Tomaba mate junto a su novia, Jocelyn, en la puerta de la casa, que está enfrente del Luis Tróccoli. Como otras veces, sintió el ruido de disparos —algo “normal” para él por vivir en ese barrio—, aunque esa vez Enrique “Kike” Almeida (19) tuvo “mucho miedo” porque escuchó muy cerca los balazos. “Entré a mi casa con mi novia y grabé todo lo que sucedía; estaba muy asustado”, le confesó el jugador surgido en Rampla Juniors a Ovación.
Ese episodio fue unos meses atrás, siendo Almeida una de las joyas del Picapiedra. La temporada 2024 fue la primera en la máxima división del fútbol uruguayo: jugó 29 partidos y convirtió dos goles.
En esa casa del Cerro vivían siete personas: Almeida, su novia Jocelyn, su madre, dos hermanos, una hermana y un sobrino. No tenían duchero para bañarse y solo contaban con una garrafa de 13 kilos para prepararse la comida.
Almeida recordó varios momentos complejos de su joven vida. Por ejemplo, estar algún día sin comer.
Desde chico salió a ayudar a su mamá, Marta, para conseguir dinero. “Íbamos a Pocitos; mi madre cuidaba coches todo el día y yo me sentaba afuera de un supermercado con mis hermanos”, recordó. “Pedía cosas o una moneda para comprar comida”, mencionó.
No fue el único lugar en el que Marta trabajó como cuidacoche: lo hizo también cerca del Tróccoli. En tanto, el pequeño Kike miraba las prácticas de Cerro con el sueño de estar ahí, de vivir del fútbol.
No perdía el foco y sabía que debía ayudar a su mamá. Por lo que ni bien terminaba el entrenamiento albiceleste iba a los vehículos de los futbolistas para ver si la daban “una moneda”. “‘¿No estabas mirando la práctica?’, me decían los jugadores en broma”, contó con una sonrisa.
Su familia
Almeida tiene seis hermanos. La pasión por el fútbol se la transmitió uno de ellos. Ese que hace un “par de días salió de la cárcel”, expresó.
“Mi hermano jugaba mucho al fútbol contra otros barrios y siempre lo acompañaba. Yo era el más chico de todos los que jugaban”, recordó.
Hace mucho tiempo que Kike no logra pasar las fiestas con toda su familia. Esto en gran parte a que su hermano estuvo preso “pila de veces”.
Asimismo, tiene otro hermano que consume drogas. “Está más tranquilo, no anda robando, pero es algo que no tiene que hacer”, afirmó con mucho dolor el juvenil.
No obstante, hubo una integrante de la familia que varias veces le dio una mano y lo impulsó a dedicarse al fútbol: Cinthia, su hermana. “Ella siempre me ayudó. Incluso me llevó a su casa para que pudiera comer cuando mi madre no tenía plata”, sentenció.
Kike es un joven creyente. Posee varios tatuajes con la figura de Cristo en su brazo izquierdo y durante varios momentos lanzó una frase que, podría decirse, es un mantra para él: “Gracias a Dios”.
Ese enunciado lo empleó en muchas oportunidades como una forma de explicar por qué no cayó en las tentaciones que el barrio y su entorno le ofrecía. Por ejemplo, drogas.
“Gracias a Dios no me enganché en eso; dos por tres había alguien que te ofrecía algo, pero siempre seguía mi camino”, relató el futbolista.
La importancia del fútbol
A Kike le costó introducirse en el fútbol. Tiene cualidades preciadas por los caza talentos: habilidad, gambeta y velocidad. También, posee una contra que a nivel de formativas pesa y es su baja estatura, ya que mide 1.65 metros.
Pasó por varios clubes del fútbol uruguayo como Cerro, Liverpool, Progreso, Racing y en 2022, con 17 años, llegó a quedar en Peñarol. No obstante, decidió irse del Mirasol y arribó a Rampla Juniors.
Ese mismo año, el Picapiedra resolvió que Almeida firmara su primer contrato como profesional. “A veces entrenaba con el primer equipo”, dijo.
A Almeida le sorprendió la velocidad con la que quemó etapas porque el 19 de marzo de 2023 debutó como profesional en la victoria 1-0 de Rampla Juniors ante Juventud.
Ese año jugó un total de 14 partidos con el verdirrojo (12 fueron por el Campeonato Uruguayo de Segunda División y dos por la Copa AUF Uruguay) y no pudo convertir.
