Por Diego Domínguez
Hugo Silveira, que es el delantero figura y goleador de Cerro Largo, no la tuvo nada fácil para llegar a ser quien es hoy.

En el barrio Manga nada estaba al alcance. Mucho menos después de que se le muriera su mamá en plena niñez y tiempo después perdiera a su abuela.

Con su padre trabajando lejos (era camionero) fue criado por sus hermanas en una casa humilde, con vecinos conocidos, pero donde no faltaba nunca el plato de comida.

“En su momento no tomaba dimensión de lo que estaba pasando. Uno de grande se da cuenta del sacrificio que hizo mi padre para criar a sus hijos sin nuestra mamá, trabajando. A veces le tocaba estar una o dos semanas afuera, pero le reconozco que nunca se nos pasó por la mente a ninguno de nosotros agarrar por el camino equivocado. Nunca fue una excusa eso”.

Hugo era un niño sin preocupaciones. Le iba bien en la escuela y mejor aún adentro de la cancha. Los goles ya eran casi una parte más de su ritual y el físico, de a poco, empezaba a ser su carta de presentación por sobre el resto de los pequeños. Así y todo, no pudo lidiar con el fallecimiento de su abuela y por un año quedó frenado en el escalón del baby fútbol. “No tenía ganas, no sentía motivación. No quería saber nada con el fútbol. Estaba convencido de que no, hasta que después de un año y pico me convenció un amigo para jugar en Cerrito. Yo nunca había jugado en cancha de 11”.

Perdido por perdido, se fue a probar sin tener idea de su puesto. Le preguntaron dónde se sentía más cómodo y por seguirle el juego a su colega y para que los dos se pararan cerca contestó que de defensa.

Tres prácticas bastaron para que el director técnico le clavara el ojo y decidiera ficharlo, pero un pecado de juventud hizo que su futuro en el club menguara hacia los campeonatos de barrio, después de pegarle un fuerte rezongo. “No fui más a Cerrito porque un día le pegué a un cuidacoches con un cartón en la cabeza. Lo tiramos de la bañadera para abajo, el DT se enojó, nos retó y yo dije ‘no voy más porque me habló mal’. Me llamó para que volviera, pero yo no quería ir”.

Sus idas y vueltas con el fútbol lo llevaron a quedarse conforme por un tiempo con los picados en Manga, pero justamente desde allí, a través del padre de un amigo, le cayó la posibilidad de llegar a Wanderers, donde a pesar de ser descartado, se convenció de que tenía que ser número 9.

Silveira fue para Cerro el amuleto de la suerte allá por el 2012 cuando al club le urgía contratar un centrodelantero. Y Cerro fue para Silveira el trampolín necesario para que despegara en el momento en que estaba a punto de ser padre.

Sus buenos rendimientos generaron pronta reciprocidad entre él y la hinchada a tal punto de que hoy se considera un hincha más de Cerro. También le valieron para llegar a Nacional, en el invierno de 2016, donde, pese a tener una llegada conflictiva -fue detenido por la policía tras pelearse con un vecino- terminó anotando 13 goles en 62 partidos y fue ovacionado por la Tribuna Abdón Porte. “Era un plantel de muchos nombres, pero en ese vestuario nunca se escuchó ‘yo soy más que vos’ o ‘jugué acá’ ni se habló de dinero. Era como si estuvieras con tus amigos del barrio: Viudez, Polenta, etc”, reveló.

Después de haber sufrido temperaturas de -30° en Kazajistán, pasar por Argentina y México, Silveira (29) goza de un presente espectacular en Cerro Largo: tiene cuatro goles en 10 partidos por el Torneo Apertura y se ilusiona con dejar su huella. Su ídolo es el exfutbolista Marcelo Zalayeta: “Siempre lo admiré y para mí va a seguir siendo un clase A”.