 6 a 1.

Fernando Morena y Julio César Jiménez tras el clásico.
Fernando Morena y Julio César Jiménez tras el clásico.
Foto: Archivo El País.

Los dos viejos rivales llegaban separados por solo un punto (a favor del aurinegro), por lo cual el clásico del miércoles 28 era decisivo, tanto para definir el título como la clasificación a la Copa Libertadores. Peñarol había sido campeón invicto del Uruguayo y Nacional del siguiente torneo, la Liga Mayor, con un innovador sistema del técnico Juan Ricardo Faccio.

Se colocaron 67.239 entradas, una de las mayores ventas en la historia del Estadio Centenario, y se recaudaron N$ 164.073. Como se agotaron las localidades, los clubes autorizaron a Canal 5 para emitirlo en directo, algo inusual entonces.

Arbitró Ramón Barreto, el número uno de la época. Peñarol salió con Walter Corbo; Mario González (luego Mario Zoryez), Walter Olivera, Gustavo Faral, Uruguay Píriz; Jiménez, Nelson Acosta, Ramón Silva; José Cruz (Nitder Pizzani), Fernando Morena y Norberto Galilea.

Nacional lo hizo con Nilson Bertinat; Adán Machado, Raúl Moller, Alfredo de los Santos, Miguel Piazza; Nito de Lima, Darío Pereyra, Miguel Caillava (Jorge Techera); José María Muniz, Hebert Revetria y Ricardo Pagola (Martín Taborda).

La primera media hora fue “de estudio”. Peñarol pareció algo sorprendido por el estricto sistema de marcas del tricolor, que ejerció un leve dominio durante ese período. Jiménez, en particular, trató de escapar al control de De Lima moviéndose por varios sectores. Corbo tuvo un par de atajadas clave y hasta Morena sacó sobre la raya una pelota que entraba en el arco de su equipo.

El equipo de Peñarol que disputó el clásico ante Nacional.
El equipo de Peñarol que disputó el clásico ante Nacional.
Foto: Archivo El País.

Entonces aparecieron los punteros aurinegros. Primero desbordó Cruz, mandó el centro y por el otro lado convirtió Galilea. Al rato quien desbordó fue Galilea y cuando envió la pelota al medio apareció Morena para marcar de cabeza el 2-0. Y así se cerró el primer tiempo.

Apenas arrancó el complemento, Caillava descontó y eso levantó a Nacional. Por algunos minutos el resultado volvió a ser incierto.

Hasta que Muniz agredió a Píriz y se fue expulsado. La posible reacción tricolor se desarmó.

Ya era el momento del Pibe: en 17 minutos convirtió tres goles en el arco de la Colombes, todos de alta calidad, para llevar el resultado a la categoría de goleada.

A los 62’, Morena dejó pasar la pelota hacia el artiguense, quien desde afuera del área sacó un gran remate de derecha que se metió en el ángulo.

Cinco minutos después, Ramón Silva habilitó a Jiménez, ya en el área. Cuando le salió Bertinat definió con un puntazo de izquierda por sobre el cuerpo del arquero.

Lo suyo en el partido pudo terminar allí, porque al intentar parar la pelota en el medio de la cancha, tropezó con la línea de cal y se torció el tobillo izquierdo. El dolor era fuerte, pero como su equipo ya había hecho los dos cambios permitidos, Morena le dijo: “Andate a jugar de 9, que yo bajo al mediocampo”.

El artiguense se fue al centro del ataque, sin poder moverse mucho. Pero a los 79 minutos vio a Pizzani que se acercaba con la pelota. Se olvidó del dolor y se la pidió. Cuando le salió Moller, le hizo un sombrero y avanzó hacia el arco. Cuando le salió Bertinat, lo eludió y definió de zurda hacia la valla vacía. Golazo para el 5-1.

Ahora se le dice hat-trick, a la inglesa. En 1976 era simplemente triplete. Igual quedó en la historia, porque Jiménez fue el último futbolista de Peñarol en convertirle tres goles a Nacional en un partido.

Hubo vuelta olímpica y festejos durante toda la noche. También en la casa de Jiménez, junto a familiares y amigos. Al otro día, temprano, comenzaron a llegar los periodistas. Lo encontraron con una bolsa de hielo en el tobillo, todavía hinchado.

“Sigo pensando en la noche más feliz de mi vida, repasando todo lo que sucedió y celebrando solito el éxito de Peñarol. Todas las amarguras han quedado atrás”, declaró.

No resultó tan lineal la historia. En 1978 tuvo problemas con el técnico Dino Sani y entonces Peñarol lo transfirió a Vélez Sársfield, donde hizo grandes campañas. Luego fue figura como número 9 en el legendario Ferro Carril Oeste de Carlos Griguol, estuvo en Barcelona pedido por César Menotti aunque por el cupo de extranjeros no llegó a jugar oficialmente (sí lo hizo junto a Maradona en un amistoso en Nueva York), pasó por clubes en el interior argentino, hasta su retiro en 1988.

Antes de eso volvió a Peñarol como refuerzo para un clásico por la Copa de Oro de los Grandes en 1985. Y convirtió el gol del triunfo.

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