Ya en 2024 el mundo picapiedra comentaba que había que ponerle el ojo a un joven Almeida como la gran apuesta. El pasado 3 de mayo anotó su primer gol: fue en el 1-1 entre Danubio y Rampla Juniors en Jardines del Hipódromo. “Ese día pensé que salía en el descanso. Pero arrancó el complemento y se me vino a la mente que debía hacer un gol; abrí el pie y se me dio”, rememoró.
Afianzado como un jugador de rol en el equipo picapiedra, Almeida seguía en su casa frente al Tróccoli. Cada noche que apoyaba la cabeza para dormir sentía un tiroteo. Su rutina era ir al entrenamiento, al gimnasio, volver a su casa y tratar de “comer algo”.
Sin embargo, eso cambió. Ese día que sintió “muy de cerca las balas” le envió un video a su representante, Pablo Bentancur, y le contestó lo siguiente: “Te vas a un hotel y en un par de días te consigo un apartamento”.
Kike vive con Jocelyn en un apartamento en Plaza Cuba. Ya no hay más tiroteos por lo que puede “estar más tranquilo”. La alimentación la modificó. “Antes llegaba a casa y comía lo que había. Ahora puedo comprarme lo que debo comer y lo que me mandan”, enfatizó.
No pudo llevarse a Marta porque ella aún quiere estar en el barrio. “Cuando viene de visita se queda un par de días; pasa muy bien”, sostuvo.
Enrique Almeida tiene varios sueños: uno es poder sacar a su madre del barrio para que “no tenga que trabajar nunca más” y ayudar al resto de su familia.
El complejo camino que recorrió en el fútbol y cuándo desechó la posibilidad de Peñarol
Enrique Almeida transitó un duro camino para llegar a Primera. Estuvo en varios clubes y esto por un vecino del Cerro que lo motivó a seguir intentándolo.
Almeida terminó su periplo en el baby fútbol tras jugar en el Club Social Sauce, aunque un vecino suyo, fanático de Cerro, se acercó a él y le hizo una propuesta. “No me conocía mucho y apostó en mí”, argumentó. “¿Vos querés jugar en algún cuadro?”, recordó Almeida sobre la propuesta que le hizo esa persona. “Le dejé mi número de teléfono y a los dos días me dijo que tenía para ir a varios cuadros, pero que viera en qué club me gustaría jugar”, instó.
En esa línea, inició una etapa en la que se fue probando en distintas instituciones. Fueron muchos los rechazos que recibió y algunas de las razones se debieron a su baja estatura. “Eran todos enormes”, rememoró Kike.
Tanto fue que encontró un sí y se trató nada más y nada menos que de Peñarol. Sin embargo, el propio Almeida desechó la posibilidad de ser parte del conjunto mirasol. “Por varios temas: me quedaba lejos, me tenía que levantar muy temprano y mí madre no tenía dinero para llevarme al CAR (ubicado en la Ciudad de la Costa). Entonces no fui más”, aseveró.
Hay un dicho que dice “se cierra una puerta y se abre una ventana”. Pues eso se aplicó en el caso Almeida: fue a Rampla Juniors y enseguida firmó su primer contrato como futbolista profesional con tan solo 17 años en 2022.
Ya tiene en el lomo dos temporadas como jugador profesional y a fin de año queda libre con el afán de seguir evolucionando en su carrera.
La sorpresa de llegar a la selección uruguaya Sub 20
Enrique Almeida dormía la siesta y lo despertó su novia, Jocelyn, para darle una gran noticia: fue convocado a la selección uruguaya Sub 20 de Diego Pérez.
“¡Te llamaron de la selección!”, le dijo Jocelyn con mucho entusiasmo. Esto se dio en 2024, su primer año en la máxima división del fútbol uruguayo.
Pasó el tiempo y Almeida siguió siendo citado a la vigente selección campeona del mundo en esa categoría. Incluso repitió convocatoria con el arribo de Fabián Coito en su segunda etapa al mando de la Celeste juvenil.
Los buenos rendimientos de Almeida lo llevaron a que viviera un hecho impensado para él: representar a Uruguay en el exterior.
El extremo participó del elenco uruguayo Sub 20 que ganó el torneo COTIF en L’Alcudia, Valencia. Almeida marcó un gol y dio una asistencia para que Uruguay gritara campeón.
“Me acordé de todos los momentos vividos porque pasé por muchas cosas malas y estar ahí, levantar una copa con tu país, es lo más lindo que hay”, aseguró Almeida por la emoción de alzar un trofeo con la camiseta celeste.
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